5 de septiembre de 2014

¡Nos guía el amor!

Queridos: Siento este retraso en el comentario del Evangelio, pero hemos tenido algunos problemas con Internet. Ya volvemos a estar en marcha!




Evangelio según San Lucas 5,33-39.


En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben".
Jesús les contestó: "¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos?
Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar".
Les hizo además esta comparación: "Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más.
¡A vino nuevo, odres nuevos!
Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor".

COMENTARIO:

  Vemos, en este Evangelio de Lucas, cómo los fariseos acusan a Jesús de que sus discípulos no guardan el precepto del ayuno. Para ellos era una cuestión muy importante, no porque sintieran dolor de corazón y desearan mortificar su apetencia por amor a Dios, sino porque el Antiguo Testamento lo había prescrito en días específicos. Si recordáis hay una fecha para los judíos, llamada el Yôm-Kippûr (Día de la Expiación) donde el Señor les mandó –el día diez del mes séptimo- tener asamblea santa y hacer penitencia sin realizar ningún trabajo manual y ofreciendo un holocausto de suave aroma en honor de Dios.

  A su vez, también recordaban cómo Moisés y Elías habían cumplido esa norma, porque el Señor así se lo había indicado. Transmitiéndonos el Éxodo ese hecho, cuando Moisés estuvo en el Sinaí y le fueron entregados los Mandamientos, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches. Lo mismo ocurrió con Elías, cuando huyendo de Jezabel, un ángel lo despertó y le dijo que comiera y bebiera, porque iba a estar cuarenta días ayunando hasta llegar al Horeb, el monte de Dios.

  No es que Jesús hiciera caso omiso a esas prescripciones de la Escritura, ya que, si hacéis memoria recordaréis que antes de comenzar su ministerio público, el Señor se preparó en la soledad y silencio del desierto, ayunando también cuarenta días completos. Y fue allí, donde Dios permitió que el diablo Le tentara en su Humanidad, saliendo triunfante de la prueba.

  Pero el Maestro intenta hacer comprender a aquellos hombres, que la intención de los actos es lo que les da su verdadero sentido. Y que aquellos discípulos suyos, convencidos de que se encuentran delante del Autor de la Ley, disfrutan de su presencia. Su corazón no les habla de expiación, de tristezas, sino de la alegría que produce encontrarse cerca del autor de la vida. Necesitan absorber cada palabra, cada gesto, cada indicación para, posteriormente, transmitirla a sus hermanos. Por eso el Maestro insiste a aquellos letrados, que llegará el momento, cuando Él vuelva al Padre, en el que los suyos vivirán el ayuno, porque sentirán el dolor de su ausencia y el peso de sus errores.

  Ahora bien, Jesús vuelve a dejarles muy claro, que todos los preceptos de Dios son, y deben ser, fruto del amor. No del miedo, ni del deber –aunque haya que cumplirlo- sino de la satisfacción de agradar al Señor y asumir que sus mandatos sólo son para nuestros bien. Su doctrina, efectivamente, precisa de odres nuevos; de corazones a los que mueva esa penitencia interior y más profunda, a los que no les importa lo que dirán los demás, sino que los motiva el dolor verdadero de pensar que hemos sido capaces, a pesar de todos los dones que recibimos, de ofender a nuestro Dios. Cristo le da su verdadero sentido a la Ley y, con ella, al precepto del ayuno; que no consiste solamente en abstenerse de alimentos, sino de apartar del alma la iniquidad y todas aquellas acciones que nos separan de la Gloria divina.