10 de septiembre de 2013

¡ Fieles en la lucha!



Evangelio según San Lucas 6,6-11.


Otro sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.
Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo.
Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: "Levántate y quédate de pie delante de todos". El se levantó y permaneció de pie.
Luego les dijo: "Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?".
Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: "Extiende tu mano". El la extendió y su mano quedó curada.
Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús.


COMENTARIO:

Este Evangelio de Lucas es una clara continuación del que nos presentó ayer, donde Jesús quiere que no nos quede ninguna duda sobre la importancia de hacer el bien. Porque ante un hecho bueno, necesario para la salvación del hombre, nunca puede prevalecer la fuerza de la norma, que no nos permita actuar.

Antes de manifestar los hechos que se suceden, el evangelista nos refiere la actuación del Maestro en la sinagoga. Siempre os digo que la Escritura hay que desmenuzarla para poder meditarla, porque desde ella, hasta de sus silencios, el Señor nos quiere hacer llegar su mensaje. Y con la primera frase que comienza el capítulo, Jesús pone de manifiesto que si cumplimos su voluntad, hemos de seguir las pautas y los pasos de los que nos ha dejado claros ejemplos. Que, como hizo Él, estamos llamados todos los bautizados a dar testimonio de nuestra fe; que hemos de enseñar, sabiendo argumentar las raíces  por donde ha transcurrido la historia de la salvación: los lugares, los tiempos, los personajes, el mensaje… Pertenecemos a la cadena humana más larga y duradera que se ha dado en este mundo nuestro, la de los testigos de la fe cristiana. Fe que se ha transmitido, oral y escrita, por cada uno de nuestros hermanos desde el principio de los tiempos, y que ha estado regada con su sacrificio y su dolor. Debemos conocer, no sólo para creer mejor, que también, sino porque hemos de transmitir al mundo la reflexión teológica que es razonable y razonada; porque la Palabra de Dios, por ser de Dios, no puede ser de otra manera.

Sigue diciéndonos el párrafo, que los fariseos espiaban al Señor para ver que hacía. No para aprender sino para sorprenderlo realizando una acción que pudiera ser motivo de burla o castigo. Hoy ocurre en parte lo mismo; ya que, aunque no nos demos cuenta, los cristianos estamos observados con la lupa de la intransigencia, para que cuando alguno de nosotros cometa un error, fruto de la debilidad propia del ser humano y de la falta de fortaleza ante la tentación del Maligno, ser causa del vilipendio y el ridículo de una sociedad materialista y atea. Porque en este momento, lo que se pretende destruir no es a la persona, sino en nosotros, hacer daño a Dios y a su Iglesia.

Todos aquellos que hemos recibido el Bautismo y le dijimos que sí a Dios, con nuestro uso de razón, hemos de ser conscientes de que aquí en la tierra somos la viva imagen del efecto que tiene Cristo en el corazón humano. No nos podemos permitir ceder a la tentación; nosotros menos que otros. No porque sea pecado, que lo es, sino porque podemos ser la causa de que nuestros hermanos, conscientes de nuestra vocación, minusvaloren el valor de la fe, de Jesucristo y de su Iglesia. Porque cada uno de nosotros, aunque estuviera solo en el mundo, es Iglesia, y como tal debe sentirse y comportarse. Debemos pensar que, en la hora de la muerte, el Señor nos pedirá cuentas no sólo de lo nuestro, sino de lo que hicimos, con nuestra actitud, en el alma de aquellos que han compartido con nosotros el sendero de la vida.

Pero Jesús, a pesar de que sabe que está siendo observado minuciosamente por aquellos que buscaban perderle, no espera ni un segundo para cumplir la voluntad de su Padre. No teme al qué dirán, porque por encima de todo está Dios y la necesidad de llevar a cabo la misión que nos tiene encomendada. Vemos como el amor de Cristo sobrepasa la prudencia; enseñándonos que si somos comedidos y salvaguardamos nuestro honor, a expensas de que la persona humana por nuestro silencio se pierda para Dios, seremos nosotros los que, ante Dios, rendiremos cuentas de su alma. No podemos olvidar que el Amor divino hecho carne, murió en una cruz para salvarnos a todos, porque fue fiel hasta su último aliento. No quiso tener la palabra adecuada para contentarlos y quedar bien, ni esperar a otro día más conveniente, para hacer el bien, donde no estuvieran los fariseos y así evitarse problemas. Jesús nos ha enseñado que nunca podemos posponer aquello que debemos hacer para cumplir la voluntad de Dios: transmitir su Palabra y amar a nuestros hermanos, muchas veces a pesar de nosotros mismos.