21 de octubre de 2013

¡Orad sin descanso!



Evangelio según San Lucas 18,1-8.


Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Lucas nos presenta una parábola de Jesús que contiene, para mí, la enseñanza más maravillosa y profunda que ha surgido de los labios del Señor: el poder de la oración. Nos habla de la necesidad en la perseverancia de dirigir nuestras súplicas a Dios y, sobre todo, de su eficacia.

  En estos momentos tan difíciles que todos estamos viviendo y donde las personas no escatiman esfuerzos, recurriendo a todo aquello que consideran que puede facilitarles la vida - inclusive medios esotéricos y adivinatorios-  me llama la atención que una práctica tan cristiana, que aparte es gratuita, como es rezar pidiendo al Padre el auxilio divino, nos parezca una tontería y ni tan siquiera lo intentemos. Creo que si uno se siente perdido en medio de un bosque, tras haber recorrido un sinfín de caminos, y alguien le habla de un sendero que parece ser seguro para alcanzar su destino, es de ser poco inteligente no probarlo por tener prejuicios infundados.

  Fijaros si es importante hablar con Dios –que eso es rezar- que el Señor no nos ha prescrito que trabajemos ni ayunemos constantemente, pero sí que oremos sin descanso. Ante todo, porque el que se dirige a Dios tiene, en el fondo, el convencimiento de que va a ser escuchado; de que su súplica, si es para su beneficio, no va a ser desoída. No podemos olvidar que el Nuevo Testamento está plagado de ejemplos en los que vemos que Jesús no quiere que el milagro, la evidencia, nos mueva a creer. Sino que es el acto de fe, la entrega de nuestro entendimiento y nuestra voluntad, la que mueve al Señor en su amor a obrar el milagro. Esa es la actitud que debe mover al discípulo que basa su vida en esa comunicación constante con la Providencia. Que, venciendo a la pereza –que es una tentación del diablo- levanta los ojos a Dios en todas las circunstancias: en unas para pedir ayuda; en otras para agradecer los beneficios dados.

  Y así comprendemos que, como nos han dicho grandes santos, orar no es hacer cosas especiales ni crear mundos aparte del habitual. No; orar es convertir la vida cotidiana en un trato permanente con la Divinidad. Es ofrecer nuestro día al Señor y entregarle las dificultades como pequeñas cruces que soportamos con alegría, por amor a su Nombre. Rezamos en la calle y en el coche, comentando con nuestro Dios las diferentes situaciones que nos surgen; y oramos por esos hermanos que se cruzan con nosotros, y cuya expresión taciturna denota una profunda tristeza existencial.

  No tomamos decisiones importantes, sin haberlas consultado con el Espíritu Santo; antes, durante o después de haber recibido al Señor en la Eucaristía. Sólo esa es la manera de unir nuestra oración a las obras y las obras a nuestra oración. Sólo esa es la manera de vivir en Cristo y que Cristo viva en nosotros. Así, con ese convencimiento que surge de una vida cuyo centro es Dios, y por ello la oración forma parte de nuestro existir diario, seremos capaces de crecernos ante todas las dificultades; porque estamos convencidos de que la ayuda de la Gracia no nos ha de faltar. Y aunque compartamos tribulaciones o pasemos por malos momentos, la alegría cristiana nos inundará al comprender que todo aquello que el Padre permite que suceda, sólo puede ser camino pedagógico que nos llevará a un bien mayor.

  El amor del Señor nos librará, si se lo pedimos, de todo aquello que no es bueno para nosotros; es una tentación del maligno o nos quita la paz. Sabemos dónde está el agua de la Vida, pero debemos querer ir a buscarla y esforzándonos, recurrir a ella. Nadie como Dios respeta tanto nuestra libertad; pero es un absurdo no ejercerla y no decidir ponernos en el camino que de verdad nos conduce a la Felicidad: el de la fe en la plegaria.