Evangelio según San Lucas 5,33-39.
En
aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: "Los discípulos
de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de
los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben".
Jesús les contestó: "¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?
Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar".
Les hizo además esta comparación: "Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.
¡A vino nuevo, odres nuevos!
Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor".
Jesús les contestó: "¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?
Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar".
Les hizo además esta comparación: "Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.
¡A vino nuevo, odres nuevos!
Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor".
COMENTARIO:
Vemos, en este
Evangelio de Lucas, cómo los fariseos acusan a Jesús de que sus discípulos no
guardan el precepto del ayuno. Para ellos era una cuestión muy importante, no
porque sintieran dolor de corazón y desearan mortificar su apetencia por amor a
Dios, sino porque el Antiguo Testamento lo había prescrito en días específicos.
Si recordáis hay una fecha para los judíos, llamada el Yôm-Kippûr (Día de la
Expiación) donde el Señor les mandó –el día diez del mes séptimo- tener
asamblea santa y hacer penitencia sin realizar ningún trabajo manual y
ofreciendo un holocausto de suave aroma en honor de Dios.
A su vez,
también recordaban cómo Moisés y Elías habían cumplido esa norma, porque el Señor
así se lo había indicado. Transmitiéndonos el Éxodo ese hecho, cuando Moisés
estuvo en el Sinaí y le fueron entregados los Mandamientos, donde ayunó
cuarenta días y cuarenta noches. Lo mismo ocurrió con Elías, cuando huyendo de
Jezabel, un ángel lo despertó y le dijo que comiera y bebiera, porque iba a
estar cuarenta días ayunando hasta llegar al Horeb, el monte de Dios.
No es que Jesús
hiciera caso omiso a esas prescripciones de la Escritura, ya que, si hacéis
memoria recordaréis que antes de comenzar su ministerio público, el Señor se
preparó en la soledad y silencio del desierto, ayunando también cuarenta días
completos. Y fue allí, donde Dios permitió que el diablo Le tentara en su
Humanidad, saliendo triunfante de la prueba.
Pero el Maestro
intenta hacer comprender a aquellos hombres, que la intención de los actos es
lo que les da su verdadero sentido. Y que aquellos discípulos suyos,
convencidos de que se encuentran delante del Autor de la Ley, disfrutan de su
presencia. Su corazón no les habla de expiación, de tristezas, sino de la
alegría que produce encontrarse cerca del autor de la vida. Necesitan absorber
cada palabra, cada gesto, cada indicación para, posteriormente, transmitirla a
sus hermanos. Por eso el Maestro insiste a aquellos letrados, que llegará el
momento, cuando Él vuelva al Padre, en el que los suyos vivirán el ayuno,
porque sentirán el dolor de su ausencia y el peso de sus errores.
Ahora bien,
Jesús vuelve a dejarles muy claro, que todos los preceptos de Dios son, y deben
ser, fruto del amor. No del miedo, ni del deber –aunque haya que cumplirlo-
sino de la satisfacción de agradar al Señor y asumir que sus mandatos sólo son
para nuestros bien. Su doctrina, efectivamente, precisa de odres nuevos; de
corazones a los que mueva esa penitencia interior y más profunda, a los que no
les importa lo que dirán los demás, sino que los motiva el dolor verdadero de
pensar que hemos sido capaces, a pesar de todos los dones que recibimos, de
ofender a nuestro Dios. Cristo le da su verdadero sentido a la Ley y, con ella,
al precepto del ayuno; que no consiste solamente en abstenerse de alimentos,
sino de apartar del alma la iniquidad y todas aquellas acciones que nos separan
de la Gloria divina.