4 de octubre de 2013

¡Jeremías!



JEREMÍAS


Es el segundo de los profetas mayores y su libro está centrado en la figura y la predicación del profeta Jeremías, que vivió en las últimas décadas del reino de Judá  con la deportación a Babilonia de las personas que tenían influencia en el país. Jeremías, como hemos dicho, desarrolló su actividad en Judá, en los tiempos en que el  nuevo imperio babilónico comenzaba a constituir una amenaza para los israelitas (año 605 a. C. y siguientes), amenaza que culminó con la caída definitiva de Jerusalén ante las tropas de Nabucodonosor (587 a. C.) y la deportación a Babilonia. El profeta fue testigo de excepción de estos acontecimientos y de los que luego vivió la población que permaneció en el territorio de Judá.



   El texto de Jeremías se ha conservado según dos versiones, algo diferentes, una es la que se conoce a través de los manuscritos en lengua hebrea, y otra es la que ha llegado a nuestros días a través de los códices griegos. El texto hebreo es algo más largo, aunque su  contenido es prácticamente idéntico y posiblemente representa dos fases distintas dentro del proceso literario de recopilación del conjunto de oráculos y relatos atribuidos a Jeremías o que tienen al profeta de protagonista. En la tradición cristiana han sido utilizadas ambas versiones dependiendo de los autores, de la época o del lugar.



   El libro de Jeremías, como el de Isaías y el de Ezequiel, es muy extenso, conteniendo gran cantidad de oráculos procedentes de épocas diversas que no están ordenados con una sucesión cronológica. Como la traducción de la Biblia que sigo es la de la Universidad de Navarra, y ésta ha seguido el texto hebreo, su estructura se  ha distinguido en tres partes a las que precede un prólogo y se cierra con un epílogo:



Prólogo: Vocación y misión de Jeremías (1,1-19). Después de un escueto encabezamiento, en el que se indica el tiempo de predicación de Jeremías, se narra la vocación del profeta y la misión que el Señor le encomienda  de predicar su palabra. Se exponen dos misiones simbólicas: la visión de una rama de almendro y la de una olla hirviendo que se vuelca desde el Norte.



Primera parte: Oráculos sobre Israel y Judá (2,1-25,38) Contiene una extensa recopilación de oráculos de Jeremías sobre Israel y Judá procedentes de distintas épocas que responden a diversas circunstancias históricas que vivió el profeta. La primera sección tiene cierta continuidad con el tema de la rama del almendro, que es el de la vigilancia, y constituye una llamada a la conversión dirigida a la casa de Israel y de Judá; la segunda relacionada con la visión de la olla hirviendo, está marcada por la amenaza que se cierne sobre Judá y Jerusalén, con motivo de las incursiones militares de ciertos pueblos extranjeros en su territorio. El profeta anuncia que la desgracia que se avecina es consecuencia de la infidelidad a Dios por parte del pueblo elegido. En la tercera sección se insiste en la inminencia del castigo a Jerusalén y en la ruptura de la Alianza, como causa de ese castigo, todo ello expresado en oráculos y acciones simbólicas.



Segunda Parte: Relatos biográficos sobre Jeremías (26,1-45,5) La primera parte estaba constituida sobre todo por oráculos en verso y algunos pasajes ocasionalmente redactados en prosa. Ahora sucede lo contrario, está compuesto por relatos en prosa sobre la actividad de Jeremías, prestando especial atención a su predicación oral y a sus acciones simbólicas. Se incluyen los conflictos que hubo de afrontar con los sacerdotes y los falsos profetas y la apertura de ese paréntesis esperanzador, con el llamado “libro de la consolación”  -que constituye el núcleo teológico de todo el libro-  en el que se contienen promesas de la restauración y reconstrucción de Jerusalén y de todo el pueblo, sobre la base de una Nueva Alianza que había de mantenerse para siempre. Después sigue la narración de los sufrimientos en los que se vio envuelto Jeremías al desarrollar su misión, culminando en lo que se podría llamar “la pasión de Jeremías”, ese cúmulo de padecimientos que sufrió antes y durante el asedio de Jerusalén por las tropas babilónicas.



Tercera Parte: Oráculos sobre las naciones (46,1-51,64) Aparecen unos oráculos dirigidos, no sólo a las naciones extranjeras del entorno de Israel y Judá, sino también a los pueblos más distantes a éstos: Egipto, Filistea, Moab, Amón, Edom, Damasco, Quedar y los reinos de Jasor, Elam y Babilonia.



Epílogo: La caída de Jerusalén (52,1-34) El libro se cierra con una sucinta narración de los últimos momentos de la ciudad santa, que coincide en gran parte con el contenido del segundo libro de los Reyes. El relato se extiende hasta la caída de Jerusalén en manos de Nabucodonosor, la deportación que siguió a ésta y el traslado a Babilonia de los tesoros del Templo del Señor. Termina con una breve alusión, al buen trato recibido por el joven rey Yoyaquim en Babilonia, mostrando así la protección que Dios dispensa a su pueblo hasta en las circunstancias más adversas.



   La enseñanza del libro de Jeremías se refleja antes que nada en la propia vida y personalidad del profeta, ya que sus actitudes personales y el modo con que respondió a su vocación cuando vivía entre su pueblo, en momentos de profunda crisis religiosa y social, tienen valor perenne. Nació en Anatot, pequeña población de Judá en territorio de la tribu de Benjamín; provenía de linaje sacerdotal y su actividad profética duró más de cuarenta años.



   Después de la reforma religiosa del rey Josías (622 a C.)   -donde el profeta llamaba a la conversión y al anuncio de un severo escarmiento debido al olvido de Dios que el pueblo había manifestado-  el rey Yoyaquím subió al trono, en el 609 a C., volviendo a una política de corrupción y abandono de la ley divina que Jeremías denunció, sufriendo por esa causa prisión; y desde ella, a través de su secretario Baruc, amonestó al pueblo en sus pecados más graves: el culto externo y falso, la errónea seguridad religiosa, la idolatría y las injusticias sociales.



   Cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén (597 a C.) y los sometió a vasallaje, sus habitantes seguían sin reconocer que cuanto estaba sucediendo era el castigo merecido por sus repetidas infidelidades a la Alianza, empeñándose en sacudirse el yugo babilónico con sus propias fuerzas o con la ayuda de aliados extranjeros. Jeremías, por el contrario, les exhortaba a que aceptaran la situación y se prepararan con una profunda conversión interior. Su predicación logró que se enemistara con todos            -pueblo, sacerdotes, profetas y reyes-  siendo recluido en prisión hasta que la ciudad cayó por segunda vez en manos de Babilonia, en el 587 a. C. con una derrota definitiva. Posteriormente, muchos de los que habían permanecido en Judá huyeron a Egipto forzando a Jeremías a ir con ellos y desde este momento terminaron las noticias sobre su actividad profética.



   Jeremías, que era un hombre de vida ordinaria, sencilla y corriente, se encontró con las fuertes exigencias que le había pedido el Señor y la misión que le había encomendado; comprobando que su tarea no sería fácil y que su actividad se convertiría en ocasión de burla, suscitando enemistades que le conducirían a dolorosas situaciones. Pero, a pesar de todo, permaneció fiel, abriendo, a través de las denominadas “Confesiones”  -que resumen la personalidad del poeta-, su corazón al Señor con sinceridad y confianza, expresando con fuerza sus problemas y padecimientos.



   El libro de Jeremías está impregnado de la doctrina deuteronomista, que hunde sus raíces en la importancia del mensaje profético para la vida de Israel. El profeta es el intérprete autorizado de la historia para mostrar la enseñanza religiosa que de ella se desprende, insistiendo, una y otra vez, que las desgracias que sobrevinieron a Judá y el destierro son consecuencias inevitables de haber quebrantado la Alianza y que, por otra parte, la salvación y prosperidad que se esperaban será fruto del mismo Dios que es quien las otorga. Jeremías, como los demás profetas, enseña que el Dios de Israel es el Señor, el único Dios vivo y verdadero. Todo está sometido a su poder y nada permanece oculto a su presencia, ni siquiera las profundidades del corazón humano; pero donde el profeta hace un verdadero hincapié es en la Alianza, como cauce de la Revelación de Dios con su pueblo.



   El “libro de la Consolación” que marca el punto álgido de la enseñanza teológica de Jeremías se centra en el anuncio de la Nueva Alianza que estará grabada en el corazón humano y permanecerá para siempre. También nos recuerda que la salvación, no será fruto del esfuerzo ético del pueblo, sino un don gratuito de Dios, pues el Señor cambiará sus corazones e infundirá en ellos su temor para que permanezcan fieles a la Alianza definitiva. En suma, Jeremías puede considerarse el último profeta que anuncia un Mesías descendiente de David, pero con un horizonte más amplio donde ya no será necesaria la presencia de un monarca, sino de un personaje que, heredando las mismas prerrogativas, ejerza con perfección y justicia sus funciones; o sea, un rey que además será el Salvador.



   Jeremías ha sido considerado como uno de los grandes profetas de Israel, a pesar de que no se le menciona como tal en el Nuevo Testamento, aunque son numerosísimas las citas explícitas de su libro; de todas formas, la principal relación entre el libro de Jeremías y el Nuevo Testamento, se encuentra en la continuidad del anuncio hecho por el profeta de una nueva Alianza entre Dios y su pueblo y el testimonio dado por el Evangelio de que aquella Alianza se ha cumplido en Jesucristo. Los Apóstoles, tras la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, al reflexionar sobre ello, comprendieron con claridad que el momento anunciado por Jeremías había llegado y que la Nueva Alianza había sido sellada con la sangre de Cristo derramada en la Cruz; por eso en la institución de la Eucaristía, transmitida por los Sinópticos y por san Pablo, se testimonia que Jesús dijo: “Bebed todos de él; porque esta es mi sangre de la Nueva Alianza, que es derramada por muchos para remisión de los pecados”. Si Jeremías anunciaba que la Ley de esta Nueva Alianza iba a estar escrita en el corazón, san Pablo enseña que esa Nueva Ley es la ley de la Gracia del Espíritu Santo que habita en los corazones de los cristianos mediante la fe en Cristo.



   A su vez, la vida y enseñanzas de Jeremías lo presentan como un tipo o figura de Jesús en la tradición cristiana, siendo uno de los más influyentes en la cristología, donde se encuentran muchas referencias al profeta como fiel intérprete de la Palabra de Dios.




LAMENTACIONES: 

El libro de Jeremías se cierra con un epílogo que narra los últimos momentos de Jerusalén hasta que la ciudad cayó en manos del rey Nabucodonosor, donde los principales del reino fueron deportados y los tesoros del Templo trasladados a Babilonia. El libro de las Lamentaciones es una colección de cinco cantos de duelo por la devastación de la ciudad santa, cargados de gran riqueza lírica y espiritual, que constituye como un segundo epílogo a Jeremías  -sapiencial y poético- que es continuación lógica de aquel que cierra el libro y por ello así lo ha recibido y transmitido la tradición cristiana.


   La estructura del libro es muy simple  y está bien definida, constituyéndolo cinco cantos, de los que el primero, el segundo y el cuarto son acrósticos       -que tienen veintidós versículos, tantos como letras del alfabeto hebreo, y las letras iniciales de los versículos siguen el orden del alfabeto-  el tercero también lo es, pero con una estructura más compleja y el quinto no es acróstico, aunque tiene veintidós versículos para recordar el alfabeto. Su contenido gira siempre en torno a la situación ruinosa de Jerusalén y al dolor del pueblo aunque, no obstante, se distinguen diversas perspectivas que caracterizan cada una de las lamentaciones:



1.     Jerusalén desolada: (1,1-2,2) La primera lamentación expresa con gran fuerza poética la desolación en la que se encuentra la ciudad santa.

2.     La desgracia de Sión y sus causas: (2,1-22) Una vez descrita la lamentable condición de Jerusalén, es el momento de preguntarse por los motivos que la han conducido a la ruina; y desde el principio hasta el final queda claro que la causa principal ha sido la ira del Señor

3.     Dolor personal por tanta ruina: (3,1-66) La emoción alcanza su cúspide en el tercer canto, que es el centro del libro. Ya no se trata de la descripción del dolor, sino que en  primera persona se manifiesta lo que se ha vivido y esas palabras descubren el progreso espiritual que se ha dado en su interior: la ruina ha enseñado a tener paciencia y a mirar hacia el Señor; por eso llama a los demás a examinar su conducta y a convertirse, implorando juntos el perdón de Dios, que les proporcione la salvación.

4.     La desgracia de Sión y sus responsables: (4,1-22) La cuarta lamentación vuelve a contemplar la situación ruinosa de la ciudad santa y se pregunta por la actitud de las personas a las que hay que responsabilizar de la postración: los profetas y los sacerdotes.

5.     Súplica desde la desolación: (5,1-22) El libro culmina con una llamada apremiante a Dios en busca de ayuda. La sucesión de los cinco cantos de duelo profundiza en lo sucedido, moviendo a hacer examen y a convertirse; abriendo la esperanza ante la confianza del auxilio de Dios.



   Su composición, no hay duda de que es posterior a la caída de Jerusalén en el año 587 a.C. mientras que la autoría del libro no está clara. Se ha transmitido con frecuencia junto al libro de Jeremías, aunque no parece que fuera el mismo profeta quien lo hubiera escrito, sino algún judío piadoso que al contemplar las ruinas de la ciudad santa abriera su alma inspirada para relatar, junto al profundo dolor, una honda actitud religiosa que reconoce el dominio del Señor sobre la historia y por ello acude confiadamente a Él a través de sus súplicas.



   Una mirada superficial de lamentaciones podría dar la impresión de que se trata de un libro triste, porque trata de circunstancias muy duras en la historia de Israel; sin embargo, una lectura pausada ayuda a captar las profundas convicciones de fe que subyacen en las penas y súplicas contenidas en el libro; enseñándonos que la  gravedad del pecado ha sido la causa que les ha arrastrado a tales desgracias: se recurrió al apoyo de alianzas y poderes humanos para buscar la salvación ante los enemigos, abandonando a Dios, y por eso el Señor ha permitido esa aflicción. Pero junto a esa frustración no falta una llamada a la confianza en Dios que permite el sufrimiento, no por venganza, sino con un valor purificador que conlleva a la conversión y se asume con sentido redentor; y así, desde la perspectiva de la propia limitación, se resalta el valor de la oración ante Aquel que es el Señor del mundo y de la historia. Lamentaciones ha sido un libro muy usado por la Iglesia en la Liturgia de Semana Santa, porque pondera el valor redentor del sufrimiento ante la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.