26 de diciembre de 2014

¿Estás dispuesta a seguirle?



Evangelio según San Mateo 10,17-22.


Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas.
A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento,
porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir.
Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de san Mateo, Jesús recopila un conjunto de instrucciones y advertencias; no sólo para enseñarnos cómo y de qué manera hemos de propagar su doctrina, sino para animarnos a ser fuertes cuando nos encontremos con infinidad de problemas, por cumplir nuestra misión.

  El Maestro, con sus palabras, no sólo se refiere a los problemas y a las persecuciones que van a  sufrir sus Apóstoles, sino las que pueden padecer todos sus discípulos. Porque tal y como afirmará posteriormente san Pablo, explicitando el mensaje de Cristo, cualquiera de nosotros que decida seguir al Señor, aceptando su Bautismo y uniéndose a Él, como Iglesia, se identifica como hijo de Dios y, como Él, participa de sus sufrimientos; para terminar, si es fiel, recibiendo la Gloria. A unos se les pedirá la entrega de su honra, y serán difamados y vilipendiados por ser coherentes con su fe. A otros, se les reclamará el valor de dar un testimonio cristiano, que puede acarrearles el dolor y hasta la muerte. Y a muchos, la soledad y el menosprecio, por no jalear a un mundo que ha convertido en normal, el mal que ha sido habitual para ellos.

  Si a través de los Sacramentos, y sobre todo al recibir la Sagrada Eucaristía, nos unimos en, con y por Jesucristo, cada uno de nosotros debe estar dispuesto a padecer parte de lo que el Hijo de Dios sobrellevó por nosotros: las heridas, la soledad, la injusticia, la infamia, el abandono… La renuncia de mucho, y el desprendimiento de todo, por tu amor y el mío. Ahora bien, tras exponer todas esas situaciones que podemos encontrarnos, o no, según sea la disposición divina, el Señor nos insiste en que no debemos preocuparnos, porque todo lo que ocurra, será para bien.

  Ese es el distintivo principal, junto con el amor, del verdadero cristiano: la virtud de la esperanza. Ese descanso en la Providencia, que nos hace confiar en que todo lo que Dios dispone será, sin ninguna duda, lo más aconsejable para poder alcanzar nuestra salvación. Y ese es el mayor bien –aunque muchas veces lo olvidemos- al que debe aspirar cualquier ser humano: a vivir, a morir y a resucitar, con y en Dios, Nuestro Señor.

  Creemos en un futuro, que vale la pena desear, porque confiamos en la Palabra divina, y en que el Padre nos espera, para poseerlo y poseernos en el Cielo. Y que nos ayudará a vivir el camino cristiano, que nos conduce hasta allá. Por eso nos ha prometido la intercesión del Espíritu Santo, que fortalecerá nuestra fe y aumentará nuestra caridad. Que nos dará luz para comprender, y pondrá en nuestros labios palabras para comunicar la verdad del Evangelio. Y Jesús, para ello, expone todas sus cartas encima de la mesa; para que nadie pueda decir, al elegir, que desconocía los peligros a los que se iba a enfrentar. Quiere que cuando le digamos que sí, sea con la entrega rendida de la voluntad que no confía en sí misma, sino en la fuerza divina que no nos ha de faltar.

  Hace unos días contemplábamos en el Portal de Belén, la Humanidad de Cristo que, por amor, se ha hecho Hombre, en la humildad y la fragilidad de un Niño. Hoy ese Niño, se ha convertido en un Hombre que nos pide que, por su Amor, seamos capaces de defender su Divinidad. Y para ello nos ha llamado a su lado, como Iglesia. A ser y estar, en todo momento y lugar, suceda lo que suceda. A vivir, en las cosas pequeñas, el enorme ejemplo de la Sagrada Familia. A estar dispuesto a partir, si es necesario, para expandir el mensaje cristiano. Y yo, como tantas veces, te pregunto: si Dios te llama en tu interior, a eso que sólo tú conoces ¿Estás dispuesto a seguirle?