BARUC:
El libro de
Baruc se nos ha transmitido en lengua griega, aunque la mayoría de los
estudiosos modernos piensan que se trata de la traducción de un original hebreo
perdido, siendo esta la causa de que no
fuera recibido en el canon judío. Entre los antiguos intérpretes
cristianos el libro de Baruc se
consideraba, junto con el de Lamentaciones, como un apéndice de Jeremías, y es
por eso que en las listas de los libros inspirados de algunos concilios no
aparecen mencionados expresamente -no
porque se dudara de su canonicidad- pero
es a partir del siglo IV cuando se abre paso el título de Baruc, como distinto
del de Jeremías, y el Concilio de Trento lo incluyó por su nombre entre los
libros canónicos, que Lutero y algunos protestantes omitieron. Su estructura,
que hace referencia a la situación de los deportados en Babilonia y a las
causas de su destierro, es la siguiente:
1.
Introducción: (1,1-14) Presenta al autor, los motivos
del libro y su circunstancia con una breve descripción de la situación de los
desterrados y una petición de que ofrezcan sacrificios y oraciones.
2.
Confesión de los pecados y petición de perdón: (1,15-3,8)
Escrito en prosa, la sección comprende dos confesiones públicas, en que se
reconoce ante Dios los pecados pasados y sus desgraciadas consecuencias,
acompañadas de dos oraciones de súplica y de perdón. Se reclama la necesidad de
conversión por parte del pueblo y de sus gobernantes.
3.
Israel y la Sabiduría: (3,9-4,4)
Escrito en verso, consiste en un elogio a la sabiduría, que hace de esta
sección la más parecida a los libros sapienciales. Israel está en el destierro
por haber abandonado el camino del Señor, que es la Sabiduría que sólo viene de
Él y se expresa en la Ley.
4.
Conversión y gozo de Jerusalén: (4,5-5,9)
Escrito en forma poética incluye, alternándolos, pasajes de lamentaciones,
esperanza y consuelo.
5.
Carta de Jeremías: (6,1-7,2) Es
la carta del profeta dirigida a los deportados de Babilonia. Es una extensa
exhortación a no caer en el culto de los ídolos de las naciones, donde han sido
deportados; ridiculizando la idolatría en contraste con el poder del Señor,
Dios de Israel, que ha obrado maravillas en el cielo y la tierra.
Todo el libro, a pesar de la sencillez de su esquema, incluye varios
géneros literarios: cartas, oraciones de súplica, manifestaciones de
contricción, cantos de alabanza,
todo unido por un motivo común: pecado-auxilio-retorno.
La principal fuente de información acerca de
Baruc es el libro de Jeremías, en el que aparece Baruc -el escribiente- colaborador y hombre de confianza del
profeta, del que recibió el encargo de poner por escrito sus vaticinios para
leerlos en el templo delante del pueblo y del rey Yoyaquim de Judá; pero al
monarca no le gustó lo que oía y le quemó el rollo, si bien Baruc volvió a
escribir, al dictado, las profecías de Jeremías -no hay que olvidar que el profeta vaticinó las desgracias que iban a caer,
también sobre Babilonia-.
Pero todo lo relativo al libro -fecha, autenticidad, lenguaje,
composición- es objeto de discusión
entre los estudiosos, aunque se puede afirmar que, de manera general, las
características, los semitismos, las afinidades con Jeremías y Lamentaciones,
apoyan su atribución al secretario del profeta, aunque no lo garantizan ya que
también podría tratarse de un caso muy antiguo de pseudoepigrafía.
A pesar de esto, Baruc se presenta como un
puente entre los libros proféticos y los sapienciales; subrayando los temas
preferidos por los profetas: omnipotencia, unicidad y eternidad de Dios y
falsedad de los ídolos. El libro de Baruc ha sido poco comentado en el Nuevo
Testamento, si bien es posible encontrar algunos pasajes que evocan algunas
palabras del escrito profético. Por los Padres de la Iglesia ha sido más
considerado como un anexo al libro de Jeremías.
EZEQUIEL: El libro de Ezequiel ocupa el tercer
lugar dentro de los profetas mayores, después de Isaías y Jeremías. La unidad y
el orden son mayores en este libro que en el resto de los profetas,
dividiéndolo en dos partes casi de la misma extensión:
1.
La primera: (caps. 1-24) tiene carácter conminatorio
contra Israel por los delitos que ocasionaron el desastre de la deportación.
Comprende la visión inagural en Quebar y la vocación del profeta (1,1-3,26) las
acciones simbólicas y los oráculos que anuncian el asedio de Jerusalén
(caps.4-7), la teofanía en el Templo con la denuncia de los pecados allí
cometidos (caps.8-11) y los oráculos de condena de Judá e Israel ante la
inminente invasión babilónica (caps.12-24)
2. La
segunda parte : (caps.25-48) en cambio, pretende consolar a
los deportados y levantar su ánimo, mediante oráculos contra las naciones,
palabras y visiones cargadas de esperanza, aplicando un sistema tripartito y
simétrico, frecuente en otros libros proféticos: A- Juicio y condena de Israel
(caps.1-24) B- Transición: Juicio y condena de las naciones (caps.25-32) C-
Esperanza y renovación de Israel (caps.33-48)
La estructura refleja, de un lado, la
personalidad y función del profeta; y de otro, la figura soberana del Señor y
su presencia activa en la historia del pueblo. El profeta es, por decisión
divina, “centinela de la casa de Israel” para anunciar la Palabra del Señor y,
más propiamente, manifiesta Su presencia
en medio del pueblo, a través de
lo que denomina como “la gloria de Dios”; que es el elemento clave en la
estructura del libro, mostrándolo en las tres grandes visiones. Y esa gloria se
manifiesta en Ezequiel, que está lejos de la tierra prometida junto al lago
Quebar, entre los deportados de su pueblo; manifestando que el Señor no deja
desatendidos a los suyos en el momento de mayor desventura, al contrario, los
acompaña incluso en un país extranjero e impuro.
Muchos comentarios consideran que el libro
fue compuesto por el mismo profeta después de que pronunciara los discursos o
llevara a acabo las acciones simbólicas; es decir, así como en los libros de
Isaías o Jeremías cabe distinguir entre los oráculos los que proceden del
propio poeta y los que han sido añadidos después, en Ezequiel los intentos de
buscar estratos superpuestos han resultado vanos. Por eso, seguramente, estamos
ante el primer profeta que puso por escrito los oráculos y los gestos de su
actividad profética.
Ezequiel tiene muchos puntos de contacto con
los profetas anteriores a él, haciendo uso de fórmulas que evocan la profecía
antigua presente en Elías y Eliseo; pero sobre todo muestra gran afinidad con
Jeremías, explicando el destierro como castigo por los pecados, aunque su
estilo es mucho más reiterativo y barroco. Ezequiel utiliza oráculos, visiones,
amenazas, acciones simbólicas, etc. a través de un vocabulario de términos
hebreos, algunos arameos y babilónicos; así como el gusto por las descripciones
ampulosas que recuerdan su condición sacerdotal y su familiaridad con los
círculos sacerdotales, que tenían la misión de enseñar la ley al pueblo y
utilizaban la repetición como técnica pedagógica. Hacía servir con frecuencia
metáforas, como cuando describe la historia de Israel bajo las imágenes de
esposa infiel o usa poemas apasionados, como el de la espada, inspirado
probablemente en un canto babilónico más antiguo. Es por eso que Ezequiel utiliza
unos procedimientos propios que merecen especial atención:
·
Las visiones
marcan, como hemos indicado, los momentos cumbres del libro, como la que tuvo junto al río Quebar,
que transformó a Ezequiel en profeta y defensor
de la gloria de Dios. Así como la del Templo, profanado y abandonado de la
gloria divina que señaló el trágico momento de la destrucción de Jerusalén.
·
Las acciones simbólicas son oráculos en acción. Ezequiel interpreta la muerte
de su esposa, como señal de la desgracia que se cierne sobre Jerusalén; y
anteriormente, había reflejado el asedio y la destrucción de la ciudad santa
bajo acciones tan sorprendentes como afeitarse la cabeza y esparcir los
cabellos de forma ritual o comer y beber cantidades exiguas de agua, batir
palmas y patalear, etc. Algunos comentaristas han interpretado estas acciones
simbólicas, como recursos literarios que nunca se llevaron a efecto; pero otros
lo aceptan como reales, aunque la mayoría lo han entendido por su valor pedagógico,
sin motivos aparentes para negar su historicidad.
·
Las fórmulas fijas son frecuentes y forman parte de la técnica pedagógica del sacerdote
Ezequiel. Unas son sólo recursos de estilo para introducir una visión (“Miré y
ví” Ez.1,4) o un oráculo (“Me fue dirigida la palabra del Señor” Ez.6,1) otras,
sin embargo, tienen mayor calado doctrinal. Entre estas últimas caben destacar
dos:
1.
“Hijo de Hombre”: Se trata de un semitismo que equivale a “ser humano”, como “hijo de
la pobreza” equivale a ser pobre. Pero en Ezequiel aparece 93 veces y tiene un
alcance más profundo, ya que manifiesta que el profeta se considera uno de
tantos, un hombre vulgar a pesar de ser portavoz de Dios y enseña que entre
Dios y los hombres hay una distancia insalvable donde él se considera, ante la
gloria divina, una criatura débil e insignificante.
2.
“Tú sabrás que Yo soy el Señor”: Es una fórmula que ordinariamente cierra un oráculo
o que se introduce a raíz de una intervención divina; pero en Ezequiel se
encuentra en 54 ocasiones y en la segunda parte de la frase “Yo soy el Señor”
expresa, como en la literatura sacerdotal, la autoridad suprema de Dios que
cumple lo que promete: por eso sólo Él puede imponer al hombre obligaciones
indiscutibles. El Señor, que es trascendente al mundo, no es ajeno a la vida de
los hombres ya que quiere que todos se salven y conozcan la verdad.
Ezequiel era hijo del sacerdote Buzí y, a su
vez, sacerdote por linaje. En el año 597, todavía muy joven, formó parte de los
primeros deportados por Nabucodonosor; teniendo a los cinco años de su estancia
en Babilonia una aparición junto al lago Quebar, cerca del Eúfrates, que le
supuso una profunda transformación interior y que motivó que, en vez de
incorporarse a sus funciones sacerdotales, comenzara su actividad profética que
desarrolló con cierta regularidad.
Poco se conoce, con certeza de su vida y de
su muerte salvo que estuvo casado con una mujer, que amó con ternura, y que
murió de forma inesperada. El contenido y el estilo literario del libro rompen
los esquemas habituales de la profecía clásica y reflejan una personalidad
compleja que le hace entristecerse hasta el abatimiento, por la muerte de su
esposa o la destrucción de Jerusalén y de entusiasmarse, hasta batir palmas,
dar gritos o saltar de euforia por lo que acontece a los enemigos de Israel.
Ezequiel, que era intenso en todas sus emociones: alegrías, tristezas, dolores,
esperanzas, desalientos e ilusiones, puso por escrito sus visiones, oráculos y
vivencias más íntimas ya que, en aquel momento, el valor de la palabra escrita
era creciente y, seguramente, bajo su orientación también lo hicieron sus
discípulos más inmediatos.
La condición de profeta y sacerdote de
Ezequiel y la necesidad de explicar el aparente fracaso que suponía el destierro,
dan razón de su mensaje específico, pudiéndose observar tres grandes temas que
jalonan el libro:
1.
La santidad y trascendencia de Dios: Que se manifiesta en la teología del “Nombre de
Dios”. Sabido es que el nombre designaba a la persona, pero en la cultura
semita tenía especial relevancia porque conocer el nombre de alguien equivalía
a tener un cierto poder sobre él. De ahí que en la tradición sacerdotal
profanar el nombre de Dios, cantarlo o ensalzarlo equivalía a profanar, cantar
o ensalzar a Dios mismo. En la enseñanza de Ezequiel el “Nombre del Señor” es
santo y garantiza la vida del pueblo y por ello les perdonará y les hará
retornar a la tierra prometida, no por sus méritos, sino sólo por el honor de
su Nombre, que no permitirá que sea profanado por los gentiles.
2.
Pureza ritual y responsabilidad personal: En Ezequiel el pecado es designado con dos términos
conocidos en profetas anteriores: prostitución e impureza. Bajo la imagen de la
impureza y la prostitución, denuncia la idolatría y los pecados contra el culto
y los preceptos rituales; ya que de todos los profetas es el que hace más
hincapié en la necesidad de cumplir los preceptos y normas del Señor. Ezequiel
enseña que la historia de Israel ha estado siempre teñida de pecado: tanto en
Egipto como en el desierto; mostrando ese pecado como un acto de soberbia
contra el Señor, soberano supremo, más que considerarlo una falta de amor. En
el libro, el pecado tiene más connotaciones legales que morales, donde cada
generación es responsable de sus propios actos y tendrá que cargar con el
castigo inapelable que merezca; más aún, cada persona cargará con las
consecuencias de su pecado, no con la de sus antepasados. Pero Ezequiel también
recuerda la misericordia de Dios que, en el momento de la destrucción, salva un
resto con el que establece de nuevo la Alianza.
3.
La esperanza mesiánica: La esperanza salvífica, que ya se vislumbra en
algunas secciones de la primera parte, es el hilo conductor de los oráculos,
visiones y signos de la segunda. Dios no volverá a establecer un rey en el
trono de Israel, pero suscitará un príncipe a quien otorgará la heredad de
David y al que concederá privilegios especiales, llevando a cabo una alianza de
paz para vivir con sosiego. Ezequiel, por tanto, modifica la doctrina mesiánica
tradicional que ponía la esperanza en un rey descendiente de David, y fomenta
la esperanza en Dios mismo, que dará vida a su pueblo por Sí mismo o mediante
su Espíritu.
En tiempos de Jesús el libro de Ezequiel
apenas tuvo relevancia si se compara con el de Isaías y Jeremías; y en el Nuevo
Testamento no se incluye citas explícitas del profeta. Sin embargo, en la
literatura y la liturgia de la Iglesia ha ido creciendo su influencia con el
tiempo, ya que la visión de los huesos vivificados se ha interpretado como un
anuncio de la resurrección de los muertos para el juicio final. Y en teología
moral se desarrolla la doctrina de la responsabilidad personal y la necesidad
de un corazón nuevo como esperanza de las bendiciones divinas.