14 de abril de 2013

¡formamos parte de la barca!

Evangelio según San Juan 6,16-21.

Al llegar la noche, sus discípulos bajaron a la orilla
y, subiendo a una barca, cruzaron el lago rumbo a Cafarnaúm. Habían visto caer la noche sin que Jesús se hubiera reunido con ellos,
y empezaban a formarse grandes olas debido al fuerte viento que soplaba.
Habían remado como unos cinco kilómetros cuando vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y se llenaron de espanto.
Pero él les dijo: «Soy Yo, no tengan miedo.»
Quisieron subirlo a la barca, pero la barca se encontró en seguida en la orilla adonde se dirigían.



COMENTARIO:


  Este milagro de Jesús que nos narra san Juan en su Evangelio, es uno de aquellos que debe llenar nuestra alma de gozo y esperanza. Cierto es que todas las obras sobrenaturales que surgen de las manos del Hijo de Dios son para nosotros la manifestación de su divinidad; pero, tal vez, en algunas ocasiones nos podemos sentir más identificados con algunas actitudes de los apóstoles, que dan un sentido más entrañable al pasaje evangélico.


  En primer lugar observamos que este milagro, que también lo mencionan san Mateo y san Marcos, de que Jesús camine sobre las aguas para entrar en la barca, refleja el poder inmenso del Señor que sorprende a la todavía débil fe de los discípulos. Un poder que se manifiesta muy superior al que tuvo Moisés cuando los israelitas atravesaron el mar al ser perseguidos por los soldados egipcios; ya que fue Dios el que separó las aguas ante la petición del profeta. Aquí, es el propio Señor el que camina al encuentro de los discípulos, cuya barca navega en mitad de un mar agitado. Y el Señor responde al temor de sus amigos con la manifestación de su propia identidad: “Soy Yo”.
Esas palabras evocan aquellas con las que Dios reveló su nombre a Moisés, como consta en el libro del Éxodo:

“Moisés replicó:
-Cuando me acerque a los hijos de Israel y les diga:
“El Dios de vuestros padres me envía a vosotros” y me
Pregunten cual es su nombre, ¿qué he de decirles?
Y le dijo Dios a Moisés:
-Yo soy el que soy.
Y añadió:
-Así dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me ha enviado
A vosotros.
Y dijo más:
-Así dirás a los hijos de Israel: “El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros”. Este es mi nombre para siempre; así será invocado de generación en generación”


  El Señor, como su Padre Dios, es la totalidad del Ser: la existencia y la perfección. Por eso, tras ese milagro y el discurso que dará Jesús sobre el Pan de Vida, la fe de los apóstoles quedará robustecida.
Cuando meditamos este episodio, creo que no podemos por menos que hacer una comparación entre la barca donde se encuentran los discípulos y la Iglesia fundada en Pentecostés por Cristo. La Tradición cristiana ha visto en este pasaje una figura de todas las dificultades que tendrá que soportar la Iglesia y las promesas que el Señor ha hecho de asistirla y sostenerla siempre.


  Pero no podemos olvidar que cada uno de nosotros, todos los bautizados, formamos parte de la barca del Pescador; por ello ese viento que es imagen de las tentaciones y las persecuciones, lo sufriremos particularmente como miembros del Cuerpo de Nuestro Señor. A veces, muchas veces, nos sentiremos zozobrar; es posible que la tristeza y la desesperanza llenen de agua el bote de nuestra vida, y que nuestro corazón se estremezca de congoja porque no encontramos salida a la tribulación que nos supera. Es entonces, cuando en el silencio de nuestro interior hemos de recordar el episodio de este Evangelio de san Juan donde Cristo se presentó, venciendo las dificultades y recordando a los que creían en Él, que Él era el Señor de la vida y la muerte. Que sólo nos pedía que no abandonáramos, a pesar de la dificultad, la barca que nos ayudaría a llegar sin problemas a la otra orilla; porque Jesús siempre, y digo siempre, ha salido, sale y saldrá al encuentro de todos nosotros que, bautizados en Cristo, formamos la Iglesia.