25 de septiembre de 2013

¡El hombre encuentra, porque busca!



Evangelio según San Lucas 8,19-21.



Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.
Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".
Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".


COMENTARIO:

  En este capítulo del Evangelio de san Lucas, Jesús resalta –de forma magistral- la dignidad de todos aquellos que oyen, y escuchan, la Palabra de Dios poniéndola en práctica. A lo largo de nuestra vida, seguro que hemos realizado un apostolado activo en todos los lugares y con todas las personas que nos hemos relacionado. Con unos habrá sido a través de unos comentarios, surgidos de una conversación;  y con otros, a través del ejemplo que ha dado testimonio del mensaje que acabábamos de transmitir.

  De los muchos que han participado a nuestro lado, en esta tarea tan divina como humana, unos habrán respondido con interés y otros con una total indiferencia. La causa es que, como hemos comentado muchas veces y Jesús lo ha plasmado magníficamente en la parábola del sembrador, la tierra de su corazón no estaba preparada todavía para recibir la semilla de la fe. Es cierto que esa virtud teologal es un regalo de Dios, pero un regalo que se debe pedir; preparando nuestro conocimiento para recibir la luz del Espíritu Santo.

   El hombre encuentra, porque busca; porque se toma la molestia de ponerse en camino para llegar a la meta. Y Jesús con sus palabras nos confiere, a todos aquellos que hemos interiorizado su mensaje y a través del Bautismo nos hemos hecho discípulos suyos, la categoría de Hijos de Dios y hermanos de Cristo. Somos, por una elección de amor libre, exaltados a formar parte de la familia divina.

  En este párrafo del Evangelio, que puede parecer algo oscuro en un primer momento; hay una evidencia que se debe resaltar en el mensaje que nos transmite el Maestro: no ha habido discípulo más fiel que haya acogido la Palabra de Dios, interiorizándola, y haya dado fruto, que la Virgen María. Ella asintió a los planes que el ángel le proponía, porque por ser la llena de Gracia, unía su voluntad a la del Padre. La Virgen es el ejemplo de discípulo perfecto que escucha y asiente, cueste lo que cueste, a lo que el Señor tiene dispuesto para él y para ella. Por eso nosotros, que por las aguas benditas del sacramento bautismal hemos sido hechos hijos de Dios en Cristo y discípulos y transmisores de la fe, hemos de ver en Nuestra Madre la guía que nos ayudará a ser fieles testigos en el camino de la salvación. Ella ha sido el Tabernáculo que acogió en su seno, al Hijo de Dios encarnado. Por eso nosotros, cuando hacemos oración contemplando a María, le pedimos que nos muestre al Señor; el fruto de sus entrañas. Ella que ha sido y es, Sagrario eterno que encierra la Vida que no termina jamás.

  El Señor también aclara, con sus palabras, el verdadero sentido de la palabra hermanos. Todos sabemos que en hebreo, arameo e incluso en árabe, el término “hermanos” se refiere a los parientes; indicando a todos aquellos que pertenecen a una misma familia, clan o incluso tribu. Para ellos, la hospitalidad era muy importante y aquel que estaba entre los suyos, no deseaban de ninguna manera que se sintiera excluido del grupo familiar. Jesús, así lo afirma, al considerar que todos los cristianos, sin ningún lazo de sangre entre ellos, son hechos en razón de la Palabra y la fe, “la nueva familia de Dios” y por ello, convertidos en hermanos entre sí. Parece mentira que con el tiempo, hayamos olvidado que esa es la más alta distinción que se nos ha podido otorgar; y que aquellos que comparten nuestra fe y nuestro Pan son, por la Gracia de Cristo, los parientes más próximos de nuestra estirpe espiritual.