Evangelio según San Lucas 8,16-18.
Jesús
dijo a la gente:
"No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".
"No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".
COMENTARIO:
Vemos en este
Evangelio de Lucas, como esta parábola de la lámpara es casi una sentencia
donde Jesús nos descubre que, después de salir a llamarnos para ser sus
discípulos, y elevarnos a la dignidad de hijos de Dios, formamos parte de la
familia cristiana. Y, por ello, es necesario que seamos luz en un mundo, que
vive en una permanente oscuridad.
Pero para que
esto sea efectivo, es necesario que interioricemos la doctrina que el Señor nos
ha dado y explicado, desmenuzando cada palabra; y que oremos al Espíritu Santo,
para que podamos transformarla en obras, que serán los hechos que iluminarán
los ojos de todos los que nos contemplan. Nuestro ser, nuestro actuar, nuestra
familia, nuestros proyectos y nuestro trabajo, deben hablar sin palabras, de la
fe que anida en nuestro corazón. Sólo así, cuando nos ganemos el respeto de la
veracidad y la coherencia, podremos explicar y argumentar, sin duda, el mensaje
que el Señor nos ha encomendado.
Cristo vino a
este mundo para salvarnos; para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la
muerte eterna. Pero lo hizo a través de su Persona y, como nos indicó muchas
veces, ser fiel a Jesús significa oír su doctrina y ponerla en práctica.
Siempre os repito que, Dios sabrá por qué, ha querido hacernos partícipes –pobres
mortales- de su plan salvífico. Ese Padre ha deseado, como lo deseamos todos
los padres, que sus hijos le demuestren con obras la verdad de su amor. Y
demostrar nuestro amor significa estar dispuestos a ser un claro referente de
su Voluntad. Cuando en el Credo repetimos, refiriéndonos a Jesucristo: “Dios de
Dios, Luz de Luz…” afirmamos que el Señor es, justamente, ese Sol sin el cual
no existe la vida. Su presencia ilumina cada rincón, cada circunstancia y cada
problema, con los que transcurre nuestra existencia.
Pero el Maestro
llega a los demás, entre otras muchas maneras, a través de cada uno de
nosotros: porque acercamos su mensaje a los hombres y porque, a través de los
Sacramentos, Lo llevamos en nuestro interior. Y esto no es una opción, sino una
obligación que aceptamos en el Bautismo, al hacernos testigos y portadores de
la única llama que es capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas.
Hemos de ser ese fuego, que enciende todo lo que toca; que no deja indiferente
a nadie que se encuentre cerca de nosotros, porque sabemos transmitir el calor
de la fe y la esperanza.
Estamos
llamados, escogidos antes de todos los tiempos para ser discípulos del Señor. A
pesar de las limitaciones y los miedos propios de una naturaleza herida por el
pecado original. Pero como nos dice el texto, al final del discurso: “al que
tiene, se le dará más…”. Porque la Gracia multiplicará nuestras fuerzas y
calmará nuestros muchos miedos. Solamente al lado de Dios, seremos capaces de
ser antorchas que iluminan todos los senderos. Que conducen a nuestros
hermanos, a recuperar el camino de la Santa Madre Iglesia. Allí, en el Sagrario,
nos espera Jesús para partir con nosotros a la conquista de los corazones ¿Te
vienes?