26 de diciembre de 2013

Quién es Jesucristo



Evangelio según San Juan 1,1-18.



Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.


COMENTARIO:

  Estos versículos que estamos leyendo, sirven de prólogo a todo el Evangelio de Juan y son, al mismo tiempo, un himno de alabanza a Jesucristo. Entre sus líneas se incluyen los grandes temas que se van a desarrollar a lo largo de la narración evangélica: que Jesús es el Verbo eterno de Dios, su Palabra, la expresión de su Pensamiento; que enviado al mundo por el Padre, comunica a los hombres, mediante sus obras y sus palabras, la Verdad sobre Dios y sobre Él mismo.

  Hasta este momento los hombres habían conocido a Dios de diversas formas: a través de lo creado, escuchando su mensaje que nos comunicaban los profetas; o contemplando la gloria divina, que era el resplandor de su grandeza. Pero ahora, como ya anunció desde antiguo, al llegar la plenitud de los tiempos, Dios ha enviado a su Hijo, a su Palabra, para que asumiendo la naturaleza humana de María, tomando su carne, se haga Hombre. Y así Jesucristo es la imagen visible del Dios invisible: Dios hecho Hombre.

  Sólo Jesucristo es el único que puede revelarnos la Verdad y los planes divinos; el cómo en Él, se hará factible la salvación de los hombres. Y puede hacerlo porque sólo Él ha estado en Dios desde toda la eternidad, porque es Dios. Sé que es dificilísimo, y a la vez un misterio insondable, alcanzar un ápice del misterio Trinitario. Pero si os sirve de algo, a mí me fue bien para asimilarlo un poco, el siguiente ejemplo: ¿Cuántos de vosotros no habéis hablado, en silencio o de palabra, con vosotros mismos? ¿Cuántas veces no os habéis sorprendido repitiéndoos que tendríais que hacer esto o aquello? En ese momento es cuando tomáis conciencia de vuestro yo personal; es vuestro conocimiento el que sale a florecer. Pues bien, este Conocimiento divino de Sí mismo, que ha estado en Dios eternamente, es la Segunda Persona de la Trinidad, que en Dios es Persona igual; cómo si fuera el reflejo que te da el espejo.  Todo conocimiento se expresa en palabras, por eso el Conocimiento divino es la Palabra de Dios. Ahora bien, Dios no es Persona humana, sino Persona divina y, por ello, Espíritu. De la relación de amor que surge entre el Padre y el Hijo, surge ese Amor inmenso, que es el Espíritu Santo, que también a su vez es Persona Trinitaria. Sé que es complicadísimo entender que Tres Personas divinas puedan formar una unidad; pero imaginaros ahora tres cerillas con tres llamas; si unís las tres, conseguiréis sólo una llama. Si cogéis tres caños de agua y los unís, ocurre lo mismo, sólo fluye un chorro de agua. Por tanto ya no es tan difícil imaginarnos que tres elementos separados al unirse pueden formar sólo uno. No pienso, ni por asomo, que tras estas referencias peregrinas, podáis asumir tamaño misterio; pero si esto sirve para que podamos comenzar a comprender lo que nos dice san Juan, ya me daré por satisfecha.

  También en ese prólogo se incluyen aquellos que han sido testigos de la vida terrena de Cristo: Juan el Bautista y los discípulos que han creído en Él; así como los que lo han rechazado. Decía san Agustín que si un ciego se ponía delante del sol, no verlo no significaba que no existiera, sino que él no podía verlo. A veces el peso de nuestros pecados nos ciega y somos incapaces de observar la Luz profunda de Dios, que nos transmite Jesucristo. Estos versículos proclaman la divinidad y eternidad del Verbo; su participación en la obra creadora, su acción peculiar de iluminar interiormente a los seres racionales, su venida al mundo y su rechazo por parte de este, los dones que otorga a quienes le reciben, la debilidad con la que habitó entre nosotros, manifestando en ella su gloria divina y la misericordia salvadora de Dios, que sólo Él puede dar a conocer.

  En resumen, san Juan nos anuncia quién es realmente Jesucristo: de donde procede, cómo ha venido al mundo y qué ha hecho a favor de los hombres. También se expresa la realidad de la Encarnación, donde Dios “planta su tienda” entre los hombres; evocando el Tabernáculo de los tiempos del Éxodo, en los que el Señor mostraba su presencia en medio de su pueblo, a través de ciertos signos y manifestaciones de su gloria. El Antiguo Testamento nos recordará que la Sabiduría divina, el Conocimiento de Dios, se ha hecho Hombre; así como la profecía de Isaías acerca del “Enmanuel” o “Dios-con-nosotros”. Hoy, efectivamente, el Verbo ha tomado Carne para que tú y yo, uniéndonos a Cristo a través del Bautismo, participemos real y sobrenaturalmente de la vida de Dios. Hoy, si queremos, seremos introducidos en la intimidad de la vida trinitaria; y no hay, ni puede haber, mayor regalo para el ser humano que éste: Dios se nos ha dado a Sí mismo.