21 de septiembre de 2014

¡Ahora es tu momento!



Evangelio según San Mateo 19,30.20,1-16.


Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.
porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,
les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.
Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.
Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.
Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,
diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.
El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?
Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.
¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos».

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Mateo, Jesús nos enseña con una parábola, el contexto de la situación que estaba viviendo el pueblo hebreo. Ellos, desde el principio de los tiempos, fueron llamados por Dios, a través de los patriarcas: Noé, Abrahán, Isaac, Jacob… a formar un gran pueblo, del que provendría la salvación de los hombres. Ellos fueron escogidos, de forma amorosa y especial, para trabajar a primera hora, la viña del Señor. Pero si hay algo claro, en toda la historia de la Redención, es que Dios jamás fuerza voluntades. E Israel decidió, libremente, no aceptar a Cristo como el Hijo de Dios; ni asumir que, con el tiempo, se habían hecho un dios a su medida, que nada tenía que ver con El de la Revelación. El Señor, que les había elegido de una forma especial, no era ese guerrero liberador de poderes políticos terrenales, sino un Padre misericordioso en cuyo corazón tenemos cabida todos sus hijos. Que su poder no radicaba en el temor que se le tuviera, sino en el Amor y la Misericordia inconmensurable que nos demostraba, al liberarnos del pecado y de la muerte eterna. Y todo ello a pesar de nuestras constantes traiciones. Por eso Él, que los llamó primero, había decidido al final, dirigirse a los gentiles.

  No sé si os habéis fijado, pero a mí me maravilla cómo el Señor abre las puertas de su viña a los demás, sin excluir a los que llevan trabajando todo el día. Y, a pesar de que éstos le protestan, acaba pagándoles el jornal estipulado: el salario de la salvación. Y esto es, porque nuestro Dios es inmensamente bueno y generoso; y jamás renunciará a salvar a aquellos que, arrepentidos, le recuerden que han ocupado un lugar privilegiado en su “Corazón”. Así se puede comprender cómo nos habla la Escritura de que en el fin de los tiempos sucederá, cuando el Evangelio se haya transmitido a todo el mundo, que los judíos aceptarán la Redención de Cristo.

  Ya que, a pesar de que Israel como tal, no admitió al Maestro como el Mesías prometido -tal y como vaticinó el Señor en el Antiguo Testamento a través de los profetas-  la salvación vino del Pueblo judío: el propio Jesús, su Madre y toda la Iglesia naciente, han sido miembros de la comunidad israelita. Manifestándose que las promesas divinas se cumplen, a pesar de la negativa de los hombres  a cumplir las promesas. ¡Qué grande es Dios! Porque igual que hizo con esto, lo hará con el compromiso adquirido con nosotros, en las aguas del Bautismo; ya que allí ha prometido cuidarnos siempre, como lo que es: un Padre amoroso que no está dispuesto a perder a ninguno de sus hijos.

  Pero la parábola nos habla, específicamente, de ese hombre que sale, a distintas horas, a buscar trabajadores para su viña. Porque la mies es mucha, pero los obreros pocos. Y es ahí, en esa nueva salida, donde oímos la voz de Dios que nos llama de forma especial, a ti y a mí. No le importa que sea más tarde, porque está dispuesto a darnos el mismo salario: el de la Redención. Como podéis observar, la justicia de Dios trasciende la de los hombres, porque siempre se excede a través de la caridad. Suerte tenemos todos de que el Señor no da, en la medida que recibe; sino, ninguno sería capaz de alcanzar su perdón y su misericordia. Pero eso sí, nos insiste en que respondamos positivamente, a la oportunidad que nos brinda de servir en su campo, independientemente del momento en que eso ocurra.

  Tal vez a unos les pedirá que se unan a Él, desde muy pequeños; a otros, cuando ya estén en el atardecer de su vida; y, quizás a algunos, cuando asome el crepúsculo en el horizonte. No importa el tiempo, porque el tiempo es de Dios; sino la ilusión y la entrega que pongamos en servir a los planes divinos. Recordar que ha habido muchas personas que, con su testimonio cristiano al final de su existencia, han conmovido corazones y han logrado que los que estaban a su lado, se plantearan la posibilidad  de conocer a ese Dios, que iluminaba el final del túnel. Dios nos lama a todos; nos insiste en alguna época de nuestra vida y, si nos negamos, no os quepa duda de que lo volverá a intentar. Sólo Jesús es capaz de no rendirse, ante nuestras ofensas; e insistir, llamando, para que le permitamos formar parte de nuestra intimidad.

  El resumen de esta parábola, bien puede ser la enseñanza del Maestro sobre esas características divinas, que son nuestra esperanza: la Bondad y la Misericordia de Dios. Él aguarda paciente –ayer, hoy y mañana- a que de una vez, nos decidamos a dar el salto para caer en sus brazos amorosos. A todos nos promete lo mismo, porque como hablábamos en el Evangelio del día pasado, cada uno de nosotros tiene su momento; y el Señor es ese Amante que sabe esperarnos pacientemente. No desaproveches esta ocasión que Dios te da, para recapacitar y salvarte. ¡No la desaproveches! Tal vez ahora es tú momento.