27 de febrero de 2013

¡Somos frascos de barro!

Evangelio según San Mateo 23,1-12.

"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;
ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;
les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros,
porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".



COMENTARIO:


  En estas primeras palabras de san Mateo, Jesús nos habla de la importancia que tiene para un cristiano vivir la coherencia, de su ser y su creer,  en todas las circunstancias de su existencia. Pero deja muy claro que un mal ejemplo no debe ser jamás motivo para justificar nuestra desidia ante el mensaje transmitido.


  A mi esto me recuerda siempre los perfumes maravillosos que antiguamente se llevaban en frascos de barro. Cierto que ahora, recubiertos de increibles piezas de Murano, fruto del diseño de los perfumistas, parecen acrecentar su valor; pero en el fondo su importancia sigue siendo la misma, porque lo valioso siempre es el contenido.
En este caso, ocurre lo mismo con la doctrina. Es la Palabra de Dios transmitida por todos aquellos que somos arcilla frágil, vulgar y quebradiza. Pero así nos quiere Dios: conocedor de nuestras miserias y nuestras luchas por evitarlas, y tal vez por ello el único capaz de darnos una tarea que sólo se puede llevar a cabo si nos regala su Gracia, en la intimidad de nuestro corazón.


  El Señor al hablar de los escribas y los fariseos les acusa de que su conducta se ha guiado más por las apariencias externas que por vivir de acuerdo con la verdad; recomendando a los cristianos que hemos sido llamados -todos nosotros- a transmitir su mensaje, a que recordemos que estamos destinados a servir. Porque transmitir la verdad divina es el mejor servicio que podemos ofrecer a nuestros hermanos. Un servicio que debe buscar el amor y jamás el honor; ya que todo aquello que disfrutamos se lo debemos a Nuestro Padre, Dios.


  Transmitir la fe es difundir la confianza en ese Jesús Nazareno que prometió que a todo el que llamara se le abriría; que a todo el que pidiera, se le daría. Cristo nos insta a descansar en sus brazos, después de haber dado lo mejor de nosotros mismos: porque la fe requiere de las obras que demuestran que con el Señor somos capaces de todo.
La virtud cristiana debe superar la Ley de Moisés con el componente del amor; ya que como comentábamos en capítulos anteriores, el perdón, el olvido y la misericordia son ingredientes indispensables en la convivencia diaria que ponen un punto y aparte entre la Antigua y la Nueva Ley.


  Nuestros actos siempre deberán estar guiados por la rectitud de intención, que surge del fondo de nuestra conciencia donde nos encontramos con Dios. Y ese trato con Dios nunca debe ser ni el camino para escalar posiciones, ni conseguir prevendas y mucho menos, obtener honores; porque la cercanía divina nos recuerda que si estamos dispuestos a seguir a Cristo hemos de estar en disposición de soportar la incomprensión, el odio y el sufrimiento que llevaron al Mesías a lo alto de una cruz.


  Cada uno de nosotros debe agradar a Dios, porque ese es el mayor premio que podemos recibir. Y a Dios sólo se le agrada siendo fiel a sus mandatos; transmitiendo su doctrina con humildad y espíritu de servicio; estando al lado de los hermanos que nos necesitan y siempre, siempre, siendo coherentes con nosotros mismos.