22 de diciembre de 2013

¡la realidad de la Navidad!



Evangelio según San Lucas 1,39-45.



En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas podemos observar, cómo anunciábamos en el de ayer, la actitud de la Virgen María que acaba de saber, por voz del ángel, que va a ser Madre de Dios: que en ella se van a cumplir las Escrituras y que, de ella, nacerá el Mesías prometido. También el mensajero celestial le ha anunciado que su prima Isabel, de edad muy avanzada, está encinta. Ni por un instante ha pasado por la mente de la joven, regodearse en la satisfacción que representa que Dios la haya escogido como instrumento de la Redención de los hombres. Solamente ha preguntado al ángel cómo será posible que esto se lleve a cabo, si ella ha consagrado su virginidad al Señor; y sus dudas han sido aclaradas, al confirmarle que concebirá a través del Espíritu Santo. Por eso, la Virgen ante esta respuesta, ha descansado en la Providencia y ha hecho suya la voluntad de Dios.

  No es eso lo que ahora le preocupa, sino pensar en las dificultades que puede estar sufriendo Isabel, y que ella, seguramente, podrá paliar con su presencia. Así es María y así nos enseña a ser a cada uno de nosotros. El dolor del hermano, debe movernos a intentar ayudar para, en nuestra medida, poder subsanarlo. No debemos pensar en grandes cosas que están fuera de nuestro alcance y pueden desanimarnos, sino en contribuir en paliar las carencias, la soledad y el sufrimiento de aquellos que viven a nuestro lado. No podemos quedarnos cómodamente sentados, observando las dificultades de los que se encuentran cerca o lejos de nosotros; sino que hemos de saber partir, como la Virgen, a su encuentro.

  María va segura, aunque posiblemente todos le advirtieran de lo inapropiado del viaje, en su situación actual. Pero la certeza de saber que en sus entrañas lleva al Hijo de Dios, la motiva muchísimo más para intentar acercar al Todopoderoso a la gente que presenta  necesidades. La joven es el precioso Sagrario, donde descansa el Verbo divino encarnado. Y así, con la llegada de la Virgen a casa de Zacarías e Isabel, contemplamos su grandeza desde otros puntos de vista: porque Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama que María es la “Madre del Señor”.

  San Ambrosio nos recrea esos momentos, descubriendo un indicio de la santidad de Juan el Bautista, ya en el vientre de su madre: considera como Isabel fue la primera en oír la voz, pero fue Juan el primero en experimentar la Gracia. Porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan se alegró, en cambio, a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, pero Juan apreció la del Señor. La mujer oyó la salutación de la Mujer, pero Juan sintió la presencia del Hijo. Ellas proclamaron la Gracia, pero ellos, viviéndola interiormente, lograron que sus madres se aprovecharan de este don hasta el punto de que, con un doble milagro, ambas empezaron a profetizar por inspiración de sus propios hijos.

  Esto es lo que ocurre cuando, sin pereza y sin descanso, acercamos al Hijo de Dios a los hombres. Nadie queda indiferente ante la presencia divina, porque la Luz del Espíritu Santo penetra en sus corazones. Debemos, porque es un derecho que tenemos, manifestar al mundo la realidad de la Navidad en nuestras vidas. Debemos celebrar con gozo, el nacimiento de Aquel que viene a salvarnos. No es una fecha ocasional, motivo de jolgorio para evadirnos de nuestras preocupaciones diarias;  sino la conmemoración de la llegada del Mesías, que infunde la esperanza a nuestras vidas. Que nos transmite la Gracia necesaria para aceptar, con alegría, el hecho de que a su lado, todo adquiere sentido. Que con Él, todo es posible y nada insalvable; porque en un establo de Belén, hace un montón de años, nació el Rey de Reyes a la espera de que queramos ir a adorarlo.