18 de diciembre de 2014

¡Las ramas frondosas!



Evangelio según San Mateo 1,18-24.


Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.

COMENTARIO:

  Después de relatarnos san Mateo la genealogía de Jesús, en el Evangelio de ayer, nos hace hoy partícipes de ese momento tan íntimo y personal, donde Dios llama a José para que sea el esposo de María y haga las funciones de padre de su divino Hijo, aquí en la tierra. Quiere que, aunque no participe de una paternidad según la carne, sienta como propio el fruto del amor divino, que se entregará como Hombre, para la salvación de toda la humanidad.

  Necesita que el artesano comprenda la verdad de una situación complicada, y acepte en libertad, la responsabilidad y el compromiso que le requiere. Por eso, ante los hechos evidentes que, como siempre os digo, no tienen porque ajustarse a la realidad, el Señor le envía un Ángel para que lo ilumine y lo tranquilice. Para que le asegure que aquello que siente su corazón, es la certeza que termina con todas sus dudas. Efectivamente, María no podía traicionar esas promesas con las que, junto a él, se había comprometido. Pero los sucesos hicieron vacilar, por unos instantes, su confianza en la doncella de Nazaret. ¡Era tan humano ese temor! Y surgía de un amor incondicional, que se rebelaba ante lo que sus ojos contemplaban y su alma le decía. Él la conocía tan bien que, reponiéndose de su ánimo y sin interesarse por las causas, comprendió que todo lo que sucedía, tenía que provenir de Dios. Por eso, en vez de delatar ante el Sanedrín, lo que a simple vista parecía una falta, decidió dejarla libre de sus compromisos de desposada.

  Pero al Señor no le basta, porque lo quiere también a él. Le ha elegido desde antes de todos los tiempos, para que sea el custodio de su Familia Santa. Porque ve en su interior, sabe la bondad y el valor que anidan en su interior y que hacen de José, un varón lleno de virtudes. De ahí que, en un sueño tranquilizador, el enviado celestial le hable de la vocación a la que ha sido llamado; del encargo divino, que le ha sido confiado: el cuidado, el amparo y la protección del Mesías prometido. Y le desgrana, poco a poco, las acciones sobrenaturales que el Padre ha realizado en la joven Virgen; le explicita que ha llegado la hora, en la que se cumplirán las promesas que anunció el profeta. Que ese es el momento de la historia en el que se va a realizar, a través de su sí y del sí de su Esposa, la revelación del Antiguo Testamento. Que el prodigio más asombroso de la historia de la Salvación, se llevará a cabo gracias a la fe rendida y admirable de María y de José. Que la aceptación de la voluntad divina, permitirá a los hombres gozar del “Enmanuel”; de ese Cristo que es verdaderamente, Dios- con- nosotros.

  Leyendo este texto, comprendo que el Señor nunca nos lo pone fácil; y que muchas veces la realidad que vivimos, es muy distinta de la realidad de Dios. Porque para Él, que no existe el tiempo y todo es un permanente presente, los hechos que nos parecen complicados o nos hacen sufrir son, sin ninguna duda, medios para alcanzar y contribuir a la redención del género humano. Por eso, tal vez en esta Navidad, el Padre nos pide, con amor, que nos fiemos de Él. Que confiemos en su criterio y descansemos en su Providencia. Que escuchemos en la oración, las palabras tranquilizadoras que darán la paz a nuestro corazón y luz a nuestro entendimiento. Tal vez, para ello, nos convenga buscar la intercesión de ese hombre humilde, justo, fiel, cariñoso, bueno y ejemplo de fe, que fue san José. Pensar en aquel refrán tan castellano, que nos dice: “A quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”; y el padre de Jesús aquí en la tierra, tiene ramas muy frondosas, tanto, que el propio Dios las escogió, para que cobijaran al Verbo encarnado.