14 de septiembre de 2013

¡Seguimos con los proféticos!



   Los libros proféticos no fueron escritos de un tirón, sino que, como la mayoría de los libros bíblicos, tuvieron un proceso de redacción hasta llegar a la forma definitiva que se nos ha transmitido en el canon. Cada libro profético, sin embargo, tiene mucho que ver con el personaje que lleva su nombre: primero porque contiene a grandes rasgos su doctrina, pero además, porque se sabe que algunas secciones fueron escritas directamente por el profeta o por su amanuense, como sucedió en el caso de Baruc que escribió al dictado de Jeremías. Tal vez, y como es lógico, nunca sabremos si cada palabra es original del profeta; pero sí podemos asegurar que cada libro, en su conjunto, pertenece al profeta original o al círculo de sus discípulos. Se podría matizar que, como regla general, una parte corresponde al profeta, otra ha sido elaborada por los discípulos y la estructura literaria es obra de un último redactor. Pero todo ello con la seguridad de que todo ese proceso ha sido realizado bajo  la inspiración del Espíritu Santo, su autor principal.

  

Las líneas del propio profeta son aquellas secciones poéticas de fuerza expresiva, como son, por ejemplo, los oráculos de Amós, las “confesiones” de Jeremías, gran parte del “libro del Enmanuel” de Isaías y otras muchas que ya iremos especificando. A los discípulos de los profetas se les asignó la labor fundamental de recopilar y seleccionar los oráculos más relevantes, darles forma literaria, redactar las partes biográficas en tercera persona, poner por escrito las visiones y las acciones simbólicas; prolongándose este trabajo durante un largo periodo de tiempo. Y el redactor final fue el que le dio la unidad al libro, actualizando el mensaje. En algunos casos, dicho redactor ha recopilado y reordenado oráculos que, sin ser del profeta original, contenían un mensaje coherente con la parte más antigua, así podía haber ocurrido con el libro de Isaías que abarca oráculos de épocas diferentes, pero organizados de tal modo que llegaron a constituir una obra bien trabajada y dotada de unidad literaria, comunicándole una orientación doctrinal determinada.



   Desde el punto de vista literario, los libros proféticos se diferencian del resto porque conservan los modos específicos de proclamación pública: el profeta, ordinariamente se dirige a sus oyentes en voz alta, con intención de conmoverles y de orientar su conducta. Por tanto, el modo habitual de expresión profética es el oráculo, es decir, la declaración solemne en nombre de Dios que lleva implícita una condena o una promesa de salvación; y que podía ir dirigida a una persona determinada, o más frecuentemente, a un grupo o nación entera. A los oráculos de salvación, pertenecían los oráculos mesiánicos y gran parte de los escatológicos; encontrando también oráculos procesales o judiciales en los que literalmente se entabla un proceso entre Dios y el pueblo para poner de manifiesto los motivos del castigo divino. Además de oráculos, los libros proféticos contienen canciones, himnos, cartas, instrucciones sapienciales, etc.



   Casi todos los profetas escritores utilizaron acciones simbólicas  -un tipo de mímica-  para hacer más comprensible su mensaje: Oseas hizo de su matrimonio expresión del amor de Dios a su pueblo; Elías derramó agua sobre las víctimas del Carmelo para implorar la lluvia; y Jeremías realizó un montón de acciones simbólicas, no siempre fáciles de entender.



   El mensaje profético abarca, en su conjunto, todo el depósito de la fe de Israel, pero cada profeta subraya y desarrolla los aspectos doctrinales que eran más necesarios para sus contemporáneos. No eran las mismas preocupaciones las que tenía Amós en el siglo VIII a. C. que las de Ageo y Zacarías al final del siglo VI a. C. Pero a pesar de todo ello, hay tres puntos en los que todos los profetas insisten con más o menos intensidad: el monoteísmo, el mesianismo y la doctrina moral y social. Repasémoslos un poco:



·        Monoteísmo: Es el tema más importante de los oráculos proféticos, la fe en un Dios único. No hay otro Dios que el Señor, donde Él es soberano absoluto de la historia, donde otorga la victoria o la derrota, la soberanía o el destierro, orientándolo todo a conseguir que los suyos vuelvan a Él, teniendo con Israel una relación particular a través de la Alianza. Recuerdan que Dios es santo, trascendente y la santidad del pueblo consiste en participar de la de su Dios; interpretando el castigo como parte de su relación, donde el Señor no tiene más remedio que ejercitarlo si Israel no cumple las exigencias de su elección, rehabilitándole, ante su arrepentimiento, y poniendo de nuevo en orden su relación con él.

·        El Mesianismo: La esperanza mesiánica es la verdadera espina dorsal de los libros proféticos. Surge de la profecía de Natán, para expresar su idea de que la salvación viene al pueblo a través de la dinastía davídica, mediante un descendiente de David (mesianismo Real) proyectando al futuro la idea mesiánica y fomentando la esperanza en la próxima venida del “elegido del Señor”. Isaías, Miqueas y Jeremías hacen claras referencias a la dinastía davídica, de la que surgirá un vástago que reinará con la justicia del Señor; comportándose como verdadero Hijo de Dios, no como los reyes que habían conocido. Para los profetas de la época de la deportación y la restauración, la salvación vendrá a través del pueblo o de uno nacido en él; un siervo del Señor que asumirá obedientemente el castigo de todos. Los profetas post-exílicos hacen una espiritualización del mesianismo que encuadran en una doctrina escatológica con el convencimiento de que Dios llevará a cabo su obra salvífica a través de Israel, ya que Dios mismo vendrá a reinar sobre la tierra; dando testimonio el libro de Daniel de que será el Hijo del Hombre, un personaje humilde, al que Dios otorgará un reino eterno y universal como esperanza de salvación. Es en el Nuevo Testamento donde se reconoce a Jesús como el verdadero Mesías, asumiendo y trascendiendo toda la línea mesiánica que desarrollaron los profetas: es descendiente de David, juzga y salva al mundo, es el Hijo del Hombre y asume la figura del Siervo de Isaías para traer la salvación definitiva y universal a los hombres.

·        Doctrina moral y social: Los profetas, en particular los anteriores al destierro, insistieron en las exigencias sociales de la fe; exhortando repetidas veces  - como heraldos de la doctrina sobre la elección y la Alianza-  en cumplir las obligaciones que de ellas se derivaban. Con especial crudeza denunciaron la opresión de quienes gobernaban, y proclamaron la predilección divina por los “pobres del Señor” sin considerar la pobreza material como algo deseable, ni mucho menos como un ideal. El pobre no es justo por su carencia de medios, pero es especialmente querido por Dios, cuando su situación es el resultado de la injusticia de los poderosos y adinerados. Esa pobreza, fruto de la injusticia, es la que los profetas quieren corregir, y por ello gritan, una y otra vez, que la justicia y la santidad son exigencias ineludibles de la Alianza. Los profetas exigen un corazón limpio por encima de actos externos, y a partir de Jeremías y Ezequiel insisten en la responsabilidad personal: cada cual cargará con las consecuencias de la responsabilidad de sus propios pecados, sin culpar de ellos a los antepasados. Y finalmente, insisten en rectificar y purificar el culto, reflejando la preocupación de los profetas por la adoración y el respeto debido a Dios. Un pueblo que se aproxima al Señor con los sacrificios y lo confiesa con la liturgia, no puede después negarlo con las costumbres depravadas e injustas.



   A parte de los Salmos, de todos los libros del Antiguo Testamento, los proféticos son los que están más presentes en el Nuevo; bien a través de citas explícitas o de alusiones fácilmente detectables. Contienen un mensaje de esperanza y anuncian la salvación definitiva del género humano que se ha cumplido en Jesús, en su Persona, en sus acciones y en sus palabras; del mismo modo, el Nuevo Testamento aclarará el sentido profundo de algunos textos, aplicándolos a la figura de Jesucristo: en la Sinagoga de Nazaret, después de leer Is 61,1 es el mismo Jesús el que proclama abiertamente: “Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”. Es decir, que en el fondo de los oráculos descansa un sentido cristiano y cristológico.



   También en el Nuevo Testamento se da cumplimiento a las profecías, entendiendo que Jesús es la culminación de la histórica de la redención y que en Él se han cumplido las promesas antiguas, alcanzando la plenitud de la salvación que los profetas sólo habían podido vislumbrar. Como han sido, por ejemplo, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén sobre un borrico; el abandono de los discípulos en el huerto de los Olivos; la compra del alfarero con las 30 monedas de la traición; el reparto de las vestiduras de Jesús; la lanzada en el costado y, en bloque, todo el proceso ignominioso de la Pasión.



   Por eso, todos los libros proféticos reciben en el Nuevo Testamento una confirmación de la fe, que ya san Pablo, en el primer credo a la carta a los Corintios, repetía confirmando lo que los profetas habían anunciado: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras” Por eso las escrituras confirman la resurrección de Jesús, según lo anunciado por los profetas, entre ellos Oseas e Isaías. San Ireneo de Lyon nos recordó que la profecía traspasa el límite del significado de los términos y por referirse a Cristo y a la Iglesia, alcanza su plenitud cuando se hace realidad.