24 de febrero de 2013

¡Con Él,sí!

Evangelio según San Mateo 5,43-48.


Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.



COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Mateo resume y compendia la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo sobre las diferencias entre la Ley de Moisés que proclamaban los fariseos, y la Ley de Dios, comunicada por su Hijo. El punto de inflexión entre ambas y como siempre, es el amor. Ese amor que es capaz de olvidar lo malo, porque sólo tiene ojos para lo bueno. Ese amor que confía en que la persona humana siempre tiene la capacidad de rectificar; y que no por haber tocando fondo, ha perdido su dignidad.
Que la venganza no surge de Dios, ni pertenece a la justicia; sino que proviene de la soberbia inducida por la ira, y siempre es fruto de una falta de dominio personal motivado por una escasa vida sobrenatural.


  El último punto que nos muestra el evangelista sobre las palabras de Jesús, esconde –en el fondo- el significado de todo el texto presentado: “Sed vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. Esa frase se identifica totalmente con el precepto que nos recuerda el Levítico: “Sed santos, porque Yo soy santo”.
De esta manera, Jesús identifica la perfección con la santidad, que es Dios; y así el Señor lleva la Ley a su plenitud proponiéndonos el único camino para alcanzar la salvación: la imitación de Nuestro Padre celestial, a través del seguimiento de los pasos de Jesucristo.


  Somos cristianos, es decir, Hijos de Dios en Cristo que a través de los Sacramentos recibimos la Gracia, la fuerza para cumplir con la exigencia de nuestro Maestro que nos lama a todos a lograr la santidad. Santidad que alcanzamos, si no perdemos de vista el Modelo que debe ser la Causa de nuestra conducta; el Bien al que debemos tender en todos nuestros actos.
Y esa llamada no saca a nadie de su sitio, sino que desde nuestro sitio nos exhorta a transmitir su Palabra con el testimonio de nuestra vida. Porque no podemos decir que pertenecemos a Dios con nuestros labios, si después le negamos con nuestros actos. Si somos capaces de desoír la súplica de nuestro prójimo, aunque tal vez ese prójimo haya desoído con anterioridad las mías.


  Jesús nos habla de Amor con mayúsculas; del perdón sin rencores; del olvido de espinas clavadas en nuestro corazón.
El Señor nos habla desde la Cruz, con sus manos taladradas, con sus pies sangrantes; y nos habla de disculpas, de exonerar a los enemigos aunque estos te lleven a la muerte. Y así nos lo pide desde su sacrificio. Sin juzgar la verdad o la maldad de un acto porque desconocemos la verdadera intención del que lo realiza; aunque ese acto comporte una pérdida irreparable para nosotros. Jesús sabe que solos no podremos, por eso nos ha prometido que estará a nuestro lado hasta el fin de los tiempos. ¡Con Él, sí! Sí podremos si dejamos que forme parte de nuestra vida; que sea nuestra vida. ¡Con Él, sí! Ayer, hoy, mañana y siempre.