10 de abril de 2013

¡Nos falta fe!

Evangelio según San Juan 3,7b-15.

No te extrañes de que te haya dicho: “Necesitan nacer de nuevo desde arriba”.
El viento sopla donde quiere, y tú oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu.»
Nicodemo volvió a preguntarle: «¿Cómo puede ser eso?»
Respondió Jesús: «Tú eres maestro en Israel, y ¿no sabes estas cosas?
En verdad te digo que nosotros hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si ustedes no creen cuando les hablo de cosas de la tierra, ¿cómo van a creer si les hablo de cosas del Cielo?
Sin embargo, nadie ha subido al Cielo sino sólo el que ha bajado del Cielo, el Hijo del Hombre.
Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre,
y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Juan nos presenta el diálogo que Jesús mantiene con Nicodemo. Seguramente, éste era miembro del Sanedrín de Jerusalén y porque el Señor se dirige a él llamándolo maestro de Israel, debía ser un hombre culto, escriba o doctor de la Ley.
En nuestros días, lo consideraríamos un intelectual, pero de los de verdad, de esos que razonan, que indagan y que han hecho de la búsqueda de la verdad una de las tareas fundamentales de su vida. Nicodemo lo hace, desde luego, desde un planteamiento propio de la mentalidad judía de su tiempo; y el Señor aprovecha para hacerle entender que a veces, como en este caso, no basta la razón para llegar al conocimiento de la verdad divina, sino que es imprescindible partir de la humildad y contar con la luz de la Gracia que ilumina la oscuridad que el pecado sembró en nuestra naturaleza humana.


  En la actualidad sufrimos, desgraciadamente, una proliferación de personas que con la excusa de buscar el sentido más profundo de la realidad, nos presentan unas teorías absurdas sobre el hombre, el mundo y, lo que es peor, sobre Dios. La soberbia intelectual les incapacita para asumir que el exceso de luz puede cegar nuestra retina, y esa circunstancia no nos permita ver con claridad que no todo lo que existe es perceptible de ser conocido, porque nos trasciende, nos supera y nos enfrenta a nuestra limitación. Es por eso que Jesús da una enseñanza clara al hilo del diálogo con Nicodemo, manifestando que la verdadera naturaleza del Hijo de Dios y la salvación que Éste trae a los hombres no es proporcional al conocimiento adquirido, sino a la fe recibida e interiorizada.


  Pero esa fe se recibe en el Bautismo bajo la acción del Espíritu Santo; iluminándose las palabras del Maestro, cuando enseña la necesidad de nacer por el agua y el Espíritu. En ese momento el hombre recibe una nueva condición y se transforma de pecador a hijo de Dios, adquiriendo la filiación divina y la libertad propia de este estado.
El cristiano goza de dos nacimientos que marcarán el principio de su vida; uno es el de la tierra y otro es el del cielo, donde a través del sacramento bautismal pasamos a ser herederos de las promesas de eternidad al hacernos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo, a través de la Iglesia.


  Jesús le explica al rabino, porque comprende su estupor, que para entenderlo hace falta fe; la misma que necesitará cuando Cristo sea elevado en el madero al sufrir su crucifixión. Pero justamente esa fe no es una adhesión a Dios irracional, sino la confianza que descansa en la Palabra divina, que debemos conocer, y donde se cumplen las promesas referidas al Mesías de Israel.
El Señor compara, ante Nicodemo, su futura crucifixión con la serpiente de bronce que, por orden de Dios, alzó en un mástil Moisés para curar a quienes, durante el éxodo del pueblo judío por el desierto, fueron mordidos por las serpientes venenosas. Así también Jesús, exaltado en la cruz, será la salvación para todos aquellos que, con fe, deseen aceptarla.


  El Señor con su muerte da muerte a lo viejo, al pecado, a la debilidad, para que podamos, con su Resurrección, acceder a la nueva vida, a la Gracia. Ninguno de nosotros podrá liberarse del pecado por nuestras propias fuerzas; ni superar nuestra debilidad, nuestra esclavitud que nos ata a una naturaleza herida que tiende a satisfacer el deseo de placer inmediato. Necesitamos, como Jesús le explicó a Nicodemo, aceptar al Espíritu Santo para que, con su Gracia, nos de la fuerza necesaria para ser otros Cristos en Cristo, que es modelo, maestro, salvador y vivificador del hombre.