11 de octubre de 2013

¡De qué no será capaz Dios!



Evangelio según San Lucas 11,5-13.


Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas es una ampliación sobre la enseñanza de lo que es en realidad, la oración de petición. Ayer veíamos como el Padrenuestro contenía entre sus líneas todas las plegarias que se dan, resumidas, en la Sagrada Escritura. No sólo pedimos, sino que glorificamos e invocamos a Dios todopoderoso.

  Con un ejemplo muy gráfico, que ahora os explicaré, Jesús quiere demostrarnos como nuestro Padre no sólo acoge, sino que está a la espera de nuestras peticiones, para concedérnoslas. Hay, en este punto, dos circunstancias muy interesantes que hay que tener en cuenta: una de ellas es que muchas veces los hombres no sabemos lo que pedimos y reclamamos al Señor unos bienes que, para nada son los adecuados para alcanzar nuestra salvación. El amor paternal de Dios, que todo lo ve y todo lo sabe, sólo nos dará aquello que de verdad nos conviene.

  Hemos comentado muchas veces, que para entender esa forma de actuar solamente hemos de recordar cómo nos comportamos, si somos unos padres responsables y buenos, con nuestros hijos. Les negamos muchas veces lo que les gusta, en aras de lo que les conviene; ya que nuestra experiencia nos indica que, a veces, es necesario advertir sobre personas, lugares o situaciones que por mucho placer o satisfacción que les cause no son, ni a corto ni a largo plazo, lo que más puede beneficiarles como seres humanos. Permitir que cojan  un coche, tras haber consumido bebidas alcohólicas; o esnifar cocaína, por mucho que incremente su capacidad sensitiva, no es la manera de ayudarlos a encontrar la felicidad. Muy al contrario; negarles aquello que nos piden, porque en realidad no son conscientes de lo que nos piden, es un deber de amor que beneficia a la persona, aunque en un principio pueda parecer todo lo contrario.

  Con nosotros ocurre exactamente igual, ya que nuestro instinto maternal y paternal es sólo una brizna de esa imagen divina que Dios ha puesto en nuestro corazón. Y para que lleguemos a comprender hasta qué punto el Señor está dispuesto a escuchar nuestra súplica y responder a ella con su amor incondicional, nos lo cuenta con una comparación muy expresiva; la de ese amigo que llama a la noche, cuando todos duermen, para pedir pan. Ese pan que no es para él, sino para un amigo suyo que acaba de recibir. Puede extrañarnos que la primera contestación que recibe parezca una excusa, al alegar que todos los miembros de la casa están acostados y no pueden levantarlos. Pero es que las antiguas casas de Nazaret, la mayoría, estaban compuestas por una cueva excavada en la roca, que era lo que servía de alacena donde se guardaban los alimentos, y una construcción en la parte delantera de unos pocos metros, que era donde toda la familia por la noche se estiraba junta para descansar. Es decir, que para el dueño de la casa buscar los panes para el amigo significaba levantar a todos los miembros de su prole. Y a pesar de todo ello, para no oírlo más, se lo da.

  Pero Jesús nos completa esa imagen tan gráfica, con una sentencia que desvela el verdadero sentido con el que hemos de actuar, cuando dirijamos nuestras oraciones ante el Señor. No hemos de desfallecer; porque hacerlo significa admitir que desconfiamos  del amor incondicional de Dios. Hemos de tener la seguridad, antes de pedir, de que nuestra súplica está acorde con la gloria del Señor; y que si es así, cuando Él lo considere oportuno nos lo dará. Muchas veces, retardar la entrega de un don no es más que una cuestión pedagógica que nos ayuda a trabajar la paciencia, la confianza, la esperanza y, sobre todo, pone a prueba nuestra fe.

  Jesús, en este texto nos asegura la donación más grande que ha hecho el Padre al hombre: la del Espíritu Santo. A través de su efusión nos hacemos hijos de Dios en Cristo y participamos de su Gracia. Sólo así, tenemos la confianza de recibir la Luz para ver la Verdad y la fuerza para seguirla; pudiendo compartir, en la hora de nuestra muerte, la gloria eterna. Es ese el mayor regalo que alguien nos puede hacer; y lo ha hecho por amor, porque nos conviene, sin que se lo pidamos. De qué no será capaz el Padre celestial por nosotros, cuando ha enviado a su Hijo a que sea taladrado, escupido, azotado y muerto por nosotros. ¡De qué no será capaz el Padre, si sabemos pedírselo con amor, humildad y confianza!