1 de abril de 2014

¡Simplemente, creemos!



Evangelio según San Juan 4,43-54.


Jesús partió hacia Galilea.
El mismo había declarado que un profeta no goza de prestigio en su propio pueblo.
Pero cuando llegó, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la Pascua; ellos también, en efecto, habían ido a la fiesta.
Y fue otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún.
Cuando supo que Jesús había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que bajara a curar a su hijo moribundo.
Jesús le dijo: "Si no ven signos y prodigios, ustedes no creen".
El funcionario le respondió: "Señor, baja antes que mi hijo se muera".
"Vuelve a tu casa, tu hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino.
Mientras descendía, le salieron al encuentro sus servidores y leanunciaron que su hijo vivía.
El les preguntó a qué hora se había sentido mejor. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la fiebre", le respondieron.
El padre recordó que era la misma hora en que Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su familia.
Este fue el segundo signo que hizo Jesús cuando volvió de Judea a Galilea.

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Juan, como el Apóstol ha querido hacernos llegar los milagros que Jesús realizó en Caná de Galilea. Si recordáis, fue allí donde el Señor convirtió el agua en vino y comenzó su vida pública; y fue entre sus habitantes donde comenzó a surgir la fe en sus palabras.

  Esta vez el Maestro vuelve al mismo sitio y se encuentra con un funcionario real, seguramente un pagano de la corte del rey Herodes Antipas, que ha oído hablar de Él y de los hechos sobrenaturales que habían tenido lugar desde entonces. Este hombre tenía un hijo muy enfermo, y el amor y la desesperación le han movido a pedir auxilio a Aquel que piensa, veladamente, que puede socorrerle. Quiero hacer mención de este primer punto  que me parece interesante, en el que se ve que el sufrimiento ha sido la causa de que aquel padre se acercara a la misericordia de Cristo. No siempre una tribulación es motivo de angustia, porque puede ser el camino adecuado que Dios ha elegido para que nos acerquemos a su lado. Y tengamos siempre presente que no hay pena ni dolor más grande, que vernos a nosotros mismos o a nuestros seres queridos en pecado,y lejos del amor del Señor. Esa es la enfermedad más grave que puede dañar al ser humano; y en cambio, a veces, parece que sea la que menos nos importa.

  El episodio nos muestra que la fe del funcionario es imperfecta, ya que cree que Jesús tiene que personarse al lado del enfermo para sanarle; pero no olvidemos que ha sido lo suficientemente grande como para que caminara los treinta y tres kilómetros que separaban Cafarnaún, donde residía, de Canán. Él era un hombre de elevada posición, que bien hubiera podido enviar a sus sirvientes para que fueran a recoger al Maestro y lo trajeran a su presencia. Sin embargo, con una actitud que denota el convencimiento de encontrarse delante de una Persona que le trasciende –aunque todavía no la conozca en realidad- se acerca personalmente al Señor, para pedirle ayuda. Y a Jesús le agrada esa perseverancia, que denota una humildad manifiesta.

  Pero con la frase:”No creeréis si no veis señales y milagros” Cristo le advierte a aquel padre, que le falta esa confianza rendida que fue la que encontró en el oficial romano de Cafarnaún. Porque aunque ambos casos parezcan iguales, son totalmente distintos. Y la diferencia la marca el hecho de que el Maestro es capaz de ver en el interior de las personas y conocer nuestros más íntimos sentimientos. Por eso, le pone a prueba y negándose a bajar con él a su casa, le enseña a tener fe en su palabra. Le pide –le exige- que antes de ver, crea. Que el camino de vuelta lo haga con el convencimiento de que ha sido escuchado y, por ello, bendecido con los dones divinos.

  A ti y a mí el Señor nos pide lo mismo: nos pide la fe que no está basada en los milagros, sino en la aceptación de la Palabra. Cierto es, y estaréis de acuerdo conmigo, que hoy igual que ayer, se siguen dando milagros que no tienen ninguna explicación racional ni científica. Y eso es porque Dios nos regala esos hechos sobrenaturales que son una llamada a la fe y un motivo de credibilidad, donde se manifiesta su misericordia y se llama a confiar en su poder. Son, qué duda cabe, ayudas divinas para nuestra flaqueza y nuestra debilidad; pero jamás deben ser las columnas donde se apoye el edificio de nuestra religiosidad. Creemos ante todo, porque Dios se ha revelado en el tiempo y el espacio. Creemos, porque se ha encarnado de María Santísima y se ha hecho Hombre; y eso es un hecho histórico, demostrado y demostrable. Creemos, porque Dios es la Verdad y no puede engañarse ni engañarnos. Creemos porque nos ama y hemos tenido muchísimas muestras de ello. Y creemos, porque Dios ha sido paciente y ha estado esperando a que le encontráramos, en el regalo más grande que ha hecho al hombre: en los Sacramentos de su Iglesia; donde se ha quedado con nosotros, para siempre.