2 de abril de 2014

¡Seamos cristianos!



Evangelio según San Juan 5,1-3a.5-16.



Se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos.
Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua.
Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años.
Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: "¿Quieres curarte?".
El respondió: "Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes".
Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y camina".
En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Era un sábado,
y los judíos dijeron entonces al que acababa de ser curado: "Es sábado. No te está permitido llevar tu camilla".
El les respondió: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y camina'".
Ellos le preguntaron: "¿Quién es ese hombre que te dijo: 'Toma tu camilla y camina?'".
Pero el enfermo lo ignoraba, porque Jesús había desaparecido entre la multitud que estaba allí.
Después, Jesús lo encontró en el Templo y le dijo: "Has sido curado; no vuelvas a pecar, de lo contrario te ocurrirán peores cosas todavía".
El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Ellos atacaban a Jesús, porque hacía esas cosas en sábado.


COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Juan nos presenta a Jesús, que había regresado a Jerusalén para celebrar unas fiestas judías. Lo sitúa el texto a las afueras de la ciudad, en un estanque que se llamaba “Betsatá”. Cómo os decía en el comentario de ayer, Dios ha querido que su Palabra escrita tenga un vestigio histórico que ayude a nuestra credibilidad; y así podamos comprobar que nuestra fe no es irracional, sino el fruto de la confianza depositada en Aquel que no nos engaña.

  A finales del siglo XIX se encontraron en unos yacimientos arqueológicos, vestigios de la piscina de “Betzatá”, que estaba excavada en roca; era de forma trapezoidal y estaba rodeada de cuatro galerías o porches, y un quinto pórtico dividía el estanque en dos mitades. Estaba cerca de la puerta nororiental de la muralla que bordeaba Jerusalén, a través de la cual entraba el ganado que se dedicaba a los sacrificios, y por eso recibía el nombre de “Puerta Probática o de las Ovejas”. Ese fue el motivo de que la piscina también fuera conocida con el sobrenombre de “Probática”. Llama la atención que el Maestro entrara por allí, como si quisiera recordarnos que muy pronto se iba a ofrecer como holocausto por nosotros y sería entregado “como oveja llevada al matadero”, en palabras del profeta Isaías al referirse al destino del Mesías prometido.

  La edición Sixto-Clementina de la Vulgata, que como sabéis fue la magistral traducción latina que hizo san Jerónimo de la Biblia hebrea, recoge sobre este párrafo una particularidad que posteriormente se excluyó, por no poderse verificar en todos los papiros griegos ni en todas las versiones antiguas. Sin embargo, he querido incluirla, porque daría una explicación muy lógica de  porqué este lugar estaba rodeado de ciegos, cojos, paralíticos y tullidos. Nos dice ese texto antiguo, que los enfermos rodeaban la piscina porque esperaban el movimiento de las aguas, como síntoma de que un ángel descendía y las movía; resultando que el primero que se sumergía en ellas, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.

  El Maestro deambulaba cerca de todos ellos; y, como siempre, no desperdicia ni un minuto de su caminar terreno, para hacer el bien. Observa a un paralítico que, por no tener movilidad en sus piernas, no puede acercarse al estanque; ya que está pendiente de la caridad de sus hermanos, que buscan solamente su propio beneficio. Sabe que, tristemente, está condenado a la resignación de su destino. Por eso Jesús se le acerca y le pregunta si quiere cambiar su vida; a pesar de conocer que esa vida no es la que desea tener. Pero el Señor necesita nuestro asentimiento, el sí de nuestra voluntad, para interceder por nosotros. Nada hará, por bueno que sea, que violente nuestra libertad; si no lo anhelamos con todo nuestro corazón.

  Es el Señor el que se apiada del sufrimiento humano y busca en nuestro interior el deseo de cambiar lo que puede ser cambiado: por eso le libra de sus pecados, que le esclavizan y le paralizan el alma, y le devuelve la movilidad y la alegría para que se acerque a la salvación, que es Jesucristo. Como siempre, el Maestro nos da una lección para que no pasemos indiferentes ante el dolor de los demás; ya que tal vez necesitan que perdamos un poco de nuestro tiempo en ayudarlos a acercarse a los medios de formación, que  podrán cambiarles la existencia. En cuidar de que se sostengan en nosotros, hasta llegar a las aguas de la Vida: dándoles el socorro material necesario para que puedan trabajar y aprender. En transmitirles el cariño, que les demuestra su verdadera dignidad.

  Posteriormente, cuando el Cristo se encuentre en el Templo con ese hombre, le mostrará que la curación física ha sido la señal del perdón recibido. Y que el verdadero mal, aquello a lo que hemos de temer por encima de todo, no es la enfermedad, sino el pecado que nos conduce a la muerte eterna. Rezamos por nuestros amigos y familiares cuando sabemos que tienen serios problemas de salud, pero ¿hacemos lo mismo cuando somos conscientes de que su alma no está en Gracia? Es entonces, hermanos míos, cuando más hemos de intensificar nuestros rezos; porque no sabemos jamás cuando el Señor pedirá el regreso de nuestra alma a su lado, para juzgarnos en el amor que hemos repartido.

  Cómo en otros lugares del Evangelio, Jesús da testimonio con sus milagros, de que obra con el poder de Dios; y que en virtud de ese poder. está por encima del precepto del Sábado. Hay que recordar que la Ley de Moisés señalaba el sábado, como día de descanso semanal. Y eso era así, porque ya que el Señor descansó ese día de la creación, los hombres aprovechaban para dedicarlo a darle gloria; olvidando y descansando también de las preocupaciones y ocupaciones, que ponemos en sus manos. Lo que ocurría es que, como hacían habitualmente, lo habían interpretado de una forma tan legalista y estrecha, que ni siquiera permitían hacer el bien. Jesús, naturalmente, rechaza esa apreciación; ya que si Dios hubiera dejado de actuar absolutamente, ninguno de nosotros existiría, ya que el Señor es la Causa de todas las cosas y las mantiene constantemente en el ser: las hace subsistir. Por ello, el que la Escritura nos diga que descansó en sábado, sólo indica que descansó de la creación de nuevas criaturas.

  El propio Cristo da testimonio de ello con sus hechos, y más adelante lo confirmará con sus palabras, anunciando que su Padre no deja de trabajar y, por ello, Él también trabaja. El Verbo encarnado, junto al Padre, por el Espíritu Santo, actúa como un solo Dios que ha venido a salvar a los hombres de todos los tiempos y de cualquier lugar; sobre todo a los más necesitados de su Divina Misericordia. Y es por esa realidad, que hace implícita su naturaleza divina, por la que los judíos mirarán de darle muerte al no poder aceptar un Mesías que les rompían los esquemas que se habían trazado. No permitamos que eso nos ocurra a nosotros. Jesús, para que no haya errores, ha dejado su Espíritu en el depósito de la fe de su Iglesia. Seamos fieles; seamos honestos con la Palabra revelada; y demos testimonio al mundo de nuestro actuar con la coherencia de nuestro sentir. ¡Seamos cristianos!