25 de octubre de 2013

¡Avivemos el fuego!



Evangelio según San Lucas 12,49-53.


Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres:
el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".


COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Lucas, el Señor nos habla de encender el fuego de la fe; que es consecuencia necesaria e imprescindible de la correspondencia al amor ardiente de Dios por todos los hombres. Pero la fe necesita para ser transmitida, de tu voz y de la mía, y es esa entrega a los planes divinos los que Jesús reclama para encender el mundo con su Palabra. También nos dice que todo fuego, toda hoguera, todo rescoldo, necesita para mantenerse del alimento constante que, en forma de ramas y hojarasca, introducimos para que se consuma y arda. En nuestro caso, como en el de todos los cristianos, las pequeñas ramitas que avivarán las llamas serán la participación en los Sacramentos, que nos hacen compartir la vida de Cristo; la oración, que nos une a la voluntad del Padre y la lectura de  la Escritura, que nos permite conocer el verdadero Amor, que entregó su vida por nosotros.

  A continuación, Jesús nos hace ver que la Redención sin cruz, no es Redención. Que todos nosotros que, por el Bautismo hemos sido hechos hijos de Dios en Cristo, estamos llamados a compartir con Él el camino que nos conduce a la salvación. Y este camino está plagado de problemas y sinsabores que hemos de aceptar libremente, como medio de compartir el sufrimiento solidario que el Hijo de Dios asumió por nosotros. Jesús nos revela que, a pesar de conocer los padecimientos que en un corto espacio de tiempo va a tener que experimentar, tiene unas ganas incontenibles de dar su vida por amor de los hombres. ¡Y ese es el fuego que el Señor quiere que prenda en nuestro corazón! La coherencia de manifestar en hechos lo que nuestros oídos han escuchado; el ponernos en marcha para cambiar un mundo que está sordo al mensaje de paz y alegría que nos transmite Jesús. No porque nos evite complicaciones, sino porque les da su verdadero sentido, como medios de salvación. Hemos de comenzar a caminar por ese sendero, no por un orgullo personal, sino por una necesidad de comunicar a todos aquellos que queremos, el tesoro inconmensurable de la fe.

  Pero hemos de estar preparados para incomodar con el Evangelio; porque como el Maestro sabe, su Padre lo ha constituido como “signo de contradicción”. Él será un Mesías esperado que no se ajustará a los esquemas que habían elaborado para su pueblo, los doctores de la Ley. Él será un Dios que se humilla haciéndose hombre, para que el hombre pueda divinizarse y hacerse, libremente, hijo de Dios. La Majestad inmensa que todo lo puede y todo lo crea, se dejará clavar silenciosa y humilde por amor al hombre, en una sucia cruz de madera. La Luz de la vida eterna, velada por la muerte que duerme en un sepulcro prestado, a la espera de su manifestación gloriosa. El milagro sobrenatural, que descansa en el acto de fe que Jesús requiere al corazón enamorado. Sí; el Señor es una contradicción permanente que espera que le descubramos, no en la evidencia que no admite dudas, sino en ese conocer que sólo se manifiesta en el fondo de nuestro corazón. Conocimiento que requiere el deseo de conocer, la necesidad de compartir y la responsabilidad de transmitir.