Evangelio según
San Juan
Todo lo que me da el Padre vendrá a Mí, y al que venga a Mí, no lo echaré fuera, ciertamente, porque bajé del cielo para hacer no mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Ahora bien, la voluntad del que me envió, es que no pierda Yo nada de cuanto Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad del Padre: que todo aquel que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna; y Yo lo resucitaré en el último día".
COMENTARIO:
Este Evangelio de san Juan, es un bálsamo que
reconforta el alma para todos aquellos que hemos perdido seres queridos, y que
tenemos la seguridad de que ya descansan en Dios. El Maestro nos vuelve a
repetir que la voluntad del Padre es que todos aquellos que se han acercado a
Jesús, tengan vida eterna. Porque conocer al Hijo es comenzar una búsqueda que
nos lleva, inexorablemente, a la Verdad del Evangelio y a la salvación. Es un
camino que requiere la decisión y el esfuerzo, por parte de nuestra, de
recorrerlo. Pero la diferencia entre aquellos que buscan, sin saber el qué, y
los que iluminan sus pasos con la Gracia de Cristo, es que la fuerza divina nos
sujeta en los tropiezos y nos levanta en las caídas.
Todos nosotros somos muy poca cosa para hacer
frente, en soledad, a las tentaciones que el diablo esparce a nuestro paso.
Todos nosotros, sin excepciones, provenimos de un pecado original que ha herido
nuestra naturaleza y, por ello, debemos luchar para elegir lo que mejor nos
conviene como seres humanos que somos. Elegir el Bien no surge, y más cuando es
costoso, por propia iniciativa; sino como fruto del combate entre nuestro
desear y nuestro convenir. Es indispensable asir fuertemente la mano de Jesús,
para encontrar la Redención que el Señor ganó para cada uno de nosotros.
Pero si de verdad buscamos con ahínco, con
amor y con entrega, aunque nos parezca que estamos lejos de vivir en Dios, Dios
ha comenzado a vivir en nosotros. El deseo del encuentro, que se plasma en
actitudes de servicio y de justicia es, muchas veces, el pistoletazo de salida
que nos arrojará, con el tiempo y la maduración precisa de la fe, en brazos del
Padre. Por eso ninguno de nosotros, sólo Dios, es capaz de juzgar si un alma
que ya ha emprendido el camino de regreso, podrá alcanzar las puertas de la
salvación.
Cada uno de nosotros es el resultado de la
llama que encendió, en nuestro corazón, un cristiano coherente que no se cansó,
ni se dio por vencido, al transmitir el mensaje que el Señor le encomendó en
las aguas del Bautismo. Ahora somos nosotros, aquellos que hemos recibido el
testigo de la esperanza, los que hemos de comunicarla a nuestros hermanos.
Tenemos la fortaleza que nos han transmitido los que ya descansan en el seno de
Dios. Ellos, hoy más que nunca, piden al Señor por nosotros, en Su Presencia; y
nosotros, hemos de orar por aquellos que se encuentran en un tránsito hacia
Dios. Cada uno que nos ha precedido en el viaje hacia la casa del Padre, es un
eslabón más de la cadena divina que une el Cielo y la tierra; y que está
formada por la totalidad de la Iglesia: la militante –nosotros- que luchamos
por conseguir; la triunfante –los santos- que ya lo han conseguido; y la
purgante –los que murieron sin pecado mortal, pero con faltas que todavía
requieren expiación- y que necesitan de nuestras oraciones para poder alcanzar.
Hoy es, sin duda, un día para recordar.