12 de diciembre de 2013

¡De eso nos habla Jesús!



Evangelio según San Mateo 11,28-30.



Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo nos transmite unas palabras de Jesús: que son un bálsamo para el alma de todos aquellos que nos sentimos, algunas veces, desfallecer. El Señor habla aquí del “yugo” en diversos sentidos: ya que en aquellos momentos se consideraba que la Ley de Moisés se había sobrecargado, con el paso del tiempo, de minuciosas prácticas insoportables que en vez de traer el sosiego al corazón, lo quitaba; llenando de agobio a todos aquellos que deseaban cumplirla fielmente.

  El propio san Pedro se lo recuerda a sus hermanos, en Jerusalén, a raíz del problema surgido con la circuncisión obligatoria para los gentiles, que reclaman los cristianos provenientes del judaísmo: “¿Por qué tentáis ahora a Dios poniendo sobre los hombros de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos llevar?” (Hch. 15,10) Es el propio apóstol el que menciona que ya no nos salvaremos por el cumplimiento de la Ley, sino por la Gracia del Señor Jesús que nos ha redimido con su sacrificio. Es ahora el momento en que, libremente, decidimos aceptar a Cristo en nuestra vida; o bien, renunciar a Él. Y que, asirnos fuertemente a los brazos del Maestro, no es una cuestión de cumplir exactamente los puntos de un manual; sino abrir las puertas de nuestro corazón a la Luz del Espíritu santo y dejar que nos embargue la Ley del Amor.

  El Señor había anunciado para los tiempos futuros una nueva época de restauración, en la que iba a atraer a sus fieles –como ya profetizó Oseas- con vínculos de afecto y con lazos de amor. Y es Jesús, en Sí mismo, el yugo ligero que se presenta como esa nueva iniciativa de Dios. Pero Cristo también nos recuerda que Él, por su entrega por nosotros en la Cruz, nos ha liberado del pecado. Y que no hay peso más grande que soportar el dolor de la traición infringida al objeto de nuestros amores. Los vicios, las pasiones, las debilidades… todo ello es como un chapapote que se pega a las alas de nuestra vida sobrenatural, impidiéndonos levantar el vuelo. No nos damos cuenta de que cada vez nos pesan más y nos atan, casi imperceptiblemente, a las cosas de este mundo.

  Estar junto a Jesús es liberarse de ésta pez, y asumir que sus mandatos parten de la libertad que nos perfecciona como seres humanos, fortaleciendo nuestra voluntad. Que nos ilumina el camino que nos lleva a la Felicidad, porque da sentido a nuestro existir: a lo bueno y a lo que, en un principio, considerábamos malo; a lo fácil y a lo que nos parecía, hasta ese momento, difícil de soportar. Todo con el Señor se vuelve ligero; hasta esas cruces que hieren nuestros hombros, cuando las arrastramos por los aconteceres de nuestra vida cotidiana. Y pesan menos porque Jesús, sin que nos demos cuenta, ha cargado con ellas y comparte con nosotros ese sufrimiento. Por nosotros el Maestro, ha querido participar de nuestro destino.

  El Señor nos recuerda, con sus palabras, que debemos aprender, para alcanzar la salvación y ser felices, a ser “mansos y humildes de corazón” como Él. En el Antiguo Testamento se designaba, con estos adjetivos, a las personas pacientes que desistían de la cólera y el enojo y ponían su confianza en Dios. ¡De eso nos habla Jesús! De poner nuestros planes en sus manos y descansar en su misericordia; en no agobiarnos por las dificultades, sino en verlas como caminos adecuados, que nos conducen hacia el Padre. Ah no desfallecer ante las injusticias, sino confiar en que son el medio que el Señor nos ha puesto, para sobreponernos a nosotros mismos y, de la mano de Jesús, luchar para renovar el mundo. Lucha que no parte de la guerra, sino de la paz; que no surge del odio, sino del amor. Que comienza por cambiar el corazón de las personas, con la fuerza de la Palabra, y jamás por el sendero del insulto y el menosprecio. Cristo, perfecto Dios y perfecto Hombre, nos ha enseñado a unirnos heroicamente al deber que conlleva la misericordia ¡Sigamos su ejemplo!