JEREMÍAS:
Es el segundo de los profetas
mayores y su libro está centrado en la figura y la predicación del profeta
Jeremías, que vivió en las últimas décadas del reino de Judá con la deportación a Babilonia de las
personas que tenían influencia en el país. Jeremías, como hemos dicho, desarrolló
su actividad en Judá, en los tiempos en que el
nuevo imperio babilónico comenzaba a constituir una amenaza para los
israelitas (año 605 a. C. y siguientes), amenaza que culminó con la caída
definitiva de Jerusalén ante las tropas de Nabucodonosor (587 a. C.) y la
deportación a Babilonia. El profeta fue testigo de excepción de estos
acontecimientos y de los que luego vivió la población que permaneció en el
territorio de Judá.
El
texto de Jeremías se ha conservado según dos versiones, algo diferentes, una es
la que se conoce a través de los manuscritos en lengua hebrea, y otra es la que
ha llegado a nuestros días a través de los códices griegos. El texto hebreo es
algo más largo, aunque su contenido es
prácticamente idéntico y posiblemente representa dos fases distintas dentro del
proceso literario de recopilación del conjunto de oráculos y relatos atribuidos
a Jeremías o que tienen al profeta de protagonista. En la tradición cristiana
han sido utilizadas ambas versiones dependiendo de los autores, de la época o
del lugar.
El libro de Jeremías, como el de Isaías y el
de Ezequiel, es muy extenso, conteniendo gran cantidad de oráculos procedentes
de épocas diversas que no están ordenados con una sucesión cronológica. Como la
traducción de la Biblia que sigo es la de la Universidad de Navarra, y ésta ha
seguido el texto hebreo, su estructura se
ha distinguido en tres partes a las que precede un prólogo y se cierra
con un epílogo:
Prólogo: Vocación y misión de Jeremías (1,1-19). Después de un escueto
encabezamiento, en el que se indica el tiempo de predicación de Jeremías, se
narra la vocación del profeta y la misión que el Señor le encomienda de predicar su palabra. Se exponen dos
misiones simbólicas: la visión de una rama de almendro y la de una olla
hirviendo que se vuelca desde el Norte.
Primera parte: Oráculos sobre Israel y Judá (2,1-25,38) Contiene una extensa
recopilación de oráculos de Jeremías sobre Israel y Judá procedentes de
distintas épocas que responden a diversas circunstancias históricas que vivió
el profeta. La primera sección tiene cierta continuidad con el tema de la rama
del almendro, que es el de la vigilancia, y constituye una llamada a la
conversión dirigida a la casa de Israel y de Judá; la segunda relacionada con
la visión de la olla hirviendo, está marcada por la amenaza que se cierne sobre
Judá y Jerusalén, con motivo de las incursiones militares de ciertos pueblos
extranjeros en su territorio. El profeta anuncia que la desgracia que se
avecina es consecuencia de la infidelidad a Dios por parte del pueblo elegido.
En la tercera sección se insiste en la inminencia del castigo a Jerusalén y en
la ruptura de la Alianza, como causa de ese castigo, todo ello expresado en
oráculos y acciones simbólicas.
Segunda Parte: Relatos biográficos sobre Jeremías (26,1-45,5) La primera parte estaba
constituida sobre todo por oráculos en verso y algunos pasajes ocasionalmente
redactados en prosa. Ahora sucede lo contrario, está compuesto por relatos en
prosa sobre la actividad de Jeremías, prestando especial atención a su
predicación oral y a sus acciones simbólicas. Se incluyen los conflictos que
hubo de afrontar con los sacerdotes y los falsos profetas y la apertura de ese
paréntesis esperanzador, con el llamado “libro de la consolación” -que constituye el núcleo teológico de todo
el libro- en el que se contienen
promesas de la restauración y reconstrucción de Jerusalén y de todo el pueblo,
sobre la base de una Nueva Alianza que había de mantenerse para siempre.
Después sigue la narración de los sufrimientos en los que se vio envuelto
Jeremías al desarrollar su misión, culminando en lo que se podría llamar “la
pasión de Jeremías”, ese cúmulo de padecimientos que sufrió antes y durante el
asedio de Jerusalén por las tropas babilónicas.
Tercera Parte: Oráculos sobre las naciones (46,1-51,64) Aparecen unos oráculos
dirigidos, no sólo a las naciones extranjeras del entorno de Israel y Judá,
sino también a los pueblos más distantes a éstos: Egipto, Filistea, Moab, Amón,
Edom, Damasco, Quedar y los reinos de Jasor, Elam y Babilonia.
Epílogo: La caída de Jerusalén (52,1-34) El libro se cierra con una sucinta
narración de los últimos momentos de la ciudad santa, que coincide en gran
parte con el contenido del segundo libro de los Reyes. El relato se extiende
hasta la caída de Jerusalén en manos de Nabucodonosor, la deportación que
siguió a ésta y el traslado a Babilonia de los tesoros del Templo del Señor.
Termina con una breve alusión, al buen trato recibido por el joven rey Yoyaquim
en Babilonia, mostrando así la protección que Dios dispensa a su pueblo hasta
en las circunstancias más adversas.
La enseñanza
del libro de Jeremías se refleja antes que nada en la propia vida y
personalidad del profeta, ya que sus actitudes personales y el modo con que
respondió a su vocación cuando vivía entre su pueblo, en momentos de profunda
crisis religiosa y social, tienen valor perenne. Nació en Anatot, pequeña
población de Judá en territorio de la tribu de Benjamín; provenía de linaje
sacerdotal y su actividad profética duró más de cuarenta años.
Después de la reforma religiosa del rey Josías (622 a C.) -donde
el profeta llamaba a la conversión y al anuncio de un severo escarmiento debido
al olvido de Dios que el pueblo había manifestado- el rey Yoyaquím subió al trono, en el 609 a
C., volviendo a una política de corrupción y abandono de la ley divina que
Jeremías denunció, sufriendo por esa causa prisión; y desde ella, a través de
su secretario Baruc, amonestó al pueblo en sus pecados más graves: el culto
externo y falso, la errónea seguridad religiosa, la idolatría y las injusticias
sociales.
Cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén
(597 a C.) y los sometió a vasallaje, sus habitantes seguían sin reconocer que
cuanto estaba sucediendo era el castigo merecido por sus repetidas
infidelidades a la Alianza, empeñándose en sacudirse el yugo babilónico con sus
propias fuerzas o con la ayuda de aliados extranjeros. Jeremías, por el
contrario, les exhortaba a que aceptaran la situación y se prepararan con una
profunda conversión interior. Su predicación logró que se enemistara con
todos -pueblo, sacerdotes, profetas y
reyes- siendo recluido en prisión hasta
que la ciudad cayó por segunda vez en manos de Babilonia, en el 587 a. C. con
una derrota definitiva. Posteriormente, muchos de los que habían permanecido en
Judá huyeron a Egipto forzando a Jeremías a ir con ellos y desde este momento
terminaron las noticias sobre su actividad profética.
Jeremías, que era un hombre de vida
ordinaria, sencilla y corriente, se encontró con las fuertes exigencias que le
había pedido el Señor y la misión que le había encomendado; comprobando que su
tarea no sería fácil y que su actividad se convertiría en ocasión de burla,
suscitando enemistades que le conducirían a dolorosas situaciones. Pero, a
pesar de todo, permaneció fiel, abriendo, a través de las denominadas
“Confesiones” -que resumen la
personalidad del poeta-, su corazón al Señor con sinceridad y confianza,
expresando con fuerza sus problemas y padecimientos.
El libro de Jeremías está impregnado de la doctrina
deuteronomista, que hunde sus raíces en la importancia del mensaje profético
para la vida de Israel. El profeta es el intérprete autorizado de la historia
para mostrar la enseñanza religiosa que de ella se desprende, insistiendo, una
y otra vez, que las desgracias que sobrevinieron a Judá y el destierro son
consecuencias inevitables de haber quebrantado la Alianza y que, por otra
parte, la salvación y prosperidad que se esperaban será fruto del mismo Dios
que es quien las otorga. Jeremías, como los demás profetas, enseña que el Dios
de Israel es el Señor, el único Dios vivo y verdadero. Todo está sometido a su
poder y nada permanece oculto a su presencia, ni siquiera las profundidades del
corazón humano; pero donde el profeta hace un verdadero hincapié es en la
Alianza, como cauce de la Revelación de Dios con su pueblo.
El “libro de la Consolación” que marca el
punto álgido de la enseñanza teológica de Jeremías se centra en el anuncio de
la Nueva Alianza que estará grabada en el corazón humano y permanecerá para
siempre. También nos recuerda que la salvación, no será fruto del esfuerzo
ético del pueblo, sino un don gratuito de Dios, pues el Señor cambiará sus
corazones e infundirá en ellos su temor para que permanezcan fieles a la
Alianza definitiva. En suma, Jeremías puede considerarse el último profeta que
anuncia un Mesías descendiente de David, pero con un horizonte más amplio donde
ya no será necesaria la presencia de un monarca, sino de un personaje que,
heredando las mismas prerrogativas, ejerza con perfección y justicia sus
funciones; o sea, un rey que además será el Salvador.
Jeremías ha sido considerado como uno de los
grandes profetas de Israel, a pesar de que no se le menciona como tal en el
Nuevo Testamento, aunque son numerosísimas las citas explícitas de su libro; de
todas formas, la principal relación entre el libro de Jeremías y el Nuevo
Testamento, se encuentra en la continuidad del anuncio hecho por el profeta de
una nueva Alianza entre Dios y su pueblo y el testimonio dado por el Evangelio
de que aquella Alianza se ha cumplido en Jesucristo. Los Apóstoles, tras la
Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, al reflexionar sobre ello,
comprendieron con claridad que el momento anunciado por Jeremías había llegado
y que la Nueva Alianza había sido sellada con la sangre de Cristo derramada en
la Cruz; por eso en la institución de la Eucaristía, transmitida por los
Sinópticos y por san Pablo, se testimonia que Jesús dijo: “Bebed todos de él; porque esta es mi sangre de la Nueva Alianza,
que es derramada por muchos para remisión de los pecados”. Si Jeremías anunciaba que la Ley de esta Nueva Alianza iba a estar
escrita en el corazón, san Pablo enseña que esa Nueva Ley es la ley de la Gracia
del Espíritu Santo que habita en los corazones de los cristianos mediante la fe
en Cristo.
A su vez, la vida y enseñanzas de Jeremías lo
presentan como un tipo o figura de Jesús en la tradición cristiana, siendo uno
de los más influyentes en la cristología, donde se encuentran muchas
referencias al profeta como fiel intérprete de la Palabra de Dios.
LAMENTACIONES:
El libro de Jeremías se cierra con
un epílogo que narra los últimos momentos de Jerusalén hasta que la ciudad cayó
en manos del rey Nabucodonosor, donde los principales del reino fueron
deportados y los tesoros del Templo trasladados a Babilonia. El libro de las Lamentaciones
es una colección de cinco cantos de duelo por la devastación de la ciudad
santa, cargados de gran riqueza lírica y espiritual, que constituye como un
segundo epílogo a Jeremías -sapiencial y
poético- que es continuación lógica de aquel que cierra el libro y por ello así
lo ha recibido y transmitido la tradición cristiana.
La estructura del libro es muy simple y está bien definida, constituyéndolo cinco
cantos, de los que el primero, el segundo y el cuarto son acrósticos -que
tienen veintidós versículos, tantos como letras del alfabeto hebreo, y las
letras iniciales de los versículos siguen el orden del alfabeto- el tercero también lo es, pero con una
estructura más compleja y el quinto no es acróstico, aunque tiene veintidós
versículos para recordar el alfabeto. Su contenido gira siempre en torno a la
situación ruinosa de Jerusalén y al dolor del pueblo aunque, no obstante, se
distinguen diversas perspectivas que caracterizan cada una de las
lamentaciones:
1.
Jerusalén desolada: (1,1-2,2) La
primera lamentación expresa con gran fuerza poética la desolación en la que se
encuentra la ciudad santa.
2.
La desgracia de Sión y sus causas: (2,1-22) Una vez descrita la lamentable condición de
Jerusalén, es el momento de preguntarse por los motivos que la han conducido a
la ruina; y desde el principio hasta el final queda claro que la causa
principal ha sido la ira del Señor
3.
Dolor personal por tanta ruina: (3,1-66) La emoción alcanza su cúspide en el tercer
canto, que es el centro del libro. Ya no se trata de la descripción del dolor,
sino que en primera persona se
manifiesta lo que se ha vivido y esas palabras descubren el progreso espiritual
que se ha dado en su interior: la ruina ha enseñado a tener paciencia y a mirar
hacia el Señor; por eso llama a los demás a examinar su conducta y a
convertirse, implorando juntos el perdón de Dios, que les proporcione la
salvación.
4.
La desgracia de Sión y sus responsables: (4,1-22) La cuarta lamentación vuelve a contemplar la
situación ruinosa de la ciudad santa y se pregunta por la actitud de las
personas a las que hay que responsabilizar de la postración: los profetas y los
sacerdotes.
5.
Súplica desde la desolación: (5,1-22) El libro culmina con una llamada apremiante a
Dios en busca de ayuda. La sucesión de los cinco cantos de duelo profundiza en
lo sucedido, moviendo a hacer examen y a convertirse; abriendo la esperanza
ante la confianza del auxilio de Dios.
Su composición, no hay duda de que es posterior a la caída de
Jerusalén en el año 587 a.C. mientras que la autoría del libro no está clara.
Se ha transmitido con frecuencia junto al libro de Jeremías, aunque no parece
que fuera el mismo profeta quien lo hubiera escrito, sino algún judío piadoso que
al contemplar las ruinas de la ciudad santa abriera su alma inspirada para
relatar, junto al profundo dolor, una honda actitud religiosa que reconoce el
dominio del Señor sobre la historia y por ello acude confiadamente a Él a
través de sus súplicas.
Una mirada superficial de lamentaciones
podría dar la impresión de que se trata de un libro triste, porque trata de
circunstancias muy duras en la historia de Israel; sin embargo, una lectura
pausada ayuda a captar las profundas convicciones de fe que subyacen en las
penas y súplicas contenidas en el libro; enseñándonos que la gravedad del pecado ha sido la causa que les
ha arrastrado a tales desgracias: se recurrió al apoyo de alianzas y poderes
humanos para buscar la salvación ante los enemigos, abandonando a Dios, y por
eso el Señor ha permitido esa aflicción. Pero junto a esa frustración no falta
una llamada a la confianza en Dios que permite el sufrimiento, no por venganza,
sino con un valor purificador que conlleva a la conversión y se asume con
sentido redentor; y así, desde la perspectiva de la propia limitación, se
resalta el valor de la oración ante Aquel que es el Señor del mundo y de la
historia. Lamentaciones ha sido un libro muy usado por la Iglesia en la
Liturgia de Semana Santa, porque pondera el valor redentor del sufrimiento ante
la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.