25 de diciembre de 2014

¡Hoy es un gran día!



Evangelio según San Juan 1,1-18.


Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

COMENTARIO:

  Creo que este Evangelio de Juan es, en sí mismo, todo un tratado de Teología que se debe meditar en el silencio y la introspección; tal vez robando unos minutos, muy valiosos, a vuestro tiempo. Por eso hoy, mi comentario no será muy extenso, sino que os daré unas breves pautas para que os sea más sencillo disfrutar de ese momento sublime, que es la conmemoración de la Navidad.

  Veréis que estos versículos del evangelista, son un prólogo y, a la vez, un resumen del cómo y el porqué de la historia de la salvación, que contemplaremos a lo largo del año litúrgico. Y como no puede ser menos, un himno de alabanza a la grandeza y majestad de Jesucristo. El escritor sagrado quiere que nos quede claro, a todos aquellos que en el tiempo vamos a leer sus recuerdos y su testimonio, lo que él ha podido contemplar, vivir y disfrutar: que Jesús es el Verbo eterno de Dios; Su Palabra, y la expresión de su Pensamiento, que será enviado al mundo para comunicar a los hombres la auténtica realidad de su Ser y su Existir.

  Esa Segunda Persona de la Trinidad que, encarnándose de María Santísima, se hará Hombre; para comunicar, mediante sus palabras y sus obras, la verdad sobre Dios y sobre Él mismo. Ya no debería haber más errores, en la búsqueda del resplandor de la grandeza divina, que se encuentra en todo lo creado. Porque al llegar la plenitud de los tiempos, en ese momento único e irrepetible que el Padre ha escogido, se manifiesta a los hombres, a través de la Humanidad de su Hijo: Jesucristo. La imagen visible de ese Dios invisible, como nos indicará san Pablo, en un texto precioso de su Carta a los Colosenses (Col.1,15)

  Jesús es la revelación de Dios y la salvación del género humano; y por Él somos hechos hijos del Padre y elevados a una dignidad que no merecemos, y que sólo es fruto del amor divino. El texto proclama la eternidad del Verbo, pero también esa Luz de Dios que, al hacerse Hombre, ilumina la oscuridad que el diablo sembró con el pecado, en el interior de las personas. Él nos devuelve la Vida; ésa que no termina jamás, porque no es fruto del deseo ni de la carne, sino del Espíritu, a través de nuestra elección libre.

  Pero ese deseo de Dios de redimir a los hombres, se ve enfrentado al rechazo de un pueblo que no lo recibió, porque no encajaba en sus pobres y limitadas expectativas. Ya que el mensaje del Maestro compromete nuestras vidas y nos pide la radicalidad de la entrega. No estaban preparados, y a veces pienso que seguimos sin estarlo, para un libertador que nos habla de amor, servicio, paz, humildad, paciencia y justicia.

  En resumen, san Juan nos abre al misterio Trinitario, donde descubrimos una relación íntima, profunda, esencial y personal, de un Dios que en su Unicidad es Padre, es Hijo y es Espíritu Santo. Esa realidad divina que no podía ser de otra manera; ya que el Amor, como ha definido san Juan a Dios, sólo puede ser en Sí mismo, Familia. Y así nos anuncia, quién es realmente ese Niño que ha nacido esta noche en un humilde portal de Belén: de dónde procede, cómo ha venido al mundo y qué ha hecho a favor de los hombres.

  El hagiógrafo quiere, sobre todo, que comprendamos que en el Señor se han cumplido, y se han hecho presentes todas las imágenes y promesas que ya anunció el Antiguo Testamento: por eso evoca el Tabernáculo de los tiempos del Éxodo, en el que Dios mostraba su presencia en medio de su pueblo. O como Isaías nos hablaba del “Enmanuel”, cuya traducción es “Dios con nosotros”. O el Libro del Sirácida o Proverbios, que nos hablaban de la Sabiduría divina, personificada que habitaría en medio de nosotros. Sí; hoy aquí conmemoramos que hace 2014 años, el Señor decidió, no sólo participar, sino hacerse uno de los nuestros. Y ese deseo, además, no tiene fecha de caducidad, porque con su sacrificio, a través de los Sacramentos, nos participa su vida sobrenatural y habita en y con nosotros. Sí; hoy es un gran día. Intentemos con todas nuestras fuerzas que sea el principio de muchos más, al lado de Jesús.