1 de septiembre de 2014

¡Aprendamos de una vez!

Queridos todos.

Otra vez nos reunimos para compartir otro tiempo de comentarios de Evangelio. Espero que hayáis pasado un buen verano y que vengáis cargados de ilusiones y con un montón de nuevos proyectos para transmitir la fe, con todos aquellos que nos rodean. Como siempre, sabéis que me tenéis a vuestra disposición -de forma más personal- en el apartado de preguntas; y que en los artículos ya estamos finalizando el curso de Biblia -de forma muy sintetizada- que me pedísteis algunos de forma especial. Con ilusión renovada y poniéndonos en las manos del Espíritu Santo, paso al episodio del Nuevo Testamento, que corresponde al Lunes, dia 1 de Septiembre de 2014. ¡Bienvenidos!




Evangelio según San Lucas 4,16-30.



Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura.
Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?".
Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún".
Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio".
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron
y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.



COMENTARIO:



  En este Evangelio de Lucas, vemos como Jesús regresa a Nazaret. A ése lugar donde casi todos sus habitantes lo conocen, porque para ellos es el hijo del carpintero. Allí, en la sinagoga, el Señor les pedirá que sean capaces de trascender los hechos acaecidos, para saber comprender la grandeza del milagro: Dios se ha hecho Hombre para hablar a los hombres, con voz de hombre, redimiéndolos en Su naturaleza humana. A nosotros, a lo largo de la historia de la salvación, nos pedirá lo mismo: que sepamos introducirnos en cada pasaje de la Escritura –como un personaje más- para comprobar, a través del testimonio de nuestros hermanos en la fe, la realidad de su Persona. Y muchos, como veréis, adoptarán la misma postura que abrazaron sus conciudadanos, negándose a creer en su mensaje.



  Este texto desgrana, como casi todos los que nos han transmitido los escritores sagrados, un sinfín de enseñanzas que son intemporales; porque están escritas para todos los hombres: los de ayer, los de hoy y los de mañana. Ya que, aunque os parezca mentira, todos cometemos los mismos errores y, desgraciadamente, la historia se repite. Ante todo, Lucas nos presenta el esquema del culto, tal y como se realizaba en tiempo de Jesús. En el sábado, que era el día de descanso y oración para los judíos, todos se reunían para instruirse en la Sagrada Escritura: recitaban juntos la Shemá, que es el resumen de los preceptos del Señor, y las dieciocho bendiciones. Después se leía un pasaje del libro de la Ley –el Pentateuco- y otro de los Profetas. Entonces, el presidente de la asamblea invitaba a alguien de los allí presentes, a dirigir la palabra. Seguramente, fue ese el momento en el que Jesús decidió instruir a su pueblo y dar a conocer su realidad divina y humana a aquellos que habían compartido su día a día, durante años.



  Ante todo, me maravilla pensar que cuando nosotros nos reunimos en torno al Altar para recibir la Palabra y hacer presente el sacrificio eucarístico, estamos volviendo a revivir esos momentos en los que el Señor se encontró entre los suyos, para enseñarles y exigirles que fueran fieles a su mensaje. De aquellos momentos a los nuestros, sólo resta el tiempo: Cristo está presente y nos habla al corazón. También a nosotros nos insiste en que las profecías de Isaías se han cumplido en Él, y que ha sido elegido por Dios para Ser y obrar la salvación a su pueblo. Que con sus hechos y sus palabras, hace presente al Padre; y que no hay más camino que el suyo, para alcanzar la redención.



  Y, como ocurrió entonces, muchos de nosotros le exigimos para creer, una evidencia de su divinidad. Pensamos que si Cristo no satisface nuestros deseos, es porque no es el Hijo de Dios. Y sin saber bien porqué, pasamos de un sentimiento de afecto y simpatía a uno de odio e ira. Ese es el problema de haber construido el edificio de nuestra fe, sobre arenas movedizas; en vez de haber buscado roca firme. Por eso Jesús llamará a Simón, Pedro; y lo hará esa Roca, donde sostendrá su Iglesia. Solamente con la recepción del Espíritu Santo, a través de los Sacramentos, lograremos la luz que nos permitirá contemplar la Verdad de Jesucristo. Sólo aceptando la Palabra de Dios y, haciéndola vida, se obrará el milagro.



  No os olvidéis que el Señor ha querido que le entreguemos nuestra voluntad, por el libre amor a su Persona. Por lo que Es, y no por lo que nos da. Es después del acto de fe, de ese creer sin ver; de ese querer gratuito que no está condicionado a nada, donde el Maestro se vuelca y no sólo nos entrega, sino que se entrega Él mismo. ¡Aprendamos de una vez! No repitamos los errores y sepamos trascender su Humanidad, para aceptar su Divinidad. No seamos como aquellos habitantes de Nazaret, porque si recordáis, Él nos ha elegido como sus discípulos.