17 de septiembre de 2013

¡Hablemos de Cristo!



Evangelio según San Lucas 7,1-10.


Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.
Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.
Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: "El merece que le hagas este favor,
porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga".
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;
por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo hace".
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe".
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas nos presenta un episodio en la vida de Jesús, donde la fe de un pagano ha dejado una huella imborrable en la historia de la liturgia de la Iglesia. El relato sucede en Cafarnaún, que como sabéis era una ciudad comercial que el Señor visitaba con frecuencia, y que tenía una guarnición romana propia, comandada por un centurión. De sobra es conocida la aversión que sentían los judíos por los romanos que habían conquistado su nación; pero nos dice este párrafo que, justamente, este centurión era un hombre de bien, respetuoso con el sentir de los demás y que era querido por haber construido una sinagoga para facilitar la práctica religiosa de sus ciudadanos.

  Parece, por lo que nos cuenta el texto, que el hombre conocía y seguía perfectamente la trayectoria de Jesús por Palestina, porque había oído hablar de Él. Este es el resultado de la tarea que realizó un buen cristiano, que no dudó en cumplir la vocación que se le había encomendado en las aguas del Bautismo: el apostolado. Si nadie se hubiera tomado la molestia de pasar unos minutos con aquel oficial, para transmitirle la verdad de Jesucristo, nuestra fe, es seguro que a ese hombre jamás se le hubiera ocurrido elevar una petición confiada al Señor, para que su criado recuperara la salud. De que algún discípulo cumpliera bien su misión apostólica, ha sobrevenido ese milagro de Jesús, que ha dejado huella en la historia de la Iglesia.

  También san Lucas nos deja entrever que, en aquel momento, habían judíos que no estaban en contra del Maestro; porque son los propios ancianos los que acuden ante el Señor llamados por el prestigio que gozaba, en todos los estamentos sociales. El problema surgirá cuando, a pesar de la evidencia de sus milagros, el Maestro afrente a los pastores de Israel, descubriendo la falsedad de sus actos y la oscuridad que se esconde en su corazón. La narración que sigue, es un bello ejemplo de la fe necesaria y la humildad requerida en el trato con Jesús. Llama la atención que sea un pagano el que puede enseñar a los discípulos del Maestro, que somos todos, cómo debemos comportarnos cuando estamos ante la presencia del Hijo de Dios. Eso debe servirnos para asimilar que todos los hombres, sin excepción de personas, pueden enseñarnos a mejorar y a crecer en el cumplimiento de nuestra vocación.

  Las palabras del jefe de la guarnición son una síntesis preciosa de un corazón que tiene el convencimiento de que aquello que va a pedir, aunque sea en la distancia, Jesús se lo va a dar. Y no porque se lo merezca, aunque haya beneficiado a los judíos y les hay construido una sinagoga, ya que se sabe totalmente indigno ante la majestad divina que se esconde en la humanidad santísima; sino porque ha sabido descubrir, con los ojos de la fe, la misericordia que define a Aquel que no puede pasar indiferente ante el sufrimiento humano. Ha entendido perfectamente, la jerarquía y el orden que encierra el universo creado y que, como tal, el Dios que lo creó puede devolver su orden natural. Sabe que, si es para su bien, la enfermedad abandonará el cuerpo del sirviente y la salud regresará para, a partir de entonces, glorificar al Señor.

  Nada más nos dice el Evangelio sobre la trayectoria de ese hombre, pero con seguridad su vida tomó otro camino, al encontrarse con el Señor. Si su alma ya vibraba ante lo que le habían revelado, ahora que ha sido testigo del milagro realizado tiene la certeza de la mesianidad de Jesús. Nada pudo ser igual para él, como no puede serlo para nosotros en nuestro encuentro eucarístico con el Señor, donde repetimos con nuestros labios las palabras de aquel centurión, que surgieron del fondo de un corazón enamorado.