10 de febrero de 2013

¡Recuperemos fuerzas al lado de Dios!

Evangelio según San Marcos 6,30-34.
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer.
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto.
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  San Marcos nos deja percibir en su Evangelio, la intensidad y la entrega de Jesús en su ministerio público; así como la de sus discípulos, ya que no tenían tiempo ni parar comer.
Los Apóstoles manifiestan la necesidad que presentan de hablar con el Señor; de contarle los objetivos que han conseguido; los proyectos que han elaborado y las ilusiones apostólicas que han forjado cara a un futuro. Y necesitan para ello la cercanía de Jesús, porque saben que todo será posible si participan de la fuerza de la Gracia que mana de la Palabra del Hijo de Dios.


  Esto es un claro ejemplo para todos aquellos que piensan que vivir la fe es asistir a la Misa dominical, acordándonos de Dios cuando algún problema nos desquicia y nos quita la tranquilidad. ¡No! Tener vida sobrenatural es compartir el destino del Señor porque, a través del Bautismo, corre su Gracia por nuestras venas. Es hacernos otros Cristos y estar dispuestos, como buenos discípulos suyos, a transmitir el mensaje cristiano desde la propia entraña secular. Es necesitar su compañía, a través de la oración y la vida sacramental, porque sólo de ella nace la fuerza que nos hará capaces de surcar los caminos, sin desfallecer, para regresar a la casa del Padre, de la que nunca debimos partir.


  Pero como nos recomienda Jesús en el Evangelio, es necesario tener un tiempo nuestro, personal, preñado de silencio que nos permita, en la paz de nuestra alma, escuchar sus amorosas palabras: “Venid, vosotros solos, a descansar un poco a un lugar apartado”.
La Iglesia, que es Madre, ha recomendado desde la antigüedad la práctica periódica de los retiros espirituales. Y eso no es porque sí; no es gratuito, sino fruto de la reflexión de las necesidades del ser humano para su salud espiritual; recuperando fuerzas al lado de Dios y forjando, junto a Él en el silencio del Sagrario, los planes de futuro que darán luz a nuestra vida sobrenatural.


  Porque la tarea que el Señor ha querido que compartamos con Él es un mar sin orillas; no puede terminar nunca porque siempre, en algún lugar, habrán ovejas perdidas que todavía no han encontrado a su Pastor. Y no hay que olvidar que Jesús, cuando bajó de la barca, se compadeció de ellas, recordándonos que la mies es mucha pero los obreros son muy pocos. 
Cierto que la mayoría de nosotros tenemos nuestros trabajos, nuestras familias y nuestras tareas y, posiblemente, el Señor no nos ha pedido una entrega total a su misión, que es la nuestra; pero eso no nos disculpa de identificarnos en todo momento y lugar como lo que somos: hijos de Dios en Cristo por la Gracia del Bautismo. De esta manera, nuestra identidad de cristianos no es una mochila que cargaremos en momentos determinados, sino que forma parte de nosotros mismos haciendo viable las palabras de san Pablo a aquella primera comunidad de Corinto, que le escuchaba: “En fin, tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 31-32).


  Así ha de ser nuestra vida, nuestro trabajo y nuestros momentos de ocio: amando al Señor sobre todas las cosas y, consecuentemente, al prójimo como a nosotros mismos. Y es desde ese amor, donde se desborda el mandato divino para llevar a nuestros hermanos otra vez de regreso al redil, donde nos espera el Buen Pastor para cuidarnos y cargar sobre sus hombros a la oveja más herida.