10 de diciembre de 2013

¡Seamos buenos amigos!



Del santo Evangelio según san Lucas 5, 17-26

Un día que estaba enseñando, había sentados algunos fariseos y doctores de la ley que habían venido de todos los pueblos de Galilea y Judea, y de Jerusalén. El poder del Señor le hacía obrar curaciones. En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico y trataban de introducirle, para ponerle delante de él. Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas, y le pusieron en medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados». Los escribas y fariseos empezaron a pensar: «¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?»
Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: «¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: "Tus pecados te quedan perdonados", o decir: "Levántate y anda"? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados, - dijo al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa"». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles».

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Lucas podemos observar, primeramente, la importancia de la intercesión de los unos por los otros, delante de Dios. Ese paralítico, imposibilitado para acercarse al Señor por sus propios medios, está rodeado de buenos amigos que son capaces, para salvarle, de vencer todas las dificultades. Esos hombres saben que su compañero, por su enfermedad, no puede cumplir su deseo; y sin que ninguno actúe violentando su libertad, intentan por todos los medios trazar un buen plan. Comprenden que, como ha oído hablar de Jesús, desea comprobar si es cierto que tiene el poder de devolverle la salud a sus piernas inmóviles. Pero saben que, si no cuenta con ellos, será incapaz de alcanzar su objetivo.

  Todos deberán esforzarse por buscar el tiempo y el momento adecuado, donde será más fácil encontrar al Señor. Tendrán que sujetar con fuerza el peso de la camilla que sostendrá a su amigo, y soportar el cansancio que sus músculos sentirán. Deberán amar lo suficiente como para superar el egoísmo, olvidando su propio “yo” por la felicidad del “otro”. Sólo así, convencidos de que su sacrificio será el medio para que su amigo conozca a Jesús, estarán dispuestos a superar todas las dificultades.

  Y como siempre, el Señor no se lo pone fácil: la puerta de entrada está llena de gente que les impide acercarse al Maestro, y solamente a través de su trabajo, sacando las tejas del techo, consiguen abrir un hueco donde poder deslizar la camilla y personar al paralítico delante de Jesús. El Hijo de Dios queda sorprendido de ver, no sólo la fe de aquel hombre que ha creído en Él, sino la confianza absoluta en Cristo de todos sus amigos, que han hecho lo imposible para que pudiera llegar a su presencia. Por eso el Señor obra el milagro; no sólo por la fe del hombre, sino por los méritos de sus compañeros que han demostrado, con sus obras, la fidelidad al mensaje divino.

  Así hemos de actuar nosotros con todos aquellos que se nos acercan con una inquietud en el alma, que les impide avanzar. Tal vez la comodidad, el aburguesamiento o el peso que los pecados han dejado en su corazón, les dificulta levantar el vuelo y acercarse a Dios. Debemos, lo primero, rezar al Señor por ellos; y pedir al Espíritu Santo que nos de la Luz necesaria para descubrir la mejor manera de ser un puente que ayude a cruzar a nuestros hermanos, hacia la gloria divina. Debemos estar dispuestos simplemente, a estar; a escuchar; a comprender. Nunca juzgar, porque ese no es nuestro cometido, sino el de Dios. Hemos de acogerles con cariño para, poco a poco, acercar a todos a la Iglesia, donde les espera Cristo Sacramentado.

  Pero este evangelio tiene una segunda parte increíblemente maravillosa; donde el Señor manifiesta con hechos visibles –el milagro- una realidad sobrenatural que no se puede apreciar por sí misma: el perdón de los pecados. Lo más importante para el ser humano es liberarse del yugo del maligno que no le permite acercarse a Dios. Es renunciar a la desobediencia divina y acatar la Ley de Dios, que rompe las cadenas y nos permite regresar a su misericordioso Corazón. Librar al hombre del pecado es devolverle la capacidad de andar; de retomar el camino de la salvación. Y esa es una potestad, que sólo la tiene Dios. Por eso el poder de Jesús y de sus palabras se ilustra con este milagro que demuestra a las claras que su poder en la tierra tiene un origen que trasciende lo terreno. Que Cristo se manifiesta, sin ninguna duda, como el Hijo de Dios, como el Verbo encarnado, como el Mesías prometido, manifestando en sus actos la liberación del mal en el hombre. Es por su fe que Jesús ha perdonado sus pecados y ha roto sus grilletes, que no le permitían avanzar.

  Nuestro Señor, a través de aquel paralítico, ha dado testimonio de su poder divino; de que Él es el único que nos puede salvar. Todos somos pecadores; todos, de alguna manera, somos paralíticos a los ojos de Dios. Pidámosle que siempre nos de su Gracia, para superar nuestras limitaciones; y nos infunda la ilusión de ayudar a nuestros hermanos, para que caminen junto a nosotros al encuentro de Jesús.