19 de febrero de 2013

¡La decisión es nuestra!

Evangelio según San Mateo 25,31-46.


Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.
Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'.
Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'.
Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'.
Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'.
Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Las tres parábolas precedentes que escribe san Mateo dan paso a este escrito sobre el Juicio Final. 
El Señor lo presenta con toda su grandiosidad; donde todas las cosas creadas tendrán que rendir cuentas de sí mismas a la justicia divina. Es en ese momento donde nos advierte Cristo que se iluminarán todos los secretos de nuestro corazón, manifestándose las conductas personales que han ido forjando nuestra forma de ser y actuar.


  Allí, delante de Dios, cada cual será cada uno y las justificaciones que utilizamos con tanta frecuencia en esta vida, para disculpar nuestras acciones, de nada nos servirán para la vida eterna. 
Dice san Juan, y así lo manifiesta también san Mateo, que seremos juzgados por el amor; porque en realidad lo que Jesús nos exigirá el día del Juicio es todo el bien que hicimos para ayudar a los demás. Ya que todos nuestros hermanos son imagen de Dios, porque así fueron creados;  por eso cualquier cosa que hagamos para facilitarles la vida, en realidad se la hemos hecho al propio Cristo.


  Pero el señor va mucho más allá y nos recuerda que a parte de ejercer las obras de misericordia -corporales y espirituales- el hombre debe examinarse sobre todo aquello que ha podido hacer y no ha hecho: las obras de omisión.
Éstas no requieren grandes esfuerzos ni enormes renuncias; ya que la mayoría de las veces se refieren a cosas pequeñas que pueden alegrar la vida de todos aquellos que caminan a nuestro lado. La Madre Teresa de Calcuta lo explicaba con unas sencillas palabras:
"Sonreir a alguien que esté triste; visitar, aunque sólo sea unos minutos, a alguien que está solo; cubrir con nuestro paraguas a alguien que camina bajo la lluvia; leer algo a alguien que es ciego; éstos y otros pueden ser detalles mínimos, pero son suficientes para dar expresión concreta a los demás de nuestro amor a Dios"


  Debemos pensar que la medida de nuestro amor a Dios será calibrada por las obras que hayamos hecho  de servicio a los demás; y éso creedme, no tiene precio, porque el precio se lo pondrá Jesús en el último día cuando sospese en su Corazón el amor que pusimos en cada una de nuestras acciones. Nos lo recordaba la Madre Teresa de la siguiente manera:
"Alguien me dijo en cierta ocasión que ni por un millón de dólares se atrevería a tocar a un leproso. Yo le contesté: -Yo tampoco lo haría. Si fuese por dinero, ni siquiera lo haría por dos millones de dólares. Sin embargo lo hago de buena gana, gratuitamente, por amor a Dios-"


  Ahora bien, no podemos olvidar que nuestros egoísmos y nuestras carencias serán también medidos con la vara de la Ley divina; y que habrá un castigo eterno para todos aquellos que han decidido, libremente, vivir separados de Dios. La verdad es que ya no me puedo imaginar peor castigo que éste; porque vivir alejada de Nuestro Señor, cuando Él es la Bondad, el Bien, la Belleza, la Verdad y la Felicidad, siendo el único capaz de llenar nuestra alma de paz y alegría; es vivir permanentemente en un infierno. Un infierno que sólo puede producirnos el desasosiego de una vida eterna carente de todas las perfecciones que participamos al lado de Dios. Ese desgarro vital que representa el pecado al separarnos para siempre del Todo y dejarnos convertidos en nada. Carentes de la vida divina que nos llena de amor  insertándonos en un profundo odio visceral que nos corroerá para toda la eternidad.
Así puede ser nuestro futuro: una opción de amor a Dios y al prójimo que, en el último día se revestirá de gloria; o la elección de amarnos a nosotros mismos, consumiéndonos en el infierno de un egoísmo sin fin. ¡La decisión es nuestra!