22 de diciembre de 2013

¡Los Evangelios!



EVANGELIOS:

   La palabra “evangelio” de procedencia griega, significa originariamente “buena noticia”, y a pesar de que ha sido utilizada, por diversos motivos en otras épocas, el Nuevo Testamento la utilizó para expresar el anuncio de la llegada de los tiempos mesiánicos, en los que Dios salvará a su pueblo. Al comienzo de su ministerio público, Jesús invitó a creer en el evangelio del Reino de Dios, la buena noticia del advenimiento del Reino que El anunciaba y que llegó con Él. Esa buena noticia de la salvación tenía, y tiene, que alcanzar al mundo entero y por eso, al final de su vida terrena, envió a sus apóstoles a predicarlo a toda criatura.

   Así,  la predicación apostólica acerca de la vida y las enseñanzas de Jesús es propiamente “Evangelio”, buena noticia; incluyendo no sólo las palabras de Jesús, sino su semblanza: el contenido del Evangelio es el mismo Jesucristo, en quien se cumplen las promesas salvadoras que Dios hizo en el Antiguo Testamento. Sólo existe un Evangelio: el predicado por los Apóstoles, que a su vez lo recibieron de Cristo y lo proclamaron con la fuerza del Espíritu Santo, y más tarde, cuando fue puesto por escrito, la misma palabra se aplicó a los libros que contenían el Evangelio predicado. El origen de los “Evangelios” escritos está, pues, en la predicación apostólica o kerigma.

   Jesucristo no envió a sus discípulos a escribir, sino a predicar, y ellos se ocuparon de difundir, con los medios a su alcance, la buena noticia que es Jesucristo. Es de esa predicación apostólica de donde nacen los evangelios; pero éstos no son una crónica contemporánea sobre la actividad de Jesús registrada por sus discípulos, sino el resultado en el tiempo que va de un estado oral a otro escrito para que sea definitivo. Los apóstoles, ciertamente después de la Ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho, con aquel conocimiento mayor  que  gozaban, ilustrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo que habían visto y por la luz del Espíritu de la Verdad.

   Pero por el miedo a que la palabra oral se perdiera y para poder enviar el mensaje a lugares distantes donde se fundaban iglesias, los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas de las muchas cosas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras o desarrollando algunos temas que convenían a la condición de las iglesias, reteniendo la forma de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús.

   Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos; ya de testimonios de quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra  -Apóstoles y discípulos-  para que conozcamos la verdad de lo que nos enseñaron. Se distinguen tres momentos importantes para conocer la redacción de los evangelios:

1.     El primer momento es la vida y enseñanza de Jesús: ya que esos escritos nos transmiten la actividad de Jesús en Palestina en las tres primeras décadas de nuestra era.
2.     El segundo momento: que corresponde genéricamente a los años 30-60, es el de la predicación apostólica. Los apóstoles, tras la ascensión del Señor, predicaron las obras y las palabras de Cristo, pero con una perspectiva nueva, desde la crecida inteligencia de los acontecimientos que les proporcionó la Resurrección del Señor, y desde la comprensión más profunda de estos hechos que alcanzaron tras la venida del Espíritu Santo: los mismos evangelios son testigos de este recorrido. La predicación de los apóstoles supone también la adaptación del mensaje a los oyentes: si Jesús desarrolló su ministerio en tierra de Israel, los Apóstoles lo hicieron por todo el Imperio Romano; y aunque esa predicación se transmitió de modo oral, como hemos dicho anteriormente, muy pronto se puso por escrito las diversas enseñanzas de Jesús y los episodios de su vida, con fines catequéticos.
3.     Finalmente, en un tercer momento, entre los años 60 y 90 se llevó a cabo la redacción de los Evangelios. Los testimonios escritos de la época que nos han llegado señalan que, ante la desaparición de algunos de los Apóstoles, los cristianos comenzaron a poner por escrito su predicación acerca de Jesús, hasta que alcanzó la forma de los evangelios canónicos; acudiendo a la predicación apostólica y a sus recuerdos personales, reuniendo el material oral o escrito que les fue posible y ordenándolo  -cada uno como quiso-  para conseguir aquello que se habían propuesto, pensando en los lectores inmediatos y en la forma más apropiada para hacerse entender. De esta manera, de acuerdo con sus capacidades personales y atendiendo a las necesidades de los destinatarios, acentuaron más unos rasgos u otros de las enseñanzas y la vida del Señor; explicando aquello que podía resultar confuso a los lectores o aclarando el significado de algunos acontecimientos y palabras del Señor, para mostrar como estaban ya profetizadas en el Antiguo Testamento. Los evangelistas, por tanto, no fueron simples recopiladores de lo que ya se transmitía, sino verdaderos autores de sus libros en los que quedó la huella de la personalidad de cada uno.
 
   Los evangelios son el testimonio apostólico sobre Cristo, puesto por escrito, que ya san Justino llamaba “Recuerdo de los Apóstoles y sus sucesores”; señalando que la primera característica de los cuatro evangelios es su íntima conexión con la predicación apostólica; manifestándose incluso en su estructura. Así, el hecho contado por Pedro en casa del centurión Cornelio, de que Jesús comenzara su ministerio público tras ser bautizado por Juan Bautista en el Jordán, predicara y realizara milagros en Galilea y Jerusalén y acabara su vida en la tierra con la Pasión, Muerte y Resurrección gloriosa, es enriquecido por cada evangelista con notas peculiares. 



San Marcos comienza directamente su escrito con el anuncio de Juan el Bautista acerca de la necesidad de la penitencia para recibir al Mesías; con un relato vivo, como si fuera un “evangelio en acción”, mientras que san Mateo y san Lucas lo inician con la narración evangélica de los relatos sobre el nacimiento, infancia y vida oculta de Jesús  -que son como un gran prólogo a sus respectivos escritos-. Mateo privilegia la presentación de las palabras de Jesús en forma de grandes discursos y Lucas, en cambio, relata con mucha amplitud la predicación de Jesús yendo de camino desde Galilea a la  ciudad santa, como una lenta subida a Jerusalén. Mientras san Juan, empieza remontándose hasta la eternidad del Verbo en el seno del Padre, y expone la Encarnación del Hijo de Dios y su vida entre los hombres, narrando después el ministerio público del Señor, enmarcado en el viaje de Galilea a Jerusalén según las diversas fiestas judías.

   Los cuatro evangelios canónicos se asemejan también en otro aspecto: son narraciones de la actividad del Señor subrayando que Él, siendo Hijo de Dios, era verdadero hombre que murió y padeció realmente; aunque cada uno de los cuatro recalca un aspecto:
·        Marcos y Juan parecen más bien defensas de la verdadera humanidad y divinidad de Jesús frente a falsas interpretaciones.
·        Mateo presenta las acciones de Jesús, como clave interpretativa de las enseñanzas del Maestro y como prueba de que es el Mesías prometido en el Antiguo Testamento.
·        Lucas, por su doble obra  -Evangelio y Hecho de los Apóstoles-  explica como las palabras y las acciones del Señor están en el origen del cristianismo.

   Los tres primeros evangelios  -Mateo, Marcos y Lucas-  presentan entre sí grandes semejanzas y también bastantes diferencias; conociéndose los tres con la designación de “evangelios sinópticos” porque, ordenando su contenido entres columnas paralelas, se pueden observar sus coincidencias y diferencias en un solo golpe de vista (sinopsis), ofreciendo una concordia discordante en la materialidad de las palabras de Jesús que transmiten y en su ordenación. Pero a pesar de los versículos comunes que se encuentran en algunos de ellos, está también el patrimonio que es propio de cada evangelista y que no recoge ninguno de los otros dos.

   Para explicar estas semejanzas y diferencias  -sobre todo las semejanzas-  se han propuesto diversas hipótesis que no voy a desarrollar, porque no es este mi objetivo; sin embargo las resumiré diciendo que como es indudable que los tres evangelios proceden de la predicación oral, y es posible pensar que la necesidad de ser fieles a la tradición apostólica hiciera que esa predicación alcanzara unas formas definidas, para no ser distorsionada, se crearon unas fuentes que sirvieron de base en la transmisión escrita, como las que se han conservado en el evangelio.  Los evangelistas beben de esas fuentes, diversas y comunes a la vez, eso sin poder olvidarnos del conocimiento mutuo de los evangelistas, es decir, de la interdependencia  de los evangelios.