21 de febrero de 2013

¡Él es mi roca!

Evangelio según San Lucas 11,29-32.
Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

COMENTARIO:


  El Señor, en este Evangelio de Lucas, habla a los presentes con una cierta dureza como respuesta a las provocaciones que los fariseos han lanzado contra Él, cuando le acusaban de que sus milagros eran obra del propio diablo.



  Los signos y las sabias palabras del Hijo de Dios están claros para aquellos que no tienen ninguna dificultad al recibirlos; mientras que son muy oscuros para todos los que se reafirman en ideas preconcebidas y falsas interpretaciones. Así vemos que cuando el Señor devolvía la vista a los ciegos, se dudaba de sus cegueras. Cuando hacía andar a los tullidos, se cuestionaba que su poder viniera de Dios porque el milagro se había realizado en sábado, no respetando el descanso marcado por la Ley de Moisés. Y al resucitar a la hija de Jairo, o al propio Lázaro que ya apestaba porque su carne comenzaba el proceso de descomposición, minusvaloraron el milagro recurriendo a la catalepsia.


  Así es siempre la actitud de aquellos que no quieren reconocer la encarnación del Verbo, ni la divinidad de Jesucristo; avisándonos el Señor ante ello, de que es inútil todo esfuerzo cuando los ojos del corazón están cerrados por una soberbia intelectual que se niega a admitir una realidad sobrenatural.
Por eso Jesús frente a los judíos incrédulos trae a colación la actitud de los ninivitas, reflejada en el Antiguo Testamento, que no precisaron de ninguna señal para creer en las palabras que el profeta Jonás les transmitía, en nombre de Dios, aceptando su mensaje.


  Entonces, igual que ahora, es la propia Palabra divina la que nos transmite la Verdad para ser escuchada y vivida. Y hoy, igual que ayer, pedimos señales que, ya desde el principio, no estamos dispuestos a aceptar como tales.
Cuantas veces nuestras oraciones son escuchadas ante una petición imposible que surge de un alma angustiada; y, ante el hecho que manifiesta la intercesión divina, lo justificamos como una interacción de casualidades que han terminado por producirnos un beneficio personal. Desoímos las propias palabras de Dios en el Salmo, cuando nos transmite la confianza filial que debe descansar en la fe y la Providencia divina, no por lo que podamos ver, si no por todo aquello que hemos llegado a saber:

“Sólo en Dios está el descanso, alma mía,
Porque de Él viene mi esperanza.
Sólo Él es mi roca y mi salvación
Mi alcázar: no podré vacilar”
(Salmo 62, 6-7)



  Esto es lo que nos pide el Señor en este Evangelio de Lucas: La conversión del corazón a Dios a través de la vida y la predicación de Cristo.
Ser capaces de huir de la evidencia, porque el amor no la necesita; ya que se nutre de la seguridad que tenemos en Aquel que no puede mentirnos porque es la Verdad.
Nuestra fe descansa en la certeza de la Palabra dada, y por eso, junto a los habitantes de Nínive o con la “Reina del Sur”, afrentaremos a todos aquellos que, justificándose en la verdad, han acabado viviendo en la mentira.