22 de septiembre de 2014

¿Te vienes?



Evangelio según San Lucas 8,16-18.


Jesús dijo a la gente:
"No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Lucas, como esta parábola de la lámpara es casi una sentencia donde Jesús nos descubre que, después de salir a llamarnos para ser sus discípulos, y elevarnos a la dignidad de hijos de Dios, formamos parte de la familia cristiana. Y, por ello, es necesario que seamos luz en un mundo, que vive en una permanente oscuridad.

  Pero para que esto sea efectivo, es necesario que interioricemos la doctrina que el Señor nos ha dado y explicado, desmenuzando cada palabra; y que oremos al Espíritu Santo, para que podamos transformarla en obras, que serán los hechos que iluminarán los ojos de todos los que nos contemplan. Nuestro ser, nuestro actuar, nuestra familia, nuestros proyectos y nuestro trabajo, deben hablar sin palabras, de la fe que anida en nuestro corazón. Sólo así, cuando nos ganemos el respeto de la veracidad y la coherencia, podremos explicar y argumentar, sin duda, el mensaje que el Señor nos ha encomendado.

  Cristo vino a este mundo para salvarnos; para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna. Pero lo hizo a través de su Persona y, como nos indicó muchas veces, ser fiel a Jesús significa oír su doctrina y ponerla en práctica. Siempre os repito que, Dios sabrá por qué, ha querido hacernos partícipes –pobres mortales- de su plan salvífico. Ese Padre ha deseado, como lo deseamos todos los padres, que sus hijos le demuestren con obras la verdad de su amor. Y demostrar nuestro amor significa estar dispuestos a ser un claro referente de su Voluntad. Cuando en el Credo repetimos, refiriéndonos a Jesucristo: “Dios de Dios, Luz de Luz…” afirmamos que el Señor es, justamente, ese Sol sin el cual no existe la vida. Su presencia ilumina cada rincón, cada circunstancia y cada problema, con los que transcurre nuestra existencia.

  Pero el Maestro llega a los demás, entre otras muchas maneras, a través de cada uno de nosotros: porque acercamos su mensaje a los hombres y porque, a través de los Sacramentos, Lo llevamos en nuestro interior. Y esto no es una opción, sino una obligación que aceptamos en el Bautismo, al hacernos testigos y portadores de la única llama que es capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas. Hemos de ser ese fuego, que enciende todo lo que toca; que no deja indiferente a nadie que se encuentre cerca de nosotros, porque sabemos transmitir el calor de la fe y la esperanza.

  Estamos llamados, escogidos antes de todos los tiempos para ser discípulos del Señor. A pesar de las limitaciones y los miedos propios de una naturaleza herida por el pecado original. Pero como nos dice el texto, al final del discurso: “al que tiene, se le dará más…”. Porque la Gracia multiplicará nuestras fuerzas y calmará nuestros muchos miedos. Solamente al lado de Dios, seremos capaces de ser antorchas que iluminan todos los senderos. Que conducen a nuestros hermanos, a recuperar el camino de la Santa Madre Iglesia. Allí, en el Sagrario, nos espera Jesús para partir con nosotros a la conquista de los corazones ¿Te vienes?