16 de diciembre de 2013

¡Cumplamos los planes de Dios!



Evangelio según San Mateo 11,2-11.



Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
"¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?".
Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!".
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo nos muestra a Juan el Bautista, preso en la cárcel de Herodes, que envía a sus discípulos para que le confirmen si Jesús, como él creía, era el Mesías esperado. El Señor ante eso, no les da una disertación sobre la realidad de su ministerio, sino que les remite a sus obras, para que comprendan que todas sus acciones son el cumplimiento de lo que las antiguas profecías anunciaban como signos propios del Rey de Israel:
“Aquel día los sordos oirán las palabras del libro,
Y, desde la oscuridad y las tinieblas, los ojos de los ciegos verán.
Los humildes aumentarán su alegría en el Señor,
Y los más pobres exultarán en el Santo de Israel” (Is 29, 18-19)

  Trasladar su respuesta a los hechos, que son testimonio de su trascendencia divina, es decirles que, efectivamente, Él es el profeta que estaban esperando, “el que había de llegar”. Aquel que no sólo hablaría en nombre de Dios, sino que sería la propia Palabra de Dios hecha Carne. Ya no habría un después en el conocimiento del Padre, porque todo se consumaba en el hoy que estaban viviendo. Y en ese hoy, Jesús quiere que todos sepan que Juan el Bautista, es una pieza clave, imprescindible en la historia de la salvación.

  San Cirilo de Jerusalén, uno de los Padres de la Iglesia, nos recordaba que entre los profetas se habían dado hechos prodigiosos: Elías fue arrebatado al cielo; Enoc fue trasladado; Moisés fue el más grande legislador; pero ninguno de ellos, ni por asomo, fue más admirable que Juan. Él fue el precursor que se encargó de allanar los caminos del Señor, para que Jesús los recorriera con menos dificultad. Llamó a la conversión, trabajó los corazones de aquellos que le escuchaban y, a pesar de todas las dificultades, no se desvió ni un ápice de la misión que se le había encomendado. Y el propio Cristo así lo manifiesta, ensalzando su devoción.

  A mí, personalmente, me emociona y a la vez me consuelan esas palabras del Bautista que, encerrado en la prisión, se pregunta por la validez de su vida. Él que ha estado dispuesto a todo por Dios y lo ha demostrado en innumerables ocasiones: ha pasado hambre y ha comido langostas; ha estado en el desierto cobijándose en cuevas;  se ha enfrentado a un rey abyecto y terrible; en estos momentos, es reo de muerte y siente que, en el fondo de su corazón, necesita demostrarse a sí mismo que no se ha equivocado. Que ha sido fiel a su vocación y que ha cumplido exactamente el camino que el Señor le trazó para que lo recorriera junto a Él, en el misterio de la Redención.

  Cuantas veces nosotros, cuando la tribulación nos acongoja, el dolor nos supera y la soledad nos oprime, también necesitamos confortarnos con la seguridad de que estamos cumpliendo los planes de Dios. Es en esos momentos, cuando nos sintamos desfallecer porque las fuerzas físicas o anímicas nos abandonan, cuando nos puede servir volver nuestros ojos al ejemplo de Juan el Bautista. Él envió a sus discípulos a preguntar a Jesús, porque no gozaba de libertad; pero nosotros debemos recurrir como él, cuando nos sobrevengan las dudas, a la cercanía del Hijo de Dios: a su Palabra, que nos ilumina el conocimiento; a su cercanía sacramental, que nos conforta el espíritu; a su perdón, que nos vivifica el alma. Debemos impregnarnos de su Gracia, que es el único medio que tenemos para recuperar la fuerza, la esperanza y, tal vez, la ilusión que perdimos por dialogar con la tentación del diablo: la tristeza. Es muy humano sentir nuestra debilidad, y eso nos ayuda a ser humildes al comprobar nuestra pequeñez; pero ese sentimiento nunca debe estar reñido con la alegría cristiana del que se sabe sostenido por la Providencia, que nunca nos abandona. Juan lo supo; y aceptó la voluntad divina, haciéndola suya. ¡Esa es su grandeza!