18 de diciembre de 2013

¡Pertenecemos al Señor!



Evangelio según San Mateo 1,1-17.


Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham:
Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos.
Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón;
Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón.
Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé;
Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías.
Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá;
Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías.
Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías;
Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías;
Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel;
Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor.
Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud;
Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob.
Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.


COMENTARIO:

  En este Evangelio de la genealogía de Jesús, vemos como Mateo quiere mostrarnos, sin que nos quede ninguna duda, que el Señor pertenece y procede del Pueblo de Israel. Y quiere hacerlo, recordándonos que Dios se comprometió con Abrahán en una alianza, para hacer de él y de sus descendientes la nación de la que surgiría, el Salvador de todos los hombres: el Rey de Reyes, el Mesías prometido. Podemos ver también como Lucas, en su evangelio, remontará la genealogía de Jesús hasta Adán, para subrayar que el Señor pertenece a la humanidad entera.

  Es muy importante que comprendamos que cuando el Verbo de Dios –la Segunda Persona de la Santísima Trinidad- decide hacerse Hombre para salvar a los hombres, y hablarles con voz de hombre, toma carne y asume la naturaleza humana a través de las entrañas de María Santísima. No hubiéramos podido beneficiarnos de la victoria de Cristo sobre el diablo, si su victoria se hubiera llevado a cabo al margen de nuestra naturaleza; porque justamente el pecado original, fue lo que nos hirió. Pero en la Humanidad de Jesús, hemos estado todos participando de su muerte y, sobre todo, de su Resurrección. Con Él hemos muerto al pecado y hemos resucitado a la vida divina, que compartimos a través del sacramento del Bautismo.

  Todo ello ha sido fruto del cumplimiento de aquellas promesas que Dios hizo a los Patriarcas, en la historia de la salvación. Por eso para los evangelistas, en muy importante demostrarnos que en Jesús se sella la Alianza que Dios hizo con Abrahán, con Noé, con Moisés, con David…abriendo una luz de presente en la oscuridad que la desobediencia de un pasado, había sembrado en el mundo. Ellos han sido el germen que daría paso a la apertura de la Vida; y la Vida ya ha llegado y se encuentra entre nosotros. Las promesas han dado paso a los hechos, y de Israel nos ha nacido el Salvador de los hombres; de todos los que quieran ser salvados, por su participación en el Amor.

  Algunos piensan que Mateo construyó la genealogía de Jesús señalando tres etapas de la historia de la Redención y asignando a cada una de ellas catorce generaciones, porque quería dar un significado numérico a su explicación. Para los hebreos, en aquel momento, los números tenían un cierto sentido de orden sobrenatural; y teniendo en cuanta que las consonantes de la palabra David- a las que se les daba un valor determinado-  sumaban catorce, quiso destacar en la genealogía que presentó, que Cristo, por su ascendencia, era el verdadero hijo de David.

  Otros piensan que así como en otros lugares del Evangelio se tiene en consideración el número siete –siete parábolas, siete “ayes”, setenta veces siete- aquí se tiene en mente ese número, que se consideraba sagrado, para indicar la plenitud que se realiza con la llegada de Jesucristo. Señalando que en Él se recogen seis generaciones de siete miembros, donde se inagura con la séptima, la plenitud total.

  Hemos de tener en cuenta antes de leer la Escritura, el momento histórico y cultural en que fue redactada; si no estamos condenados a fracasar en su comprensión. Porque nadie lee un tratado específico de algún tema, sin conocer parte de su terminología. Así, en la Biblia, las genealogías son algo más que una lista de ascendientes de un personaje; son mucho más que un simple registro de una estirpe. Nos consta que a la vuelta del destierro de Babilonia, que fue terrible para el pueblo judío, la situación de cada persona como sujeto de derecho y obligaciones, radicaba en su vinculación a una tribu, a un clan o a una familia. Conocer de donde venías era ser alguien en el pueblo de Israel. Pues bien, en la genealogía de Jesús, la cadena de sus ascendientes lo une a los patriarcas; coincidiendo con la que nos da Crónicas y Reyes. Es sorprendente como el evangelista enlaza cada eslabón con la palabra “engendró”, hasta llegar a José; y entonces, utiliza el término “nació” o “fue engendrado”, señalando de esta manera la concepción virginal de Jesús por parte del Espíritu Santo. Por eso Jesucristo, siendo hijo de Dios, es Hijo de David, a través de José.

  No quiero terminar este comentario, sin traer a colación que en esta maravillosa genealogía se nombran a cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Betsabé y Ruth, que fueron extranjeras y en cambio, y de forma sorprendente, se incorporaron por deseo divino a la historia de Israel; es decir, a la historia de la salvación de la que forman parte todos los hombres y mujeres por igual. Esos nombres han sido los símbolos de que la salvación divina, desde toda la eternidad, ha estado abierta a la humanidad entera. ¡Aprovechémonos de este regalo divino!