OSEAS:
Viene en primer lugar en la colección
de “Profetas Menores”, como indicio de la importancia que se le dio tanto en el
canon hebraico como en el cristiano. El libro es extenso pero recoge muy pocas
noticias de la actividad del profeta, por lo que indica que el autor del
escrito tenía más interés en transmitir las palabras del profeta que en
presentar a quién las pronunció. Por indicios del texto, podemos conjeturar que
Oseas ejerció su actividad en los últimos años de Jeroboam II de Israel
(788-747 a. C.) y en las décadas de convulsiones que sucedieron a la época de
esplendor de este monarca. Sin embargo, parece que no conoció la caída de
Samaría en el año 721 a. C.; por tanto
su ministerio debe situarse aproximadamente entre el 750 y el 725 a.C.
El texto no es de fácil lectura, ya que
parece escrito en el dialecto del Norte; sin embargo, su lenguaje nos muestra
que estamos ante un poeta creativo y tierno: conoce el amor del Señor por su
pueblo y sabe expresarlo con imágenes audaces y apropiadas al ambiente de sus
oyentes. Lo más probable es que alguno o algunos de sus oyentes o discípulos
fijaran por escrito el mensaje del profeta, dándole una estructura que tuvo más
en cuenta los temas que las fechas y circunstancias en que fueron pronunciados
los oráculos; aunque se cree, casi con toda seguridad, que todo el libro
procede del propio Oseas. Éste presenta dos partes de extensión desigual; donde
la primera contiene la misión del profeta y su matrimonio simbólico, que es
fundamental para entender el mensaje global de Oseas. La segunda, más extensa,
está constituida por una recopilación de oráculos que tienen como hilo conductor
la fidelidad de Dios y la infidelidad de Israel (el reino de Samaría o Efraím).
El esquema del libro es el siguiente:
·
Título: (1,1)
·
Matrimonio de Oseas: (1,2-3,5) Es un conjunto homogéneo que bien
puede tenerse como núcleo significativo del libro: la historia del profeta
(1,2-2,3; 3,1-5) es símbolo y sirve de base para expresar los sentimientos de
Dios hacia Israel (2,4-25)
·
Los pecados de Israel: (4,1-11,11)
Conjunto heterogéneo de oráculos en los que se denuncian las infidelidades de
Israel. Los pecados condenados son de orden moral, de orden político, de
idolatría y de sincretismo, de cuestiones referentes al culto, etc… Se condenan
por que en todos ellos se falta a la exclusividad que exige el amor de Dios;
por eso, con base a la imagen esponsal expuesta en la primera parte, se dice
continuamente que son pecados de fornicación. Concluye la sección con un bello
poema en el que Dios se presenta ante Israel, no sólo como el esposo solícito,
sino también como el padre apasionado con su hijo.
·
La infidelidad de Israel: (12,1-14,9)
Nuevos oráculos de condena a Israel, que cae en los mismos pecados: olvido de
Dios, la idolatría y el sincretismo: El amor de Dios por Israel se enriquece
aquí por otro motivo: Israel, aunque rebelde con su padre Jacob, tiene como
origen la elección por parte del Señor.
·
Conclusión sapiencial: (14,10)
El ministerio de Oseas -entre los años 750-725 a. C.
aproximadamente- coincidió con la época
de esplendor de Jeroboam II y con el posterior derrumbamiento del reino del
Norte; en este tiempo se sucedieron seis reyes en veinte años, que fueron
asesinados o depuestos, viviendo en un caos al que contribuyó el imperio asirio
que invadía sucesivamente la región, imponiendo pesados tributos y realizando
deportaciones masivas. Finalmente Salmanasar
sitió Samaría y su hijo Sargón II terminó tomándola, aniquilando para
siempre el reino de Israel. Situado entre imperios poderosos como el asirio o
el egipcio, un reino pequeño como Israel tuvo que recurrir, para poder
sobrevivir, a pactos políticos y al pago de tributos que conllevaron el
compromiso de culto en el que el Señor, Dios de Israel, era venerado junto a
otras divinidades de aquellos pueblos; y este sincretismo religioso es el que
condena el profeta y, según la reflexión del autor del libro de los Reyes, una
de las causas más importantes de la posterior desaparición de Israel.
A este sincretismo también contribuyó la
política de alianzas matrimoniales de algunos monarcas del reino del Norte con princesas fenicio-cananeas, favoreciendo
las prácticas idolátricas que se pretendían compaginar con la fe en el Señor;
motivando, en los profetas de Israel, la defensa de la pureza Yahwista y de sus
exigencias morales y cultuales como tarea primordial. Esta situación, unida al
hecho de que el pueblo se apartaba de Dios en los momentos de bienestar, es el
contexto que explica el tono de los oráculos del libro, donde Oseas se esforzó
por enseñar al pueblo el monoteísmo absoluto y exclusivo que comportaba haber
sido elegido por el Señor; pero no lo hizo con amenazas tremendistas, sino con
imágenes entrañables que lo descubren como un gran poeta creador de símbolos,
comparaciones y expresiones novedosas del amor de Dios por su pueblo que
influyeron poderosamente en los escritos proféticos posteriores, y dejaron su
legado en la historia de la Revelación.
En el segundo contexto del libro se habla de
la historia del matrimonio del profeta con una mujer infiel a la que amaba
apasionadamente, a pesar de sus infidelidades, y su posterior reconciliación.
Algunos intérpretes judíos y cristianos argumentaron a favor de que el relato
es un símbolo que expondría de modo agresivo la infidelidad de Israel; pero
entre los eruditos más actuales prevalece el criterio de que la dolorosa
experiencia fue real y dio paso a la vivencia de un amor intenso, en el que, a
pesar de la infidelidad reiterada de la persona amada, el amante no dejó de
amarla. Esa circunstancia
motivó que las faltas de fidelidad, a la Alianza esponsal del Señor, que tuvo
Israel -idolatría, sincretismo, faltas a
los mandamientos, olvido de Dios en momentos de bienestar, etc.- fueran expresadas por el profeta como un
símil del sentimiento vital que sufría de su propia experiencia. Y cuando Dios
le pidió al profeta que con su fidelidad conquistara de nuevo el amor de la
mujer, enseñó también que Dios no se cansaba de perdonar y que, con su
fidelidad, estaba dispuesto a restaurar las relaciones con su pueblo.
Ningún profeta, ni siquiera Jeremías o
Isaías, había igualado a Oseas en la manera tan vehemente de expresar el
misterio del amor de Dios por su pueblo. El amor esponsal de Dios encontrará
eco sobre todo en Jeremías y en la lírica del Cantar de los Cantares, aunque en
Oseas halló el precedente máximo antes de mostrarse en la realidad amorosa y
tangible de la vida del Hijo de Dios hecho hombre; como anticipo de la
Revelación plena de Dios en Jesucristo porque Dios es, por encima de cualquier
otra cosa, amor.
Lo que
es novedoso y original en Oseas es la lógica de la conversión del pueblo, el
retorno del Señor -objetivo de los
profetas- que en la tradición seguía la
secuencia de la elección, el pecado, la conversión y el perdón de Dios; pero en
el libro de Oseas el orden de estos dos últimos términos se invierte, porque el
perdón precede a la conversión. Y es por ello que el profeta es el gran
precursor del Nuevo Testamento, en el que la propia conversión es un don
gratuito de Dios, ya que ésta se produce como respuesta al amor de Dios,
siempre dispuesto a perdonar. En el Nuevo Testamento encontraremos muchas
referencias a Oseas para mostrar cumplidos , en la vida y enseñanzas de Jesús,
los oráculos del profeta; pero aún más que las citas, lo verdaderamente
importante del legado de Oseas es su sintonía con el mensaje del Evangelio:
“Dios es amor”. Amor por su pueblo,
a pesar de la infidelidad de éste; amor por la criatura humana, a pesar de
nuestros pecados, y así la idea de gratuidad de la elección y del perdón se
prolongará en la Iglesia donde cada fiel experimenta personalmente la
predilección divina.