24 de diciembre de 2013

Jesús nos descubre lo escondido!



Evangelio según San Lucas 1,57-66.



Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él
.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas nos narra el nacimiento y la circuncisión de Juan el Bautista. Es conveniente leerlo en contraste con el que dentro de unos días va a tener lugar: el de Jesucristo; porque mientras Juan nace en su casa, en un clima de alegría y admiración, el Hijo de Dios no va a encontrar lugar para venir al mundo, salvo un pobre pesebre, y sólo va a recibir el reconocimiento de sus padres y de unos pastores.

  Acompaña al recién nacido Zacarías, su padre; un sacerdote justo del Templo, que quedó mudo al dudar sobre la omnipotencia divina y no creer, en un principio, las palabras del ángel. Jesús, sin embargo, tiene como padre a José, un humilde carpintero que Dios ha escogido para ello y que, ante una realidad que se presentaba evidente, creyó sin ninguna duda las palabras de Gabriel, que le hablaba de un hecho sobrenatural y milagroso. Ambos niños, atados con lazos de sangre por parte de sus madres, están llamados a trazar la línea de separación entre ambos Testamentos: el Antiguo y el Nuevo.

  Vemos como Zacarías, en el momento de la circuncisión de su hijo Juan, al cumplir fielmente lo que el ángel le había mandado, recupera el habla. Ese pasaje debe hacernos meditar profundamente, cómo la incredulidad nos llena de silencios hacia Dios. Las dudas nos traban la lengua y somos incapaces de desarrollar nuestra misión, vacilando en aquellos proyectos que antes habíamos compartido con ilusión. Sólo la fe confiada, aquella que aunque a veces no entiende las razones sigue cumpliendo los planes divinos, es capaz de poner alas a nuestros propósitos y llenar nuestra vida de anhelos y esperanzas. No podemos sucumbir al desaliento, sino que hemos de intensificar nuestra oración, y buscar en los Sacramentos a ese Niño divino que está a punto de nacer, y que da el verdadero sentido a nuestra existencia.

  La intervención de Dios en los acontecimientos que se están viviendo en el Templo, con la recuperación del habla por parte de Zacarías al imponer el nombre a su hijo, hacen que la gente se pregunte sobre la misión a la que Dios ha destinado a Juan. Por eso el sacerdote, que sabe que el Altísimo ha llamado a su primogénito, desde el seno de su madre, para ser el Precursor del Mesías, entona un canto de alabanza como reconocimiento de la acción salvadora de Dios con Israel, que culmina con la venida del Salvador. Cuantas veces nosotros, ante hechos imposibles de adjudicar a la casualidad, porque son obras de la causalidad divina, quedamos callados y no sólo no lo manifestamos al mundo por miedo a sus comentarios jocosos, sino que ni siquiera somos capaces de agradecérselo a nuestro Dios. Tal vez por miedo a que este reconocimiento interior pueda, seguramente, plantearnos unas preguntas que sólo se contestan con un cambio de vida.

  El Sacerdote ha aprendido la lección y sabe que el poder de Dios es inmenso. Nadie le asegura que su hijo tenga una vida fácil, muy al contrario, sino que será un fiel instrumento en la historia de la Redención. Y para él, que conoce bien la Escritura, no puede haber mejor destino que el ser la voz que clama en el desierto, llamando a todos a la conversión. Como veis, el pasaje aunque indirectamente, habla de Juan y de Cristo; porque ambos están unidos en el orden de la salvación: Juan es la línea divisoria que personifica en sí mismo el Antiguo Testamento, anunciando la llegada del Nuevo. Nace de una madre anciana y, en el seno de la misma, salta de gozo al reconocer al Mesías en la joven presencia de María Santísima. Él es quien descubre en lo escondido, la Luz del mundo que está a punto de nacer; y con su propio nacimiento, suelta la lengua de su padre, dando a entender que en las antiguas profecías se encontraba latente, oculta y silenciosa la realidad que ahora él va a manifestar, en Cristo Jesús.