28 de septiembre de 2013

¡La puerta angosta!



Evangelio según San Lucas 9,43b-45.


Todos estaban maravillados de la grandeza de Dios. Mientras todos se admiraban por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
"Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres".
Pero ellos no entendían estas palabras: su sentido les estaba velado de manera que no podían comprenderlas, y temían interrogar a Jesús acerca de esto.


COMENTARIO:

  Ante todo, san Lucas manifiesta en este Evangelio, la actitud lógica que acompaña a todos aquellos que están cerca de Jesús y abren su corazón sin prejuicios: todos ellos quedaban asombrados ante los milagros que contemplaban. Cada uno de nosotros, los bautizados, somos aquellos que caminamos al lado del Señor, por los múltiples y distintos senderos de la tierra; y no puedo comprender cómo, ante las maravillas de Dios, no seguimos sorprendiéndonos de su grandeza, su paciencia y su bondad.

  No hacen falta grandes cosas; sólo observar un bello atardecer en el otoño de los tiempos, cuando los árboles adquieren esas diversas tonalidades, que dan al bosque el color propio de la paleta de un pintor. O gozar de una puesta de sol, sentados en la arena de una playa cualquiera, donde parece que el astro rey se despide del cielo para acostarse en el horizonte, mientras tiñe de rojo las nubes que se acercan a despedirse. Cuesta pensar que estas imágenes tan bucólicas, si la naturaleza perdiera su orden perfecto, podrían convertirse en inimaginables catástrofes. No es éste el lugar para hacer un tratado sobre la realidad de la creación, pero sólo dejarme que os comente lo que la profesora Marie George hacía notar ante todos aquellos que hablaban de la no participación divina en el ser y el existir del mundo y el hombre.

  Ella parafraseaba que puede parecer casual que, jugando al póker, salga una escalera real. Pero lo que no es casual es que la baraja tiene que estar diseñada de tal modo que contenga las cartas necesarias para que pueda salir. La distribución de las cartas en el juego tiene un componente de azar. Pero no podría salir nunca una escalera real, si la baraja no tuviera unas características bien determinada. Nos guste, o no nos guste, Dios ha hecho maravillas que nos sorprenden a cada paso, salvo que, consciente o inconscientemente, estemos ciegos ante la realidad que se manifiesta. Otra cosa muy distinta es como los hombres nos encargamos de destruirla.

  Vemos también como el Señor les insiste, para que comprendan lo que tiene que suceder -su Pasión y Muerte- y que no se escandalicen cuando suceda, que todos estos hechos pertenecen a los planes de Dios. Cierto es que los apóstoles, que todavía no habían recibido la infusión del Espíritu Santo, reaccionaron como habitualmente lo hubiéramos hecho nosotros ante aquellos planes que nos asustan; o bien nos enfrentan a una realidad que no se ajusta a nuestros propósitos: con miedo a pedir explicaciones a Jesús. Aquí, de manera distinta a como ocurre en diferentes anuncios del Nuevo Testamento, sólo se menciona la humillación, no la glorificación; la entrega del Señor en manos de los hombres y no el triunfo de la Resurrección. Parece que Jesús desea hacernos comprender que ser sus discípulos es pasar, con Él, su propio Calvario.

  Arrastrar a su lado la cruz de cada día y estar dispuestos a crucificar la propia naturaleza es, como decía santa Teresa Benedicta de la Cruz, vivir una vida mortificada y de renuncia, abandonándonos en los brazos del Señor. Mortificación y renuncia voluntaria y aceptada, que para nada influye en la alegría cristiana. Son esas pequeñas cosas de cada día que no salen como queremos y que ofrecemos, sin malas caras, asumiéndolas como renuncias personales que nos acercan a la voluntad divina. Es, ante una enfermedad o una pérdida, asentir con fortaleza y esperanza a los designios que Dios tiene dispuestos para nosotros. Por todo ello, Jesús insiste e insistirá, en que su compañía antes de la Gloria, debe vivirse en la mortificación. Que seguir sus pasos, es entrar por una puerta angosta que conduce a la verdadera Felicidad; pero que no por ello, deja de ser angosta. Y nos lo repite muchas veces para que comprendamos que, sólo a su lado, seremos capaces de salir airosos de esta prueba de amor. He aquí la explicación de porqué el Señor fundó su Iglesia y dejó en ella los Sacramentos de salvación: porque nos ama con verdadera pasión.