2 de marzo de 2015

¿Te queda alguna duda?

Evangelio según San Lucas 6,36-38. 


Jesús dijo a sus discípulos:
«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes». 

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, el Señor nos revela el “secreto” para poder alcanzar la salvación; y nos dice que descubrirlo no es fruto de un razonamiento complicado, o el resumen de trabajar nuestras potencias intelectuales y, ni mucho menos, el lograr alcanzar una sabiduría que solo se encuentra en el interior de algunas mentes privilegiadas. No; Jesús resume todo su mensaje salvífico, en una invitación a la entrega y la generosidad; a ese sometimiento de la voluntad a la voluntad divina, que repercute, consecuentemente, en el bienestar de nuestros hermanos. Porque cada uno de ellos, por el hecho de ser creados, tiene en sí mismo la imagen de Dios que le otorga tan altísima dignidad. Por eso, cuando decimos que amamos al Padre, que no vemos, sólo es factible y creíble si somos capaces de amar a sus hijos, a los que sí vemos.

  Nos pide Jesús que seamos misericordiosos, porque todos los cristianos que estamos en Gracia, somos otros Cristos que hacemos presente al Hijo de Dios, aquí en la tierra. Y la característica más divina que existe, es aquella virtud que nos trasciende y nos inclina a compadecernos, perdonar e intentar solucionar las miserias de los demás. Porque cada uno de los sufrimientos de aquellos que nos acompañan en nuestro día a día son, o deberían ser, un acicate para terminar con el mal que subyace en este mundo. Sin olvidar que no hay peor mal, que la ignorancia que nos aparta de Dios y oscurece nuestro corazón, inundándolo de egoísmo.

  El Padre nos llama a un apostolado activo, que descubra la Verdad divina a los hombres con nuestro mensaje, y que termine –en lo posible- con sus vicisitudes, a través de nuestros actos. No hay nada que altere más al Maestro, que esa tibieza propia de las almas que no se quieren comprometer. Solamente hay que recordar aquellas palabras en las que nos avisa de que a los tibios, los apartará de su lado. Huye el Señor de los que le alaban con los labios y le niegan con los hechos; porque no son capaces de dar testimonio ni de luchar por instaurar su Reino, en todos los estratos de este mundo.

   Cualquier hombre, si le consultamos, nos dirá que quiere recibir y alcanzar esa comprensión que denota una gran riqueza espiritual, en el que la prodiga; sin embargo, son muy pocos los que están dispuestos a dispensarla. Porque como nos dirá Jesús muchas veces, no sólo se trata de dar, sino de darse; de ser capaces de olvidar las ofensas y, perdonándolas, abrir los brazos para ir al encuentro de aquellos que nos evitan. El Padre nos recuerda que sólo Él puede penetrar en el interior de las conciencias, y percatarse de aquellos motivos que han condicionado el ser y el actuar de los hombres. Por eso nosotros, que no tenemos –ni tendremos jamás- toda la información ni el conocimiento de las circunstancias que han esculpido el alma de los seres humanos, no somos quién ni somos nadie, no para juzgar las actitudes, sino para dictaminar sobre sus personas.

  Pero como siempre, el Hijo de Dios va más allá y se excede, pidiéndonos que a pesar de habernos sentido agredidos –material o moralmente- seamos capaces de perdonar con todo nuestro corazón; es decir, sin guardar rencores. Y eso, no os equivoquéis, no quiere decir seguir tratándonos con aquellos que nos quieren mal, sino no desearles ningún mal y ser capaces de rezar por su alma; a la espera de que algún día, o en algún momento, encuentren la paz de espíritu que les haga cambiar su actitud y sus sentimientos. Como siempre os digo, no se trata de lo que hacemos, sino de lo que nos mueve a hacerlo. De la lucha por vencer el mal, que fluye de nuestro interior; y la frecuencia con la que recurrimos al auxilio de la Gracia, que es el único camino para poder salir airosos de esas batallas que libramos contra Satanás.


  ¡Qué maravilla y que precisión esconden esas palabras de Jesús, sobre la medida que usamos con los demás! Porque es tan fácil como saber que es la misma que utilizará el Padre con cada uno de nosotros. No se puede hablar más claro, ni ser más preciso con las premisas de la Ley, con la que seremos juzgados. Es como si el Señor nos diera las preguntas del examen para que, cuando llegue el momento en el que seremos evaluados, seamos capaces de contestar correctamente. Ya que deberemos responder con nuestros actos, sobre la asignatura del amor que hemos sido llamados a desarrollar a lo largo de nuestra vida. ¿Te queda alguna duda?