MIQUEAS:
El encabezamiento del libro nos dice
que el profeta desarrolló su ministerio durante los tiempos de Jotam (759-743),
Ajaz (743-727) y Ezequiel (727-698), reyes de Judá. Por tanto, su ministerio
fue contemporáneo, al menos en algunos años, al de Isaías; aunque no se
detectan coincidencias entre ambos libros. Su predicación fue relevante y en
otros libros se nos recuerda que con su misión logró el arrepentimiento del
pueblo. De ahí que, además del orden cronológico, la llamada a la conversión
que subyace en sus denuncias proféticas ha hecho muy adecuado su lugar en el
Canon a continuación de Jonás, profeta que movió a los ninivitas al
arrepentimiento.
Una primera lectura de Miqueas descubre la
alternancia clásica que se da en otros libros proféticos: oráculos que amenazan
castigo y promesas de liberación; descubriendo que Miqueas no es un profeta de desgracias, sino
un altavoz de la llamada del Señor a la conversión, porque él está seguro de la
fidelidad de Dios y por eso su mensaje está siempre coloreado por la esperanza
de la salvación futura. Su estructura es la siguiente:
·
Juicio divino y condena de los delitos: (1,2-3,12)
El profeta anuncia la caída de Samaría por causa de sus pecados. Después
denuncia los pecados del reino de Judá: y son tan parecidos a los del reino del
Norte que sólo pueden presagiar su desgracia.
·
Esperanza y restauración de Sión: (4,1-5,14) Al
juicio de condena siguen oráculos esperanzadores en los que el profeta
vislumbra la futura gloria del Israel restaurado alrededor del Mesías que
nacerá en Belén.
·
Juicio divino y castigo de Jerusalén: (6,1-7,7) Nueva
sección de acusaciones. El profeta denuncia la actitud de un culto externo que
no va acompañado de la justicia y la caridad. La corrupción es tal que hace
imposible la convivencia.
·
Esperanza de Sión y plegaria por Jerusalén: (7,8-20) LA
sección supone el castigo de Israel y contempla directamente la restauración
del pueblo, porque Dios es fiel a Sí mismo y sus promesas son estables.
Miqueas nació en Moréset, pequeño pueblo
situado a unos 35 Kms al sudoeste de Jerusalén, en una región costera de Judá. Como
hemos dicho anteriormente, coincidió con Isaías, aunque a diferencia de éste,
no parece que tuviera influencia en las decisiones de gobierno, ni de Samaría
ni de Jerusalén. Su valentía en la denuncia profética de las injusticias
sociales que se dieron en Israel y Judá, recuerdan la audacia del profeta Amós;
y un examen atento del texto denota que la mayoría del mismo fue escrito por el
profeta, aunque la hábil mano de algún redactor final le habría dado la forma
con la que pasó a la tradición hebrea y al canon de las Escrituras.
En el Nuevo Testamento existen al menos dos
pasajes de Miqueas citados que son: Mi 5,1 en Mt.2,6 (sobre el nacimiento del
Mesías en Belén) y Mi 7,6 en Mt 10,35-36 (sobre los enemigos del hombre en su
propia casa) . Pero hay bastantes más aludidas de forma directa; referencias
que no son pocas, atendiendo a la brevedad del texto profético.
NAHUM:
Nahum da comienzo a una relación de
los libros más tardíos que abordan un solo tema, ordinariamente relacionado con
el juicio de Dios y con los acontecimientos escatológicos. Todo el libro gira
en torno a la caída de Nínive a manos de los babilónicos (612 a. C.).
Nada se sabe de la personalidad del profeta,
ni de su vida, salvo que era originario de Elcós, seguramente situado en Judá;
y por el contenido del libro se supone que ejerció su actividad durante el
largo reinado de Manasés (698-642 a. C.). Como hemos señalado, el libro de
Nahum ha sido redactado con un género literario específico;
profético-sapiencial, que puede denominarse “disputa profética”, consistente en
que el autor sagrado se propone disipar las dudas y objeciones sobre un tema
concreto, en este caso, sobre el poder soberano de Dios, que es puesto en duda
tanto por los judíos, que no son capaces de compaginarlo con el esplendor de
Nínive, como por los mismos ninivitas, que parecen burlarse de Dios ante la
impunidad de sus crímenes. La respuesta es tan contundente como poética: la
destrucción inminente de la gran capital es un acto exclusivo del Señor, que
hace justicia aniquilando a Nínive y salvando al pueblo elegido. El libro
contiene tres partes:
1.
Himno a Dios, Juez poderoso: (1,2-8)
Teofonía que ensalza el poder de Dios sobre sus enemigos.
2. Anuncio
de la caída de Nínive: (1,9-2,1) Es una reflexión sapiencial
dirigida a Judá para que, al comprobar la destrucción de Nínive, reconozca que
se debe exclusivamente a Dios y festeje
su propia elección
3. Asalto y
destrucción de Nínive: (2,2-3,19) Es también una reflexión sapiencial
dirigida a los ninivitas para que, cuando la capital asiria sea asaltada y
destruida comprendan igualmente que sólo es el Señor el que actúa.
La historia de la redacción del libro sigue
en discusión, ya que son muchos los que opinan que el himno inicial que canta
el poder y la justicia soberana de Dios es posterior al resto de la obra,
porque es un salmo alfabético, muy elaborado, que pretende dar sentido
teológico a todo el libro. Los poemas sobre Nínive parece que fueron redactados
en el siglo VII a. C. después de la caída de la ciudad egipcia de Tebas y antes
de que la capital asiria desapareciera a manos del imperio neo-babilónico.
Todos los poemas que exaltan los valores patrióticos e israelitas, en especial
el reconocimiento de Dios como único soberano, parecen una aportación
importante a la reforma religiosa y política que Josías llevó a cabo hacia el
622.
Redactado el núcleo fundamental del libro,
es probable que a la vuelta del destierro, un autor deuteronomista introdujera
algunos detalles que actualizaran los viejos oráculos contra Nínive, para
poderlos aplicar contra Babilonia, explicando que el juicio de Dios se cierne
contra cualquier potencia que pretenda oprimir al pueblo elegido. De esta
manera, el libro parece un canto patriótico que celebra con alborozo sólo el
derrumbamiento del opresor, sin embargo en los poemas apasionados de Nahum,
subyacen dos temas importantes: La soberanía de Dios sobre todos los pueblos y
su especial providencia con el pueblo elegido.
En el Nuevo Testamento el libro de Nahum no
aparece citado expresamente, quizás por el excesivo nacionalismo de los
comentarios de la época. Tampoco se usó en la liturgia cristiana, aunque
algunos Padres lo utilizaron por la carga consoladora de su mensaje: que la
justicia divina nos alcanza a todos.