23 de noviembre de 2013

¡Obra en consecuencia!



Evangelio según San Lucas 19,45-48.



Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores,
diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo.
Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas confirma, con palabras y hechos, las lágrimas que Jesús derramó en episodios pasados al pensar en la destrucción que iba a sufrir el Templo de Jerusalén. Para el Señor, el Templo es casa de su Padre; y va allí muchas veces a enseñar y transmitir su mensaje. Es desde donde recita los Salmos con los miembros de su pueblo; el lugar desde donde el sacerdote ofrece las víctimas expiatorias, y transmite la liturgia santa que recuerda los momentos decisivos en los que se forjó la Alianza. Es, sin duda, ese espacio que Dios escogió para que sus hijos entraran, de una forma comunitaria, en una relación interpersonal con Él. Es ahí donde toman conciencia de su historia, de su misión y de su responsabilidad. Pero como acostumbra a ocurrir, los hombres convertimos todas las circunstancias en motivo de beneficio personal; y lo que había comenzado como una situación lógica, que facilitaba la propia celebración, quedó convertido en un mercado con suciedad, gritos y olvido del lugar sagrado donde se hallaban.

  El mismo libro del Éxodo había mandado a los israelitas que no se presentaran para los sacrificios con las manos vacías; sino que aportaran alguna víctima para la ceremonia. Para facilitar este mandato a aquellos que venían de lejos y les era difícil transportar un animal, se había organizado en los atrios del Templo un servicio de compraventa para que pudieran conseguirlo. Pero como os comentaba, lo que en un principio pudo ser útil, había degenerado perdiendo su verdadero sentido y convirtiéndose solamente en un vulgar negocio. Es esa situación insoportable de falta de respeto, la que motivó que Jesucristo, movido por el celo a la casa de su Padre, con santa indignación, los arrojara de allí. Este gesto simbólico que realizó el maestro, era común en los profetas y nos recuerda muchísimo el que tuvo Ezequiel cuando quiso inculcar a los judíos el respeto que se debía al Templo del Señor. Y nunca hay que olvidar que Cristo ejerce la misión de Profeta, Sacerdote y Rey.

  Creo que este pasaje evangélico bien puede ser una advertencia para todos aquellos que hemos consentido, sin inmutarnos, que algunos de nuestros templos se conviertan en todo, menos en la casa del Señor. En aquellos momentos históricos, su significación era el preámbulo de lo que, con la redención de Jesús, iba a adquirir el verdadero sentido de la presencia divina. Todo un Dios ha querido quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos; y lo ha hecho con la humildad y la locura amorosa que requiere esperarnos en la especie sacramental. Allí, en un Sagrario perdido de cualquier pueblo o ciudad, aguarda paciente a que alguno de nosotros desee visitarlo; Él, el Rey de Reyes, el Hijo de Dios.

  Ese lugar que lo acoge, no sólo debe ser importante, sino el sitio más especial para nosotros. Y ante su magnificencia, debe existir nuestro respeto, nuestra forma de ser y de estar. Si tú y yo actuamos como si allí no hubiera nadie ¿qué van a pensar aquellos que han visto desmoronarse su fe? A nadie se le ocurriría asistir a una cena de amigos, a los que apreciamos y donde hemos sido especialmente invitados, sin ir con el atuendo adecuado, como síntoma de deferencia y respeto hacia ellos. Pues bien, a ese Banquete comunitario que es la Santa Misa, hemos sido invitados por el propio Cristo y no podemos asistir como si fuéramos a hacer un rato de deporte, o una merienda campestre. Cada lugar requiere una situación determinada: no sólo de cuidado personal, sino de recogimiento y actitud respetuosa.

  Las personas conocemos a través de nuestros sentidos; por eso, será difícil que alguien ajeno a la Iglesia de Cristo se crea que allí está Dios, si nosotros cuando estamos en el Templo nos comportamos como si estuviera vacío. Piensa, por un momento, cuando entres en la sacralidad de aquellas paredes que guardan el Tesoro divino ¿Si Jesús me viera, me expulsaría de aquí? Y obra en consecuencia.