13 de marzo de 2014

¡Nada le es extraño!



Evangelio  de Mateo 7,7-12:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas».

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo comienza con una frase que centra la vida, predicación, pasión, muerte y resurrección de Jesús en un lugar y un periodo determinado. Es la ayuda que nos da el Señor, para que podamos situar su realidad en la historia, de una forma cronológica y segura: “En aquel tiempo…” Porque el Maestro es un personaje más de la crónica del mundo, con la misma veracidad existencial que Napoleón, Tutankamón, o el general Caster. Lo que ocurre es que sus Palabras y sus Hechos, como nos repetirá en innumerables ocasiones, tienen miras de eternidad, porque trascienden la cotidianeidad para revelarnos la Verdad divina. Su mensaje, que es Vida, no está pronunciado para una época precisa, sino para enviar al mundo un anuncio universal y eterno: Quién es Dios; y que debemos hacer para alcanzar su Reino.

  Jesús descubre al hombre, la evidencia sobre sí mismo. Nos conoce perfectamente, como Hombre que es; y nos ama profundamente, en su realidad de Verbo encarnado. Ha querido compartir nuestro dolor, la debilidad física, la tristeza de la soledad, la incomprensión, la dificultad, el abandono… nada le es extraño al Hijo de Dios que asumió la naturaleza humana, para compartir nuestro destino; y, entregando la suya, devolvernos la Vida, para poder gozarla al lado de Dios. Por eso nuestras peticiones no le son extrañas; sabe lo que es un corazón acongojado, que no tiene a nadie más que recurrir. Sabe que hay un momento en la vida, donde somos conscientes de nuestra pequeñez y, por ello, descubrimos que nos encontramos solos ante el Creador. Nadie puede ayudarnos, porque nadie es capaz de compartir con nosotros esos momentos de angustia, provocados por la dificultad que aprisiona el alma hasta hacernos desfallecer. Es entonces cuando el hombre comprende que solo la luz de la fe puede iluminar el camino insondable de la tristeza, que se abre a la alegría de la esperanza.

  El Señor nos recuerda, desde este texto y para que no lo olvidemos, que el que le busca desde la sinceridad de un corazón contrito que clama con una oración confiada, le encuentra; porque Él está siempre esperándonos en la vera del camino seguro, la Iglesia, que conduce a Dios. Quiere que no olvidemos que, a través del Bautismo, nos hacemos hijos de Dios en Él; y, a través de Él, Dios es Nuestro Padre. Y eso no es una entelequia, ni una posibilidad, sino que es una realidad absoluta transmitida por Jesús, que es la Verdad, el Camino y la Vida; y no puede mentirnos jamás. Pero el Maestro va más allá, y para que no nos queden dudas nos pide que analicemos nuestro propio corazón y pensemos qué seríamos capaces de hacer nosotros, hombres egoístas y pecadores pero creados a imagen de Dios, por el amor de nuestros hijos. Pues reflexionemos qué no hará Dios por nosotros, si le elevamos nuestra petición.

  Dios no nos negará nada que provenga de una súplica confiada, que no duda de su amor y su poder. Vemos, evocando su caminar por los lugares de Palestina, cómo procedía con los milagros. Cómo éstos eran el fruto de una fe, que no necesitaba de los hechos para creer. Que confiaba plenamente en Dios y, por ello aceptaba su Palabra. Y era esa actitud, que surgía de descansar en la Providencia divina, la que movía al Señor a obrar el prodigio. Era entonces cuando  daba la salud, devolvía la movilidad, o rescataba de la muerte… porque ese Jesús Nazareno, que contemplamos en el Evangelio, no sabe negarnos nada, que sea para nuestro bien. Él ha sido el único capaz de entregarse al peor de los suplicios, para que tú y yo gocemos de la vida eterna. Entonces ¿De verdad crees que ese Hombre loco de amor por nosotros, hará oídos sordos a nuestros ruegos? ¿Crees de verdad que Él, que cargó con nuestros pecados para librarnos a nosotros de ellos, nos abandonará en los momentos de tribulación?

  Meditar esta situación, debe llevarnos a unas confesiones de santa Teresa de Jesús, que bien pueden servirnos para desarrollar el texto:
“Estando yo una vez importunando al Señor mucho, temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Aparecióme, como otras veces, y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase; sino que mejor haría lo que le pidiese. Que Él me prometía que ninguna cosa que le pidiese, que no le hiciese; que ya sabía Él que yo no pediría, sino conforme a su Gloria” (Sta. Teresa de Jesús, Vida 39, 1)

  Cristo no nos da algo, sino que se ha dado a Sí mismo por amor a nosotros. Y nos pide que cada uno de nosotros, haga lo mismo por sus hermanos. Que aquello que pedimos, estemos dispuestos a darlo: la ayuda, la comprensión, el amor. Que seamos altavoces de los favores de Dios; ayudando, con nuestras fuerzas, a que el mundo sea mejor. Pero yo no quiero terminar este comentario sin una reflexión que quiero que os hagáis desde el fondo de vuestro corazón: ¿Creéis de verdad, que con semejante Mediador al Padre, tenemos alguna posibilidad de ser desatendidos? Pues entonces ¡Alegría! aunque sea en la dificultad; y, sobre todo, constancia en la oración, que es el camino seguro que nos conduce a Dios.