16 de mayo de 2014

¿Somos "Judas"?



Evangelio según San Juan 13,16-20.

Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
"Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió".

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Juan, el Señor anuncia de antemano a los apóstoles que uno de ellos le va a traicionar. Y lo hace para que, cuando llegue el momento en el que Judas lo entregue, ellos puedan verificar las predicciones del Maestro y comprendan que tenía esa ciencia divina, propia del Mesías. Quiere Jesús que, cuando Él ya no esté y sus discípulos sospesen todos los acontecimientos que han ocurrido, puedan comprender  –con la ayuda del Espíritu Santo, que iluminará su conocimiento e inflamará su voluntad- que en Él se han cumplido todas las escrituras del Antiguo Testamento.

  A muchos de nosotros nos ha ocurrido que mientras estamos viviendo unas circunstancias determinadas, no somos conscientes de ello; y que es después, en el tiempo, cuando revivimos en la memoria cada palabra y cada momento, cuando tomamos consciencia de la importancia de lo sucedido. A esa Iglesia naciente le ocurrirá lo mismo, cuando Jesús no se encuentre ya entre ellos. Cómo aquellos discípulos de Emaús, desgranaran cada minuto transcurrido al lado del Señor, para alcanzar la grandeza de lo vivido: han sido escogidos por el propio Hijo de Dios, para transmitir al mundo la Verdad de su mensaje. Y ese Jesús, que ha compartido con ellos el Pan y la Palabra, es el Verbo encarnado que se ha entregado por todos los hombres. De ahí que ante la importancia de lo ocurrido y la misión encomendada, aquellos seguidores de Cristo decidieran –bajo la inspiración divina- y para que no se perdiera semejante tesoro, escribir lo que el Señor había revelado sobre Dios y sobre Sí mismo: el Evangelio.

  Hoy, tú y yo, lo tenemos en nuestras manos y, como entonces, lo podemos revivir en la meditación y en la oración íntima y personal. Hoy, tú y yo, nos podemos hacer uno más de aquellos discípulos que se encontraban al lado del Señor, porque nos hemos comprometido a través del Bautismo, a recorrer junto a Él los caminos de “Galilea”. Porque ese Nuevo Testamento que sujetas y lees, no sólo es un libro, sino que es la semilla de Vida que Dios nos regala, a través de su Hijo. El Evangelio es la Palabra de Dios, intemporal, que nos habla a lo más profundo de nuestro corazón; y la Palabra es Dios. Por eso leer, meditar, escuchar…significa aceptar y permitir que el Señor penetre en nuestro interior y nos cambie la vida con su Gracia.

  Pero Jesús nos dice veladamente en el texto que, a pesar de que Él escogió a sus apóstoles, uno de ellos le va a traicionar. Nuestro Dios ha querido respetar hasta tal punto la libertad del hombre que, justamente, ese respeto llevará a su Hijo a la muerte. El Señor quiere que le amemos, cómo Él nos ha enseñado a hacerlo: sin coacciones, sin intereses, sin egoísmos. Por eso, que el Padre nos escogiera desde antes de la Creación para ser suyos, no quiere decir que seamos capaces de llevar a cabo nuestra misión; ya que el diablo se encargará de tentarnos y hacernos desfallecer, ante las adversidades que hará surgir en nuestro caminar terreno.

  Necesitamos, para ser fieles, la fuerza de la Gracia que nos transmite la Iglesia –humana y divina- con la recepción de los Sacramentos. Allí, en el Pan y la Palabra, nos espera ese Cristo que nos confió su Reino, a la espera de nuestra lealtad y nuestra comprometida respuesta. Luchemos por no ser otros “Judas”; y esforcémonos para que Jesús al final de los tiempos, no diga de nosotros lo que está escrito en la Escritura: “El que come mi pan, levantó contra mí su talón”. Sino que pueda pronunciar esas bellas palabras, que surgen de un corazón complacido y enamorado: “Ven a mi lado, siervo bueno y fiel…”