1. DESCUBRIMIENTO DEL DOLOR.
Y es en este
momento, cuando la persona toma conciencia de que el dolor coexiste permanentemente
con ella y que el sufrimiento es casi inseparable de la existencia terrena del
hombre, cuando la educación cristiana, que comenzó en el primer aliento de
vida, dará sus frutos en una respuesta sentida donde el hombre se encuentra a
sí mismo, a su propia humanidad, su dignidad y su propia misión, en el misterio
divino de la Redención.
San Josemaría
nos lo recuerda en el punto 250 de Surco:
“¡Cuánta neurastenia e histeria se quitaría si –con la doctrina
católica- se enseñase de verdad a vivir como cristianos: amando a Dios y
sabiendo aceptar las contrariedades como bendición venida de su mano!”
Porque el mundo
ante el sufrimiento calla, ya que no tiene argumentos que lo justifiquen; o
bien, pide al hombre que soporte la insensatez de una vida con dolor
difundiendo una mentalidad que lo pone entre paréntesis y lo degrada a un
aspecto oscuro; intentando preservar a las jóvenes generaciones de ello. Es
necesario advertir que ese sufrimiento forma parte de la realidad de la vida y
que conlleva en sí mismo una capacidad pedagógica que nos libera de una
paralizadora complacencia en nosotros mismos y nos conduce, a través de una
adecuada educación en valores, a la busca de su sentido.
Así nos lo manifiesta
D. Álvaro del Portillo en la Carta Pastoral ,
25.12.85, n.4: Romana, Roma 1985:
“Así
pues, ante el dolor inevitable (no nos referimos aquí al dolor médico que
–salvo casos excepcionales- conviene quitar) y que constituye parte integrante
de la existencia humana, hay que descubrir su sentido, su “porque”, y entonces
se asume, se quiere, pues se tiene la verdad. En una sociedad en la que falta
esa educación para el sufrimiento, hay un “handicap” para entender este
sentido. El dolor no es un contravalor, sino un camino para el conocimiento de
la verdad, un camino para encontrar el sentido del hombre. En la perspectiva de
la fe, encuentra el dolor su verdadero sentido. Ya decía un buen Prelado, sobre
esta necesidad de anunciar la
Cruz de Cristo: “Este paganismo contemporáneo se caracteriza por
la búsqueda del bienestar material a cualquier coste, y por el correspondiente
olvido –mejor sería decir miedo, auténtico pavor- de todo lo que pueda causar
sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz,
mortificación, vida eterna…, resultan incomprensibles para gran cantidad de
personas, que desconocen su significado y su contenido” “.
Es en estos
momentos cuando uno observa la importancia de esa educación radicada en la
búsqueda de la Verdad ,
iluminada en el fuego de la fe y trabajada en el desarrollo de las virtudes;
que responde, a través de la
Revelación divina sobre el verdadero sentido salvífico del
sufrimiento, liberando al hombre en Cristo de sí mismo y de su desesperación.
Así nos lo
recuerda Juan Pablo II en la Carta
Apostólica “Salvifici Doloris” sobre el sentido cristiano del
sufrimiento humano, página 24, Capítulo III, punto 13:
El hombre
busca, en lo profundo de su sufrimiento, la pregunta acerca de su causa o
razón, de su finalidad o de su sentido; y ante la frustración de su respuesta y
el drama de tanto sufrimiento sin culpa, llega a la desesperación de un mundo
sin sentido.
2. LA BÚSQUEDA DEL
SENTIDO.
Pero el hombre
no busca donde debe, tal vez porque nadie le ha enseñado donde debe buscar.
Hemos dicho anteriormente que Dios ha querido revelarse y lo ha hacho a través
de una manera específica: de una pedagogía divina. Ha querido mostrarnos, poco
a poco, gradualmente todas aquellas verdades que son punto de referencia en el
plano total de la salvación y que están íntimamente unidas a la perspectiva del
dolor en Cristo.
Nos lo recuerda
la Declaración
“Dominus Iesus” de la
Congregación para la Doctrina de la fe, página 49 –Plenitud y carácter
definitivo de la Revelación de
Jesucristo- punto 5:
“En el
misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el cual es “el camino, la
verdad y la vida” (Jn.16,6) se da la revelación de la plenitud de la verdad
divina: “Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien
nadie salvo el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt.11,27) .
Fiel a la Palabra
de Dios, el Concilio Vaticano II enseña: “La verdad íntima acerca de Dios y
acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo,
que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación” (Dei Verbum, 2) Y
confirma: “Jesucristo, el Verbo hecho carne, “habla palabras de Dios” (Jn.3,34)
y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto
Jesucristo –ver al cual es ver al Padre- (Jn.14,9) con su total presencia y
manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos y finalmente con el envío
del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación y la
confirma con el testimonio divino”.
“(Señor) eres justo en cuanto has hecho con nosotros, y todas tus obras
son de verdad, y rectos tus caminos, y justos todos tus juicios. Y has obrado
con justicia en todos tus juicios, en todo lo que has traído sobre nosotros…con
juicio justo has traído todos estos males a causa de nuestros pecados” Dn 3, 27
Job, niega la
total verdad de este mensaje y lo hace manifestando su propia experiencia: el
suyo, que es el sufrimiento de un inocente, debe aceptarse como un misterio
incomprensible para el hombre. Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido
de castigo, cuando remite a una culpa; no es verdad que todo sufrimiento sea
consecuencia de nuestra desobediencia voluntaria a Dios y a su vez encierre un
carácter punitivo. Tal vez, concluye, tenga un carácter de prueba.
Así nos lo
recuerda Sto. Tomás Moro en su libro “Diálogos de la fortaleza contra la
tribulación”, página 56 del Capítulo 4 del libro Primero:
“Esta
es una de las razones por las que Dios la envía al hombre, pues aunque el dolor
ha sido ordenado por Dios para castigo del pecado (los que ahora no hacen nada
más que pecar serán castigados en el infierno), sin embargo, mientras en este
mundo concede misericordioso a los hombres tiempo de mejorar, el castigo por la
tribulación sirve ordinariamente como tiempo de enmienda”
Sirvan como
testimonio las palabras de sto. Tomás Moro en su libro “Diálogos de la
fortaleza contra la tribulación”, página 57, del Capítulo 4 del Libro Primero:
“El
mismo san Pablo estaba muy en contra de Cristo hasta que Cristo hizo que
cayera, y le arrojó al suelo, dejándolo completamente ciego. Y por esta
tribulación se convirtió a Él a la primera palabra, y fue Dios su médico y le
curó poco después en cuerpo y alma por su siervo Ananías, y le hizo su
bienaventurado apóstol. Algunos al empezar la aflicción se mantienen tercos y
tiesos contra Dios, pero a la larga la tribulación les hace volver. El
orgulloso Faraón aguantó dos o tres de las primeras plagas y no cedió ni una
vez, pero entonces le envió Dios un azote tal que le hizo clamar ante Él
pidiendo auxilio, e hizo venir a Moisés y a Aarón y se confesó como pecador, y
declaró que dios era bueno y justo, y les pidió que rezaran por él y que
retirasen aquella plaga, y les dejaría marchar. Pero cuando se acabó la aflicción
volvió a las mismas. Su tribulación fue ocasión de su provecho y la ayuda de
Dios causa de su daño, porque su tribulación le hizo llamar a Dios y su ayuda
endureció su corazón.”
Pero en
realidad, aunque a veces cueste comprenderlo por lo que encierra de misterio,
para poder descubrir el verdadero significado del sufrimiento, hemos de volver
la mirada al amor divino; a su revelación como fuente última de todo lo que
existe: Jesucristo.
Nos lo recuerda
Juan Pablo II en la Carta Apostólica
“Salvifici Dolores”, página 79, en el capítulo VIII de la Conclusión :
“El
Concilio Vaticano II ha expresado esta verdad: “En realidad el misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque…Cristo, el
nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación” (Gaudium et spes,o.c.22) Si
estas palabras se refieren a todo lo que contempla el misterio del hombre,
entonces ciertamente se refiere de modo muy particular al sufrimiento humano.
Precisamente en este punto el “manifestar el hombre al hombre y descubrirle su
vocación “es particularmente indispensable. Sucede también –como lo prueba la
experiencia- que esto es particularmente dramático. Pero cuando se realiza en
plenitud y se convierte en luz para la vida humana, esto es también
particularmente alegre. “Por cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor
y de la muerte. El misterio de la
Redención del mundo está arraigado en el sufrimiento de modo
maravilloso, y éste a su vez encuentra en ese misterio su supremo y más seguro
punto de referencia”
Siguiendo la Palabra dada, en el Nuevo
Testamento –donde se cumple el Antiguo- nos encontramos con la conversación que
Cristo mantiene con Nicodemo, introduciéndonos, a través de ella, en el centro
de la acción salvífica de Dios y esencia misma de la teología de la salvación.
Salvación significa: liberación del mal y es éste el motivo por el que está en
estrecha relación con el sufrimiento; Dios nos dio a su Hijo para librarnos del
mal, que lleva en sí la absoluta perspectiva del sufrimiento, ante el pecado
por la caída de nuestros primeros padres. Y esta liberación debe llevarse a
cabo por el Hijo Unigénito mediante su propio sufrimiento.
Nos lo recuerda
Juan Pablo II en su Carta Apostólica “Salvifici Doloris”, página 28 del
Capítulo IV punto 15:
“Con su
obra salvífica el Hijo unigénito libera al hombre del pecado y de la muerte.
Ante todo Él borra de la historia del hombre el dominio del pecado, que se ha
radicado bajo la influencia del espíritu maligno, partiendo del pecado
original, y da luego al hombre la posibilidad de vivir en la gracia
santificante. En línea con la victoria sobre el pecado, Él quita también el
dominio de la muerte, abriendo con su resurrección el camino a la futura
resurrección de los cuerpos. Una y otra son condiciones esenciales de la “vida
eterna”, es decir, de la felicidad definitiva del hombre en unión con Dios;
esto quiere decir para los salvados, que en la perspectiva escatológica el
sufrimiento es totalmente cancelado, Como resultado de la obra salvífica de
Cristo, el hombre existe sobre la tierra con la esperanza de la vida y la
santidad eternas. Y aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida
por Cristo con su Cruz y su Resurrección, no suprime los sufrimientos
temporales de la vida humana, ni libera del sufrimiento toda la dimensión
histórica de la existencia humana, sin embargo sobre toda esa dimensión y sobre
cada sufrimiento esta victoria proyecta una nueva luz, que es la luz de la
salvación. Es la luz del Evangelio, de la Buena Nueva ”.
Podemos
observar que aquí nos encontramos con una dimensión totalmente nueva y diversa
del sentido que encerraba la búsqueda del sufrimiento en los pasajes comentados
anteriormente de la Sagrada Escritura ;
de los límites de la justicia hemos pasado a la dimensión del Amor redentor que
Dios nos da en su Hijo, para que “no muramos” sino que tengamos “vida eterna”.
Por ello deducimos que el hombre “muere” cuando pierde “la vida eterna” por el
pecado. Lo contrario a la salvación no es el sufrimiento temporal, eso no es lo
peor que nos puede pasar, sino el rechazo por y a Dios, la condena, el
sufrimiento definitivo.
“En
esto se demostró entre nosotros el Amor de Dios: en que Dios envió a su Hijo
Unigénito al mundo, para que recibamos por Él la vida. En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó y envió a su
Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” Jn.4,9-10