6 de diciembre de 2014

¿Te vas a negar?



Evangelio según San Mateo 9,35-38.10,1.6-8.


Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.

COMENTARIO:

  En este Evangelio de Mateo observamos el discurso de Jesús, que pone al descubierto sus sentimientos sobre la situación que vivía el pueblo, al estar dirigido por unos malos pastores. Y podemos comprobar cómo, a través de sus palabras, se hace vigente y contemporánea aquella profecía de Ezequiel, cuando anunciaba que por su mala gestión, serían sustituidos los sacerdotes de la Antigua Alianza, por el Mesías:
“Esto dice el Señor Dios: “¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos: ¿no son los rebaños los que deben apacentar los pastores? Os alimentáis de su leche, os cubrís con su lana y matáis las reses más cebadas, pero no apacentáis el rebaño…Estoy contra los pastores: reclamaré mi rebaño de su mano y les impediré pastorear a mis ovejas para que los pastores no vuelvan a apacentarse a sí mismos. Libraré mi rebaño de su boca y nunca más les servirá de alimento” (Ez. 34)

  El Corazón de Cristo sufre por la indefensión de sus conciudadanos; por los errores que cometen, arrastrados por aquellos que tienen la obligación de instruirlos y protegerlos. Y cumpliendo lo anunciado por el profeta en la Escritura, nos habla del paso que va a dar al fundar ese Nuevo Pueblo de Dios, que germinará en miembros del Antiguo. Por eso Jesús preparará a sus Doce Apóstoles y los instruirá para que, como Iglesia, continúen a su lado la labor de la salvación, a lo largo de los tiempos. Ellos sucederán y sustituirán a los antiguos doce patriarcas de las doce tribus de Israel; que son, y serán, la semilla del rebaño que el Señor pastorea y dirige a la Gloria definitiva.

  La obra de los Apóstoles es continuar la obra de Jesucristo; y por eso, les da su misma potestad. Pero no dejándolos solos, sino prometiéndoles su asistencia, hasta el fin de los tiempos, para que puedan predicar a los hombres la cercanía del Reino de los Cielos. Y todos ellos son enviados, en primer lugar, a las ovejas perdidas de la casa de Israel; para que, como hizo el propio Jesús, reciban las promesas conferidas en la Alianza. Porque de ese pueblo, según la carne, nació el Mesías; y ellos serán el medio por el que todas las demás naciones, podremos encontrarnos de nuevo con Dios. Ellos son esa preparación y figura de la Nueva Alianza, que se efectuará en Cristo, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se condensará en la unidad –no de la carne- sino del Espíritu.

  Pero el Señor sabe, y por eso se duele, que los miembros más refutados de la nación judía tergiversarán la ley de Dios; y no aceptarán la realidad divina, desoyendo las profecías del Antiguo Testamento, que dan prueba de su Persona. Y por eso clama con urgencia a la libertad de los hombres, para que sean fieles mensajeros de su Palabra; y miembros de esa Iglesia Santa, que ha sido fundada con miras de eternidad. Ese es el motivo de que haya sido ordenada jerárquicamente, hasta la consumación de los siglos; para que cada uno de nosotros tenga su sitio dentro de la Casa de Dios, su misión y su deber. Sólo así, con humildad, estaremos dispuestos a perpetuar la unidad de la fe y la comunión entre los hermanos. Cristo nos llama personalmente, a dar testimonio cristiano allí donde estemos; y a apiadarnos de todos aquellos que no han conocido la Verdad que descansa y radica en el Señor.

  Quiere que reconozcamos, desde lo más profundo del corazón, que no hay riqueza más inmensa, ni duradera, que el encuentro con Dios. Por eso no hay tarea más importante, que ser pastores del redil que gobierna Jesús. Y como Él, debemos estar desprendidos de los bienes de esta tierra y poner nuestra confianza en la Providencia. Nos dice el Señor que ocuparnos está bien, pero preocuparnos, no. Ya que la paz de espíritu es la bandera de esa Barca de la que somos miembros por adopción, a través del Bautismo; y en ella solamente impera el gozo del amor y la unidad. Cómo siempre os digo, es un misterio porqué Dios ha querido necesitarnos para la expansión de su Reino, pero por mucho que no lo entendamos, es una realidad que nos repite el Maestro constantemente, desde las páginas del Nuevo Testamento. Nos llama a formar parte de su grupo más próximo, a compartir un lugar junto a Pedro, Juan o Andrés… Nos urge a ser y comportarnos como Iglesia. Nos convoca a su amor. Y  por eso te pregunto: a pesar de las dificultades ¿Te vas a negar?