26 de octubre de 2013

¡Sigamos las pistas!



Evangelio según San Lucas 12,54-59.


Dijo también a la multitud: "Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede.
Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?
¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?
Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel.
Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, el Señor esgrime una queja ante aquellos que le escuchan. Y lo hace, porque son muy capaces de elaborar planes sobre sus  circunstancias habituales observando, simplemente, los signos metereológicos; y, en cambio, son incapaces de hacer lo mismo con su vida espiritual, a pesar de los muchos signos sobrenaturales que Dios les ha enviado. Vemos como Jesús juega inteligentemente, en este episodio, con los dos significados de la palabra “tiempo”; y lo hace porque aquellos hombres de su generación muestran un doble tipo de razonamiento: uno lo utilizan, con lógica, para juzgar las cosas de la tierra; y, sin embargo, lo juzgan a Él de una forma ciega y sin sentido.

  Sus milagros, sus palabras y sus actos deberían ser para cualquier persona que no estuviera cargada de perjuicios, suficiente para confesarle como el Mesías prometido. Pero todos estos hechos que confirman lo anunciado por los profetas, son obviados, o bien tergiversados, para no tener que aceptar una realidad que, a todas luces, les resultaba incómoda. El Señor viene a manifestarles el error que han cometido; su mala interpretación de la Escritura donde el Hijo libera, en realidad, al hombre de la esclavitud del pecado. Y el pecado comienza en nuestro interior, desobedeciendo a Dios; y se manifiesta en el menosprecio y la injusticia con nuestros hermanos. No; no les interesaba a esos doctores de la Ley, escuchar las palabras del Maestro que les descubría que no había diferencia ante Dios entre ellos y aquellos “mínimos”, a los que ni siquiera permitían ocupar un lugar en la Sinagoga. Que por aquellos a los que ellos ni siquiera se acercaban, Cristo iba a derramar hasta la última gota de su sangre. El problema no era que por culturas distintas les fuera difícil convivir con unas personas determinadas, sino creerse que eran mejores que ellas y no ser capaces de aceptar que tenían sus mismos derechos como hijos de Dios.

  Esa postura que el Señor critica a sus coetáneos, como veréis no es exclusiva de los contemporáneos de Jesús; sino que se sigue produciendo, tristemente, en nuestros días. Cada vez más, los hombres somos capaces de descubrir adelantos que nos hacen la vida más agradable y, en cambio, cada vez más pasamos por alto aquellos signos que Dios nos ha mostrado, para ser estudiados en el fondo de nuestras conciencias. Parece que queremos apartar de la vida cotidiana la realidad religiosa, que forma parte de la entraña natural del ser humano desde los primeros momentos de su existencia. No es gratuito que en las excavaciones arqueológicas más antiguas, se hayan encontrado restos de altares dirigidos a divinidades desconocidas; así como enterramientos que han demostrado como a diferencia del resto de los animales, las personas hemos honrado nuestros cuerpos con la sepultura, por estar convencidos de que éstos iban a tener una vida futura. Somos una unidad inseparable de cuerpo y espíritu, llamados por Dios a la vida para poner a Dios en todas las circunstancias de la vida. Somos personas en una búsqueda constante que sólo halla respuesta cuando se encuentra con su Creador. Por eso Jesús nos avisa que, para encontrar la paz y la felicidad, es necesario seguir las “pistas” que el Rey de Reyes ha dejado en su Revelación, tanto natural como sobrenatural. He ignorarlas no quiere decir que no existan, sino que no tenemos el valor de descubrirlas, por miedo a que nos puedan comprometer.

  Con la imagen del adversario y el Magistrado, Jesús nos enseña que todavía tenemos tiempo de rectificar, porque todavía nos hallamos en el tiempo de merecer, de escoger en libertad cómo y con quién deseamos compartir nuestro futuro. Pero no olvidemos que todos estamos condenados, en un instante desconocido, a terminar ese camino que no tiene vuelta atrás. Y, como siempre os digo, nadie nos garantiza que sea largo para prepararnos; ni cómodo, para cambiar. Nuestra vida es la que es; la que Dios ha permitido y nosotros, a golpe de libertad, nos hemos forjado. Una vida que sólo debe tener una finalidad, que es la causa por la que se deben regir nuestros actos: el encuentro con Dios hoy, aquí y ahora.