5 de abril de 2014

¡Primera carta a los Tesalonicenses!



PRIMERA CARTA A LOS TESALONICENSES:

  
  Después de las grandes cartas paulinas (Romanos, Gálatas, 1 y 2 Corintios) y tras las cartas de la Cautividad (Efesios, Filipenses y Colosenses) siguen en el Canon las dos cartas a los Tesalonicenses; siendo la primera, seguramente, el libro más antiguo del Nuevo Testamento. No es una larga exposición doctrinal, como la carta a los Romanos y a los Corintios, sino un escrito más breve lleno de recuerdos personales revividos a la luz de la fe y del amor; con un estilo sencillo y directo pero con una gran riqueza de contenido. Se distinguen en ella las siguientes secciones:



·        Encabezamiento: característico del estilo personal.

·        Primera sección: El Apóstol mira al pasado y rememora los comienzos de la evangelización en Tesalónica (1,2-3,11), alternándose recuerdos de la predicación y de las respuestas de aquellos fieles. En este contexto explica las circunstancias en las que escribe la carta: haber tenido que salir precipitadamente de aquella ciudad y el deseo de regresar a Tesalónica  -lo que le pide confiadamente a Dios-  para seguir colmando de bienes a los Tesalonicenses.

·        Segunda sección: Es una exhortación a vivir de modo coherente con la doctrina del Evangelio predicado y recibido (4,1-5,24). El Apóstol se detiene especialmente en lo que parece más urgente para los fieles de Tesalónica: la esperanza firme en que las dificultades con las que se encuentran, se tornarán en alegría con la venida del Señor; que la espera ha de ser paciente y activa a la vez, pues no se sabe el momento en que acontecerá, por lo que se requiere estar siempre preparados para ese encuentro.

·        Epílogo: Concluye con unas breves palabras de despedida (5,25-28)



   San Pablo, con Silas  y Timoteo, obtuvo en Tesalónica abundantes frutos de conversión y fundó, en la primera fase de su segundo viaje apostólico, una comunidad cristiana de la que se sentía muy orgulloso. Pero a los pocos meses de haber comenzado la predicación, se vio obligado a salir de forma imprevista de la ciudad a causa de las insidias de algunos, de forma que tuvo que interrumpir la formación cristiana de aquellos neófitos; y por eso, en cuanto le fue posible, envió a Timoteo desde Atenas para saber cómo habían reaccionado ante las dificultades surgidas, y para confirmarlos en la fe, la esperanza y la caridad. Mientras tanto, Pablo se dirigió a Corinto y allí encontró a Timoteo que regresaba de Tesalónica, y le contó que los tesalonicenses perseveraban en la fe y la caridad a pesar de las persecuciones; por lo que, ante esas noticias, el Apóstol se dio cuenta del arraigo que había tenido el Evangelio y la fidelidad que habían demostrado estos fieles. Pero le preocupaba que mantuvieran cierta inquietud por la suerte de los difuntos en el momento de la segunda venida del Señor; cosa lógica, ya que su salida precipitada no le permitió completar la enseñanza de Jesucristo y tenían pocos recursos doctrinales, para alimentar su esperanza. Ante esa situación, en el invierno del año 50-51, Pablo les escribió esta primera carta, donde recordó, con alegría y agradecimiento a Dios, la tarea realizada y la acogida que recibió; completando algunos aspectos de su predicación para que fundamentaran su esperanza de un modo acorde con la firmeza que ya tenían en la fe y en la caridad.



   Impresiona comprobar que en la carta, muy probablemente el libro más antiguo del Nuevo Testamento, subyace una exposición ampliada de los principales contenidos de la fe cristiana, que son los mismos ayer, hoy y mañana:



·        La predicación del Evangelio: Los tres primeros capítulos de la carta ofrecen un espléndido retrato de la tarea evangelizadora realizada en Tesalónica, y a la vez constituye un modelo para la proclamación del mensaje cristiano en todo tiempo y lugar. Dios lleva la iniciativa y hace fructífera la predicación del Evangelio: La elección procede de Dios Padre y es consecuencia de su amor; su Hijo Jesús, que “nos libra de la ira venidera”, sostiene la esperanza; la acción del Espíritu Santo hace plenamente persuasivas las palabras del predicador y llena a quien las acoge de un gozo inefable, que permite superar cualquier tribulación. El contenido principal de la predicación es el Evangelio, esto es, la Buena Nueva de nuestra salvación, anunciada por los profetas y cumplida por Nuestro Señor Jesucristo; anuncio que hace saber a quienes lo escuchan, que son “amados por Dios” y que han sido objeto de una elección especial. La meta que se propone lograr es la conversión a Dios y, a su vez, Dios mismo infunde las tres virtudes teologales  -fe, esperanza y caridad-  en quienes aceptan el mensaje cristiano. Un elemento importante para esa eficacia es la actitud del evangelizador, exhortando san Pablo con su ejemplo, a evitar todo protagonismo y ofrecerlo, con sus palabras y su testimonio, siendo conscientes de que quién actúa es el Espíritu Santo. Quien enseña la doctrina cristiana no actúa por afán de lucro, sino movido por el amor de Dios y a los demás; apoyándose en la oración y tratando a quienes enseña, animando a cada uno y mostrándoles el camino para vivir de forma coherente la vocación cristiana.

·        Fundamentos de la fe, la moral y la oración: En la carta se encuentran mencionadas las primeras verdades de la fe, así como los fundamentos de la moral y los motivos de la oración cristiana. Los principales artículos de la fe, que la Tradición cristiana formulará en el Símbolo de los Apóstoles, aparecen ya en este escrito, compuesto tan solo unos veinte años después de la muerte de Cristo. San Pablo enseña que Dios es Padre y Jesús es su Hijo; que la salvación se realiza por medio de Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros y  resucitó; que ha de venir de nuevo, con todo su poder y majestad  -a juzgar a vivos y muertos-. Dios Padre, envía al Espíritu Santo, que nos mueve a acoger con gozo la predicación de la palabra de Dios. La doctrina moral de esta carta se fundamenta en la llamada de todos los cristianos a la santidad; y para alcanzar ese fin es necesario participar de la propia vida de Cristo, apoyándose en las virtudes teologales. Las relaciones de los hombres se han de fundar en la caridad fraterna, sosteniendo a los enfermos y teniendo paciencia con todos; estando siempre alegres; orando sin cesar y dando gracias a Dios por todo, trabajando con serenidad. Y, sobre todo, la instrucción cristiana ha concedido una gran importancia a la oración, rezando el Padrenuestro, poniendo todo el empeño en que se haga su voluntad, sin que nadie devuelva mal por mal, y pidiendo por toda la Iglesia, que no nos deje caer en la tentación.

·        La escatología: En esta carta, la cuestión en la que más se detiene san Pablo, es la referente a las realidades últimas del ser humano; intentando alimentar las esperanzas de aquellos neófitos en medio de las tribulaciones que estaban padeciendo. La vida del hombre no termina con la muerte, y es por eso que los fieles no deben entristecerse ante esa realidad, como les ocurre a los que no tienen esperanza. La razón última está en que si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos con Él; es por eso que esperamos  -al final de los tiempos-  la resurrección de los cuerpos, tras el retorno glorioso de Nuestro Señor Jesucristo, que el apóstol describe con solemnidad, a través de un lenguaje apocalíptico, empleado para narrar la segunda venida del Señor, también llamada “Parusía”. Por eso, san Pablo les exhorta para que permanezcan siempre vigilantes, ya que llegará el fin de los tiempos en el instante menos esperado.