14 de febrero de 2013

¡Unidos a Él en la Cruz!

Evangelio según San Lucas 9,22-25.


"El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".
Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de Lucas encierra un cúmulo de enseñanzas de Jesús, para todos aquellos que hemos decidido seguirle en el camino de la salvación.
El evangelista omite la reprimenda que le da el Señor a Pedro y que viene detallada en los dos sinópticos restantes: En san Mateo, tras expresarle el Maestro a los discípulos que están a punto de llegar los momentos decisivos de su ministerio donde el sufrimiento se hará presente y sólo a través de él será posible la Redención, san Pedro exclama sin poder reprimirse: “¡Dios te libre, Señor! De ningún modo te ocurrirá eso”. Y en san Marcos, se nos refiere que Simón Pedro protestó ante el anuncio del preludio de la Pasión.
No debe extrañarnos esa reacción que tuvo el Apóstol, pues era un síntoma claro del profundo amor que sentía hacia Jesús. Pero el Señor le recuerda una verdad que cuanto antes aprenda, mejor será para la misión que le ha sido encomendada: Los cristianos junto a Cristo, estamos llamados a la Gloria; pero para ello debemos subir los peldaños del dolor, que son episodios clave en la vida de Jesús.


  Es en las circunstancias complicadas, donde la fortaleza del hombre se forja y la esperanza en Dios se pone a prueba. Es en esos malos momentos, donde el ser humano pierde pie y rueda por la pendiente de la tribulación, decidiendo si rebelarse o aceptar la voluntad de Dios, haciéndola suya.
El mensaje de Cristo es claro ¡no engaña a nadie!: seguirlo no será tarea fácil; porque hemos de hacernos otros Cristos, intentando identificarnos en todo momento con nuestro Maestro. Y ese camino pasará, irremediablemente, por la Pasión y la Cruz.
Ahora bien, junto al problema nos revela la solución: si estamos unidos a Él, si vivimos en Él a través de los Sacramentos y su Gracia nos inunda, seremos capaces de comprender que la vida sin el Señor no es Vida.
Que este mundo es el lugar donde elegimos como queremos pasar el resto de nuestra existencia; esa existencia sin final en la que formaremos parte, si libremente así lo hemos decidido, de ese Dios al que nunca debimos abandonar.


  Cierto que el dolor es un misterio, pero un misterio que se esclarece al ver al Verbo encarnado clavado en una Cruz. Si el propio Hijo de Dios realizó la salvación de los hombres a través de un madero, al que se subió ejerciendo su libertad; cada uno de nosotros, de forma libre y como el Señor otorgue, hemos de estar dispuestos a compartir su destino.
Tal vez jamás nos exija un testimonio que nos cueste la vida; pero seguro que si somos sus discípulos, ese testimonio llegará de mil maneras distintas. Y es entonces cuando, sin vergüenza, hay que responder que somos corredentores con Cristo ayudándole a llevar su Cruz, cargándola sobre nuestros hombros desnudos.
El Señor nos dice, en el Evangelio, que su fuerza no nos faltará, porque si nosotros no renegamos de Él, estará con nosotros hasta el fin de los tiempos como abogado, hermano y amigo fiel.


  Quiero terminar este comentario con unas palabras del Obispo vietnamita Francisco Nguyen Van Thuan, que pronunció mientras estuvo trece años preso en una celda de la prisión de Phú Khánh, y que son un tesoro para comprender, de forma práctica, lo que es la identificación de nuestra voluntad con la divina cuando se ha encontrado el profundo sentido del sufrimiento en la Pasión de Nuestro Señor:

“Te escucho ¿Qué me has susurrado?
¿Es un sueño?
Tú no me hablas de pasado
Del presente
No me hablas de mis sufrimientos,
Angustias…
Tú me hablas de tus proyectos
De mi misión.
Entonces canto tu Misericordia,
En la oscuridad, en mi fragilidad,
En mi anonadamiento,
Acepto mi cruz
Y la planto con las dos manos,
En mi corazón.
Si me permitieras elegir, no cambiaría
Ya no tengo miedo: he comprendido,
Te sigo en tu Pasión
Y en tu Resurrección”