23 de junio de 2013

¡Dios es mi fortaleza!

Evangelio según San Mateo 6,24-34. 

Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero.
Por eso yo les digo: No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa?
Fíjense en las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros, y sin embargo el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves?
¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede añadir algo a su estatura?
Y ¿por qué se preocupan tanto por la ropa? Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen.
Pero yo les digo que ni Salomón, con todo su lu jo, se pudo vestir como una de ellas.
Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen!
No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos?, o ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos?
Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso.
Por lo tanto, busquen primero su reino y su justicia, y se les darán también todas esas cosas.
No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas.

COMENTARIO:

Vemos en estos versículos de san Mateo, que Jesús nos da una ampliación sobre la actitud con la que hemos de rezar el Padrenuestro. Porque ésta oración dominical, es la manifestación de la paz que debe sentir el ser humano al poner la confianza en Dios, como Padre, mientras vive las dificultades de las realidades corrientes y diarias.
 
Dios no es alguien extraño al universo, como muchos desean hacernos creer, sino que cuida con su Providencia de todo lo que ha creado, procurando –sin mermar nuestra libertad- corregir nuestros errores. No podemos culpar a Dios de las miserias y las injusticias que se sufren en el mundo y que son el fruto del egoísmo y el pecado, que el diablo introdujo en el corazón del hombre. No podemos, ni debemos, arremeter contra Dios cuando la naturaleza se rebela en contra nuestra por los abusos cometidos en aras del progreso: excavamos las entrañas de la tierra, socavamos los fondos marinos, ensuciamos sus aguas y contaminamos el aire, sin pensar en el legado de muerte que dejamos a nuestro paso.
 
No, el Señor no tiene la culpa de eso. Él alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo con preciosos atuendos; por eso, a pesar de nosotros mismos ha sido, es y será el Padre Providente que por su gran misericordia, prometida a través de la historia, ha decidido caminar a nuestro lado y ser nuestro guía y pastor.
 
“El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes prados me hace reposar; hacia aguas tranquilas me guía; reconforta mi alma, me conduce por sendas rectas por honor de su Nombre. Aunque camine por valles oscuros, no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal. 23,1-4)
Esa Revelación divina, que constantemente nos habla del amor de Dios hacia nosotros, debería ser el acicate para descansar en la Providencia y vivir confiados y seguros: con una fe real, profunda y recia que cree que la protección diaria del Señor no nos ha de faltar. Si de verdad, pero de verdad, interiorizamos en nuestro corazón esa realidad que estoy segura que hemos vivido muchísimas veces, desaparecerían nuestras inquietudes, nuestros desasosiegos y nos ahorraríamos esta falta de paz que es propia de los paganos que carecen de sentido sobrenatural.
 
Ese es, y debe ser, el optimismo propio de los hijos de Dios que se crecen ante la adversidad; no porque sean inconscientes, sino porque saben que caminan al lado de Aquel que todo lo puede, y porque tienen el convencimiento de que el Señor sólo permitirá aquello que sea camino y medio para nuestra salvación. Nuestro Padre no nos privará jamás de las cosas que verdaderamente nos son imprescindibles, que nada tienen que ver con todas aquellas que nos son prescindibles y a las que tenemos asido el corazón.
 
Jesús nos exhorta también, como consecuencia de sus palabras anteriores, a vivir con serenidad cada jornada eliminando todas aquellas preocupaciones inútiles que, por el hecho de tenerlas, no añaden ninguna solución; salvo perder la serenidad y el equilibrio interior. El Señor nos insta a buscar el Reino de Dios y su justicia, como lo verdaderamente importante, sabiendo priorizar nuestros intereses y poniendo nuestras preocupaciones espirituales por delante de las materiales.
 
Es cierto que en esta vida debemos trabajar, emprender, continuar…con todo lo que ello representa. Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que debamos angustiarnos por conseguirlo; ya que lo único que indicaría es que sólo confiamos en nosotros mismos y nuestra pobre debilidad. Hemos de seguir los consejos del Maestro y, comprendiendo sus enseñanzas, poner a Dios en todos nuestros proyectos, descansando en su santísima voluntad. Valgan esas palabras de los Salmos para recordarnos que, ni en los peores momentos, hemos de desfallecer sino apoyarnos firmemente en los principios de nuestra fe.
 
“Yo te amo, Señor, fortaleza mía,
Señor, mi roca, mi fortaleza, mi libertador,
mi Dios, mi peña, mi refugio,
mi escudo, la fuerza de mi salvación, mi alcázar” (Sal. 18, 1,3)