8 de febrero de 2013

Sentir el abrazo de Jesús

Evangelio según San Marcos 6,7-13.
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros.
Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero;
que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas.
Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir.
Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".
Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión;
expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


COMENTARIO:


  Este Evangelio de san Marcos nos describe el principio de la misión a la que están destinados los Apóstoles y, posteriormente, todos los discípulos de Cristo: transmitir el Evangelio a todos los rincones de la tierra, comenzando por los lugares más próximos.


  Cada uno de nosotros, que cuando estamos en Gracia somos otros Cristos, hemos de tomar ejemplo de las actitudes y las palabras del Maestro: Cómo Jesús recorre los caminos y aldeas cansado, pero sin desfallecer. Cómo es el primer catequista de sus discípulos a los que, con paciencia, desgrana el significado de sus parábolas, preparándolos para que cada uno de ellos sea, con el tiempo, altavoz del mensaje cristiano. Pero también les advierte que, como le ha ocurrido a Él –que es la Palabra de Dios encarnada-, el anuncio de la salvación que van a transmitir, no va a ser acogido por igual entre todas las personas ni en todos los lugares: unos la aceptarán y cambiarán sus vidas, mientras que otros la rechazarán, actuando contra ellos.
Vemos como los Apóstoles, que gozaban de la cercanía de Jesús, consiguieron expulsar muchos demonios, como bien nos dice el capítulo de san Marcos. También nosotros, si frecuentamos los Sacramentos, recibiremos la Gracia divina que nos capacitará para que el Espíritu Santo ponga las palabras adecuadas en nuestros labios y abra los oídos de los que nos escuchan; logrando que la semilla de Dios penetre en su alma y fructifique. Siendo cada uno de nosotros medios adecuados en manos del Supremo Hacedor.


  En este pasaje, el Señor nos anima a no desfallecer jamás ante las cosas de Dios, porque cualquier proyecto que surja de una recta inquietud apostólica, gozará siempre del auxilio de la Providencia. Providencia que requiere el desprendimiento de nosotros mismos: nuestro esfuerzo, nuestro orgullo, nuestra seguridad; teniendo la confianza absoluta de que Dios no permitirá que nos falte lo necesario para seguir cumpliendo su voluntad.


  Para finalizar, el evangelista recoge un sacramento instituido por el Señor, que era recomendado y promulgado en los albores de la primera comunidad cristiana: la Unción de los enfermos.
Ese tesoro, fruto del amor de Dios para todos aquellos que sufren, está prácticamente obsoleto en muchos hogares donde, desgraciadamente, se vive la falta de salud de alguno de sus familiares. Llama la atención que seamos capaces de gastarnos dinero en visitas a variopintos sanadores y viajar kilómetros en busca de dudosas curaciones, cuando el óleo sagrado nos es dado de forma gratuita. Siempre he pensado que si algo no sirve para nada, ningún mal puede hacerme intentarlo. Pero ¿Y si es verdad lo que está históricamente demostrado a través del Nuevo Testamento? Porque no olvidemos que si ponemos en duda a unos escritores que nos transmitieron la historia, de la que dieron testimonio con su vida; puedo poner en duda cualquier hecho histórico que no pueda comprobar: es decir, todo.
Y la verdad es que la Iglesia primitiva del siglo I había curado a muchos enfermos a través de la Unción sacramental, que daba la salud del alma y, si era voluntad divina, la del cuerpo. Yo creo que no se pierde nada, ante lo mucho que se puede ganar. Y si está de Dios que esa persona se reúna con el Padre eterno, el sacramento le traerá la paz de Cristo a su alma, pudiendo partir con un sentimiento interior que facilita el último viaje de cada uno de nosotros. Y no os hablo desde la fácil teoría, sino desde la dolorosa práctica de los que hemos perdido a alguno de nuestros seres más queridos.


  Todo esto no debe extrañarnos, porque es lo que consigue la cercanía de Jesús, propia del Sacramento: Sentir su abrazo en los malos momentos y compartir el Amor del que todo lo puede, con el convencimiento de que sólo recibiremos de su Persona, lo que sea mejor para nosotros. Por eso, en los momentos de soledad que comporta el dolor, sólo Aquel que ha sufrido por nosotros y nos comprende, puede consolarnos; y no dudéis que, si es su voluntad, nos salvará. Creo que es una obligación, para todos los bautizados, transmitir a nuestros hermanos ese bálsamo divino que cura las heridas producidas por el sufrimiento de la enfermedad, la incomprensión y el desánimo.