13 de marzo de 2015

¿Tienes un problema?

Evangelio según San Marcos 12,28b-34. 


Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;
y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Marcos cómo el escriba que se acerca al Señor, lo hace fruto de haber escuchado la contestación que el Maestro ha dado a unos saduceos, que querían confundirlo y ponerlo en apuros. Ese esfuerzo que Cristo hace para responder, e intentar señalar la raíz del error de aquellos que con sus cuestiones solo buscan desprestigiarle, es la causa de que muchos descubran en sus palabras, su actitud y su valor, la posesión de la Verdad; de la que tan necesitados estamos los hombres.

  Y este es el primer punto, muy interesante para que tomemos ejemplo, que debe mover el ánimo del cristiano. Por el Bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, que ilumina nuestro entendimiento para discernir la realidad divina que se esconde en lo cotidiano. Por la vida sacramental, que debe ser una necesidad vital en todos los bautizados, cada uno de nosotros recibe la Gracia que nos da la fuerza y el ánimo, para no desperdiciar las oportunidades, y hablar de Dios en cualquier lugar, momento y circunstancia . Y por el compromiso que hemos adquirido, tenemos la obligación moral de conocer, cultivar, leer y consultar aquello que conforma el tejido, donde se sostiene el órgano de nuestra religiosidad.  Porque una respuesta bien dada, acertada y cargada de sentido, puede cambiar la vida de un corazón inquieto, que busca respuestas a las cuestiones de su existencia.

  Jesús sabe apreciar la intención de aquel escriba, al que no le mueve la maldad interior; sino que, muy al contrario, sus preguntas surgen de una actitud curiosa, leal y bien intencionada. Ese es el motivo de que el Maestro, no sólo responda, sino que con su mensaje intente instruirle y abrirle el interés por conocer y profundizar en Aquel que le responde. Ya que nunca podemos olvidar que Jesucristo no es un maestro al uso que nos transmite una sabiduría ancestral, abriendo nuestro entendimiento al conocimiento humano y divino; sino que Cristo es, Dios hecho Hombre. La Palabra encarnada, para ser entregada como Luz y Revelación total a los hombres de todos los tiempos. Él es la Verdad indiscutible y absoluta; y, aceptándolo y compartiéndolo en nuestro interior, a través de la Eucaristía Santa, lo hacemos el Camino de nuestra salvación.

  Por eso con su discurso, el Señor llama al escriba a unirse en cuerpo y alma a su Persona; ya que escuchar y comprender su Palabra, significa no continuar indiferentes ante las situaciones y los problemas de la vida; comprometiéndonos a tomar partido, por amor a Dios, de nuestros semejantes. El Evangelio no sólo debe ser leído, sino asumido y convertido en alimento para el espíritu y leña que enriquece y aumenta, la hoguera de nuestra fe. Y vemos como aquel hombre hace una pregunta al Maestro, desde cuya respuesta se extrae el verdadero sentido de los Mandamientos: el Amor. Que es el denominador común que descubre las razones que han movido a un Padre, a dar unos preceptos a sus hijos para que sean cumplidos. Cada palabra y cada mandato, descansan en el deseo de que, al seguirlos, alcancemos la verdadera Felicidad a la que hemos sido llamados. Cada prohibición, surge del conocimiento del mal que esconde y que sumirá al ser humano en la tristeza y la desesperación. El Decálogo es la base que sostiene el edificio de nuestro ser; y cumplirlo es responder al Señor con la reciprocidad de ese amor que confía y se entrega. Que acepta y hace suya la voluntad de Dios.


  Hacerlo así, y comprender que la fe es el quicio en el que se deben mover todas nuestras acciones, equivale a buscar y encontrar la imagen divina en todas las personas. Ya que en ese momento, en el que descubrimos a Cristo en nuestros hermanos, aquel que era un desconocido y nos era indiferente, pasa a ser hijo de Dios y, por ello, parte de mi familia. Todo cambia, o mejor dicho, todo debería cambiar si, como aquel escriba, abrimos los oídos y el corazón a Jesús. Y si no lo hacemos, tal vez debemos preguntarnos cuál es el problema que condiciona nuestra actitud. Piensa, medita…¿Tienes un problema?