ISAÍAS:
El libro de Isaías nos ha llegado como una
unidad literaria que la tradición judía y cristiana ha atribuido al gran
profeta Isaías. De éste se dice, en el libro del Eclesiástico, que vivió en
tiempos de Ezequías, rey de Judá (716-687 a. C.), y que consoló a los afligidos
de Sión, es decir, a los desterrados de Babilonia. En la Biblia cristiana, el
libro de Isaías es el primero de los cuatro profetas mayores, no sólo porque
vivió antes que los otros tres, sino también porque su libro contiene los
oráculos más largos y, quizá, el más importante de los escritos proféticos.
La relevancia del libro de Isaías dentro de la
Biblia, además de por su manifiesta posición y extensión, se debe a que es el
libro del Antiguo Testamento más citado en el Nuevo, después de los Salmos, porque anuncia -con más claridad que ningún otro escrito
profético- a Jesucristo y a la economía cristiana.
Se estructura de la siguiente manera:
Primera parte: Comprende los capítulos 1-39- Refleja la época de los Reyes de Judá y
recoge las visiones y los oráculos del profeta del siglo VIII a. C. Se
distinguen las siguientes secciones: 1/
oráculos destinados al pueblo de Dios (caps.1-12)
2/ oráculos contra las naciones (caps.13-23) 3/ “Gran Apocalipsis de
Isaías” (caps.24-27)
4/ Amenazas contra Judá y Jerusalén (caps.28-33)
5/ “Pequeño Apocalipsis” (caps.34-35)
6/ Apéndice histórico (caps.36-39).
Segunda parte: Abarca los capítulos 40-55: Hay argumentos para pensar que estos
capítulos no los escribió el profeta Isaías. Unos son de índole histórica:
Jerusalén ha sido destruida como profetizaba Isaías en 1,20 y la esperanza se
pone en la vuelta de los desterrados, tras el Edicto de Ciro el Persa, al que
se califica de ungido; y en la reconstrucción de Jerusalén los destinatarios de
los oráculos son los exiliados de Babilonia, por lo que los oráculos
amenazantes de la parte anterior cambian su contenido para convertirse en
oráculos de consuelo que anuncian una futura restauración. Desaparecen las referencias
biográficas del profeta y cambia el estilo conciso, fuerte, brillante e
incisivo, por unas construcciones más retóricas; tal vez porque se dirigen a
unas gentes abatidas y castigadas por sus pecados que necesitan, ahora,
consuelo y esperanza. En esta segunda parte se distinguen dos secciones:
1- (40,12-48,22) Esta sección suele llamarse “Libro de la Consolación” y
en ella está insertada el primer “Canto del Siervo”. Su transfondo histórico es
el exilio de Babilonia, la misión de Ciro el Persa, la liberación de los
deportados y su vuelta a la tierra.
2- La segunda sección (49,1-55,13) proclama la salvación divina y la
restauración de Jerusalén a la vuelta del destierro; encontrándose en ella los
tres restantes “Cantos del Siervo”.
Tercera parte: Incluye los capítulos 56-66. En el transfondo de esta parte del
libro se aprecian los problemas que surgieron en Judá y sobre todo en
Jerusalén, a la vuelta del exilio de Babilonia. El entusiasmo inicial de los
repatriados tropezó con la cruda realidad: Judá estaba completamente devastada; los recursos eran escasos;
surgieron tensiones entre los que llegaban del exilio y los que habían
permanecido allí, y el sistema persa, a pesar de su tolerancia, era un dominio
extranjero. Por eso el mensaje profético urge a la fidelidad a Dios y a la
rectitud en las prácticas religiosas, proyectando la esperanza en una
restauración maravillosa de Jerusalén y de la tierra. La tercera parte y última
sección -los capítulos 63-66- hacen de conclusión, no sólo de esta parte
sino de todo el libro; y consta de diversos oráculos: juicio de varias
naciones, recuerdo de las bondades de Dios con Israel, juicio escatológico, la
nueva creación y la paz mesiánica, etc.
A pesar de que el libro en su conjunto se
presenta como una sola obra de carácter unitario atribuida a Isaías, la
explicación de su proceso de composición ha dado como resultado reciente tres
hipótesis que vamos a comentar:
1. La de
quienes piensan que existió un núcleo inicial de la época de Isaías, contenido
en los capítulos 1-39, al que se habrían añadido, en la época del destierro en
Babilonia los capítulos 40-45 y, en la época persa a la vuelta del destierro,
los capítulos 56-66; completando los textos ya existentes con significativos
retoques.
2. La de
quienes hablan de dos o tres Isaías, es decir de la existencia originaria de
obras distintas pertenecientes a profetas distintos, que después llegaron a
unirse. Según esta explicación, en el libro actual queda el reflejo claro de,
al menos, dos autores -el Isaías
histórico y el segundo Isaías- o incluso
de tres, suponiendo un Tercer Isaías. Por eso dividen el libro en tres partes
(capítulos 1-39; 40-55; y 56-66) La primera sería atribuible al propio Isaías;
la segunda se debería a un profeta desconocido, el “Deuteroisaías”; y la
tercera sería la obra de un tercero, el “Tritoisaías”. Esta hipótesis que tiene
algunas bases razonables, presenta a su vez serias dificultades porque no
encuentra apoyo documental ni aparecen el “Deutero” ni el “Tritoisaías” en
ningún lugar de la tradición israelita; llegando a considerarse por todos una
explicación más imaginativa que real.
3. La de
quienes se inclinan por una redacción tardía del libro en cuanto tal. Éste
habría sido compuesto después del destierro con materiales ya existentes,
algunos incluso del siglo VIII a. C.
Recogiendo todas las hipótesis, se ha
llegado a la conclusión de que el libro se llevó a cabo en varias etapas, pero
manteniendo siempre el mismo espíritu que había guiado al profeta Isaías en su
tiempo y haciendo actual su mensaje en cada circunstancia vivida por el pueblo,
ya que no hay que olvidar que todo este proceso se desarrolló bajo la
inspiración del Espíritu Santo. Los momentos más importantes de la formación
del libro fueron:
1.
La etapa originaria de la formación de la obra, que respondería a la época misma en la que
vivió Isaías. Éste era hijo de Amós - no
el profeta del mismo nombre- y nació en
Jerusalén hacia el 760, predicando y adquiriendo una vasta cultura religiosa;
desde donde Dios le llamó al ministerio profético hacia el 733, con una visión
de la gloria del Señor en el Templo. En el relato de su vocación -todo viene explicado en los capítulos
1-39- aparecen los cuatro temas que van
vertebrando su enseñanza: la santidad de Dios; la conciencia de pecado como
impureza y profanación; la inminencia de un castigo inevitable y la esperanza
de salvación. Se casó y tuvo dos hijos, coincidiendo su actividad con la
política expansionista y violenta del imperio Asirio. En el año 735, los reyes
de Siria e Israel penetraron en Judá con el intento de forzar una liga contra
Asiria, con la ayuda que Egipto les había prometido, pero Isaías persuadió a
Ajaz, rey de Judá, de que no entrara en la liga. Asiria invadió Siria e Israel,
pero no Judá, a la que sin embargo impuso tributo. Samaría, capital de Israel
cayó en el año 722 a manos de Asiria, que llevó a cabo una limpieza étnica,
implantado extranjeros en este territorio; y a la muerte de Sargón II (705)
estalló la insurrección contra Asiria, a la que Isaías se opuso con la fuerza
de sus oráculos, pero no fue escuchado y en el 701, Judá fue invadida y
devastada por los Asirios que cercaron Jerusalén. No obstante, Isaías proclamó
que la ciudad de Jerusalén estaba protegida por Dios y no sería tomada, como
así sucedió de una forma sorprendente en el año 700. En este contexto histórico,
Isaías ejerció un influjo religioso profundo a lo largo de cuatro décadas; así
como la hondura y la amplitud de su mensaje y la evidencia de sus aciertos le
granjearon un gran prestigio como profeta y como persona, añadiéndose la
perfección y belleza de su mensaje y la fuerza de sus visiones, que le
convirtieron muy pronto en un clásico de la poesía hebrea. Todo ello produjo la
formación de una escuela de “discípulos”, no necesariamente directos, que
recogieron su prolífera predicación y, aunque no tenemos seguridad sobre su
muerte, se acostumbra a situar a principios del siglo VII. Al núcleo inicial
auténtico de Isaías, representado principalmente por los capítulos 1-11 y
28-32, se debieron unir pronto una colección de “oráculos contra las naciones”
(caps.13-23) también originales del profeta; y los caps. 34-35 sobre el juicio
contra Edom y el triunfo de Jerusalén, que son probablemente de sus últimos
años.
2.
La composición de la segunda parte de Isaías es un enigma literario e histórico sin
descifrar, aunque se supone que a la vuelta del destierro Dios quiso consolar a
su pueblo dándole argumentos capaces de sensibilizar a las almas, abriéndole
horizontes nuevos; y así el profeta, movido por Dios, dio razón de la conducta
del Señor que primero liberó a Israel de Egipto y después lo dejó caer en la
servidumbre, ofreciéndole ahora perspectivas de esperanza con el anuncio del
retorno a la tierra como un nuevo éxodo. Y decidió hacerlo según el espíritu de
Isaías, realizando una verdadera actualización de su mensaje siguiendo una
pauta literaria, de la que el profeta era un modelo perfecto. En los caps.
56-66 se refleja otro momento histórico
-se trata de la situación vivida en Judá a la vuelta del destierro, a la
que también sale al paso el Señor mediante las palabras de sus profetas a
través de oráculos, cantos, lamentaciones, juicios y visiones proféticas de
esperanza y restauración de la gloria de Sión-. La grandiosidad de tales
oráculos y su perfección literaria, así como el influjo doctrinal del auténtico
Isaías, es de nuevo evidente, lo que permite seguir hablando de una “escuela
isaíana”. A este núcleo se juntó el horizonte de una salvación que no estaba al
alcance de las fuerzas humanas, sino que era un don de Dios que quedaba abierto
a la Revelación plena del Nuevo Testamento. Se observaba, sin embargo, que
además de recoger y actualizar el mensaje nuclear de Isaías se habían acoplado
consideraciones más generales pertenecientes al legado común de la fe de
Israel. Por tanto, no sabemos cuando adquirió el libro de Isaías la forma final
que tiene ahora en la Biblia, pero como su contexto histórico era la situación
del pueblo a la vuelta del destierro, podemos pensar que se completó a finales
del siglo VI a. C.
El libro de Isaías refleja la paradoja
historia dramática y venturosa del pueblo de Dios; una historia que puede ser
también la de cualquier pueblo y la de cualquier criatura humana que desarrolla
su experiencia en esta tierra, en medio de dolores y gozos en el camino hacia
su fin. Los dos siglos de guerras y destrucciones, de reconstrucciones y de
esperanzas, entre los que se inserta el mensaje profético de este libro, no son
tan distintos de los que los cristianos han vivido a lo largo de los tiempos,
con guerras y antagonismos; y en cada época el mensaje de Isaías se ha
mantenido vigente, ya que de todos los libros del Antiguo Testamento éste es
uno de los más importantes por su enseñanza y su doctrina: sobre Dios, sobre el
hombre y sobre la salvación. Eligiendo como cuestiones más significativas que
recorren todo el libro, los siguientes
temas: la trascendencia de Dios y la ofensa que supone contra Él el pecado del hombre, especificando en cada
parte del libro el mensaje futuro, mostrado en esta primera parte; la
universalidad de la salvación, en la segunda y la esperanza escatológica en los
capítulos finales.
El Dios que nos muestra Isaías como
trascendente y omnipotente, presentándolo a su vez con atributos y cualidades
antropomórficas -que nos permiten hablar
de los “ojos de Dios”, de su “aliento” o de su “espíritu”- manifiesta en todo momento que el Señor es un
Dios que interpela al hombre; y en contrapartida, a la grandeza de Dios se le
enfrenta la pequeñez del ser humano, especialmente cuando peca. Ya que el
pecado no es una falta liviana, sino que el profeta nos recuerda su verdadero
sentido como rebelión, desprecio y burla a Dios; cuya causa no es otra que el
orgullo y la autosuficiencia.
El centro de la predicación de Isaías,
recogida en la primera parte del libro, es la promesa divina sobre David y
Jerusalén, lo que llamamos “el mesianismo regio” ya que concibe y describe al
futuro salvador con los rasgos tomados de la figura del rey. De ese Enmanuel
que concentra todas las promesas, siendo el rey eterno prometido por Dios y en
el que se sintetizarán las grandes corrientes de la esperanza de Israel.
La segunda parte del libro, que fue
redactada durante el destierro, subraya la misión de Israel en el concierto de
las naciones; y así, a través de su
historia, Israel es testigo de las intervenciones salvíficas de Dios y
vislumbra que él mismo es instrumento de salvación para todas las naciones de
la tierra, estando representada su misión en el personaje del “Siervo del
Señor” que con su expiación vicaria alcanzará la salvación para todos los
pueblos.
En la tercera parte del libro de Isaías, a
pesar de la diversidad literaria que encontramos, cabe destacar el horizonte escatológico y salvador de todo el
conjunto, terminando con la alegría y la esperanza en un futuro prometedor y
esplendoroso.
El libro de Isaías está citadísimo en el
Nuevo Testamento, probablemente por la aplicación que hizo el propio Jesús de las palabras del
profeta en los acontecimientos de su vida; aplicándose a Sí mismo en la
Sinagoga de Nazaret, las palabras de Isaías 61, 1-2. Pero es especialmente en
los acontecimientos de la Pasión, donde Jesús se presentó a Sí mismo como el
Hijo del Hombre, es decir, como el Siervo sufriente del que se decía en el
libro de Isaías que cargó sobre sí las rebeldías del pueblo elegido y de todos
los hombres.
A partir de la muerte y Resurrección de
Cristo, los apóstoles entendieron que en Jesús se habían cumplido aquellos
oráculos sobre el Siervo del Señor, y los lectores cristianos hemos visto en el
libro la actitud de fe y fidelidad a Dios que tuvieron Isaías y, en
general, los profetas en las
circunstancias históricas que vivieron. Por eso Isaías no es un libro que se
cierra en dos siglos largos de existencia del pueblo de Israel, sino que es
actual y estimulante porque su lectura nos conduce a un mayor compromiso en la
consecución de las aspiraciones de todos los hombres.